El paisaje no hace tanto era aproximadamente este. Los hospitales estaban siempre —salvo que vivieras en una capital y aún y así— demasiado lejos y las carreteras para llegar a ellos, de haberlas, eran casi intransitables, interminables, insufribles. Médicos sí había, claro, pero más bien pocos y, generalmente, eran caros y solo al alcance de unos pocos y, si eso, solo para casos de extrema gravedad. La gente normal, la mayoría de todos nosotros, nuestros padres y abuelos se las iban apañando entre un poco de sabiduría popular, una pizca castiza de santería mezclada con curanderismo y algo de medicina popular en pócimas secretas. Y, finalmente y cuando todo eso fallaba, esa misma filosofía popular había aceptado con un cierto grado de estoicismo y resignación que el orden natural de las cosas era ese y no otro. ¿Qué pasó? Nada, murió de repente. Era la socorrida explicación a miles de muertes evitables que lo habían sido porque-las-cosas-eran-así.
Ése y no otro era mayormente el paisaje de donde venimos. Pero todo eso, y afortunadamente, empezó a cambiar. Poco a poco se empezaron a construir hospitales, ya no eran muchos de los enfermos los que tenían que peregrinar a los lejanos centros sanitarios, fueron éstos los que se fueron acercando a esos mismos enfermos; los médicos empezaron también a ser más, y la medicina pasó a ser cada vez más un derecho al alcance de la mayoría, aunque nunca dejó de haber problemas, eso también. Lo que durante siglos fue un privilegio al alcance de unos pocos empezó a ser un derecho universal, ampliado.
Todo eso sucedió en este país, sobre todo a partir de finales de los años setenta del pasado siglo, casi anteayer como quien dice… hasta que un día alguien —siempre hay alguien— se dio cuenta de que la salud y su contraparte, la medicina escondían una —otra— gran oportunidad de negocio. ¡Ahí empezó otra vez a joderse el Perú! Era, con matices, una vuelta al lugar de donde veníamos, al pasado tan reciente. Y algunos (Madrid, Comunidad Valenciana, Cataluña, pero no solo…) lo entendieron bien y pronto. Hablaban en nombre de la libertad, hablaban, con términos confusos, de eficiencia de costes, pero en el fondo de todo y aunque no lo decían así de claro era solo negocio. Puro negocio. De ahí también venimos.
De modo que lo del lío este de Medicina en la Universidad de Alicante (UA) de ahora solo sería un capítulo más de esta nueva era, una —otra— pelea más entre la salud conquistada y el negocio por venir. Ahora que las cartas parecen estar definitivamente boca arriba, que ya sabemos abiertamente que el Consell de la Comunidad Valenciana y su presidente, Carlos Mazón, a la cabeza no quieren medicina en la Universidad de Alicante ni en pintura, y que para eso maniobran y presionan, podemos ver claro. Más claro. Hablan otra vez de libertad, pero no es eso. Es solo una —otra— forma de confundir.
Los gestores de la Universidad de Alicante quieren medicina, pero saben que necesitan y necesitarán a futuro a ese mismo Consell que hoy les siega la hierba bajo los pies, porque ese mismo Consell es el que decidirá su presupuesto, sus planes de futuro, su propia existencia. Vamos, que están en sus manos, y no solo para la cosa esta de medicina. Y en esa disyuntiva diabólica se mueven. Por eso debe ser que no levantan la voz demasiado, que no hablan claro, rotundo, no trasladan a la plaza pública su grado de indignación, que es fácil imaginar debe ser mucho y grande. ¿Cuándo se ha visto que una administración pública guerree para suprimir una facultad universitaria, unos estudios ya en marcha, con un par de centenares de estudiantes en las aulas? Prefieren —los gestores, digo— mostrar un poco de malestar pero sin hacer daño. Su rectora, Amparo Navarro, ha dejado que pase el verano y ¡acaba de convocar ahora! su Consejo de Gobierno para defender el grado de medicina. Eso dicen, pero no está claro si es para plantar batalla o solo para guardar las formas.
A la misma hora que todo esto sucede aquí, en Alicante, podemos leer que en Madrid y para este curso ya hay más matrículas de futuros médicos en las universidades privadas que en las públicas (51 a 49 %). Y todo y a pesar de que el coste académico (no hablamos de estancia, manutención, etc.) de una matrícula en medicina en una universidad privada está entorno a los 20 000 euros por curso frente a los 1250 de esa misma matrícula en una universidad pública. Así que quizás con estos números en la mano todo se entienda mejor. ¿Quién puede pagar ese dinero —120 000 en seis años— para poder realizar el sueño de poder ejercer un día la medicina?
Hablemos claro. Si eres un superdotado siempre podrás estudiar medicina en la pública; si eres superdotado y tu familia tiene posibles podrás incluso elegir dónde hacerlo… pero si en cambio solo eres uno-de-tantos, uno o una de esa inmensa mayoría, entonces, solo entonces, solo podrás cumplir tu sueño de estudiar medicina si tu familia puede pagarte esos mismos estudios. ¡Y no solo hablamos de medicina! De eso, sobre todo de esto, va la guerra de medicina en Alicante. De decidir con antelación quiénes sí y quiénes no podrán estudiar. De hacer leyes y procurar que las cosas que se habían desmadrado vuelvan a su punto de partida.
Los magistrados del Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana (TSJCV) tienen ahora la penúltima palabra. Ésa es su gran responsabilidad. Permitir que la Facultad de Medicina de la UA siga adelante, aunque sea a trompicones, navegar a favor de que la sanidad y la medicina sean mayormente un derecho y no solo un negocio, impedir el inmenso desatino que sería cerrar algo ya creado y con demanda social, con alumnos en las aulas, cuando es evidente que se necesitan más y más médicos. O, cercenar esa posibilidad por segunda vez y abrir la puerta a que una o varias universidades privadas ofrezcan el título que ahora se quiere derribar. De su decisión dependerá que los futuros universitarios de medicina estén entre los mejores expedientes académicos —las famosas notas de corte— o que además se una como factor de selección ese otro factor familiar. ¿Quién o quiénes podrán pagar esos 20 000 euros al año (120 000 en seis años) de matrícula y gastos académicos añadidos para estudiar medicina en Alicante?
De eso hablamos cuando hablamos de la Facultad de Medicina en la Universidad de Alicante. De hacer y procurar que la medicina siga siendo y mayormente una fuente de salud al alcance de todos, de que los hospitales y los centros de salud estén cada vez más cerca de los enfermos, de que para poder ser médico poco o nada tenga que ser determinante el bolsillo y los posibles de tu familia y tu apellido. De que morirse-de-repente y de que el viejo orden-natural-de-las-cosas sea solo un mal sueño. Un doloroso documental retrospectivo sobre nuestras propias vidas.
Comentar