Los años pasan, el tiempo avanza y nuevos modelos de familia surgen en esta sociedad. Algunos círculos se sienten cómodos manteniendo costumbres y tradiciones. Sin embargo, otro sector de la población se cuestiona un cambio. Por diferentes motivos llegan a un punto en el que no sienten afinidad por las celebraciones que les habían acompañado durante épocas pasadas. La crianza de los hijos remueve más aún estas sensaciones ya que, por un lado, estos padres se ven comprometidos con la familia extendida para continuar la tradición e incluir a las nuevas generaciones mientras sienten cierto grado de vacío e incoherencia a la hora de explicárselo a sus pequeños.
Intentaré ser un poco más clara: durante los últimos años, se ha hecho evidente el surgimiento de nuevas familias alejadas de la práctica cristiana. Para dichas familias, parte de estas festividades pierden sentido, al igual que lo hace el consumo de regalos materiales y copiosas comidas. Sin embargo, aprovechando la proximidad de las fiestas navideñas al solsticio de invierno, en mi opinión, todo vuelve a cobrar sentido.
El solsticio celebra el día más corto del año. A partir de entonces, cada día dura unos minutos más, con lo que la luz en la Tierra aumenta poco a poco, aumentando así también justo el calor y la actividad de la naturaleza. Es entonces cuando encontramos la posibilidad de unirnos y compartir con todo tipo de familias porque ya no es sólo la tradición o la religión la que nos reúne, sino la celebración del renacer de la vida en sí misma.
De ahí que encontramos sentido a las doradas decoraciones y las luces que alegran nuestro alrededor, recordándonos la vuelta del sol y la luz a nuestras vidas. De nuevo, podemos utilizar esta iluminación tanto para decorar nuestro alrededor como para iluminar el interior de nuestro ser con lo que nuevamente aparece la oportunidad de encuentro entre familias con cualquier tipo de ideología.
Dicha iluminación, a su vez, nos invita a la reflexión, ofreciéndonos la posibilidad de “ver” en nosotros mismos aquellas partes que queremos mejorar, brindándonos la oportunidad de sumarnos a ese impulso que supone el despertar de la vida en la naturaleza, invitando a un renacer de nosotros mismos que representamos con el color rojo como símbolo de la sangre del nacimiento.
Así pues, con estas reflexiones, os invito a uniros a esta energía de iluminación, reflexión y renacimiento para que nos acompañe y nos ayude a crecer como personas en cada uno de los momentos de estas próximas y felices fiestas.
¡Que la luz os acompañe!
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Navidad no es incompatible con hermandad, luminosidad y armonía. Todo lo contrario. Todo lo que dices está falto de trascendencia espiritual. Por las razones que sea, está claro que no has tenido acceso a lo que significa (y ha significado durante siglos) la Navidad en la civilización occidental. Me temo que no has profundizado en el conocimiento profundo del Cristianismo auténtico, no el de cristianos de pandereta y zambomba. Tu hermoso humanismo se enriquecería, creo yo, con una visión cristiana de la vida. Saludos cordiales.