Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Mazón, un presidente de papel

Carlos Mazón en su comparecencia el viernes ante el Congreso (GVA).

La vida política, también la otra, se construye muchas veces a base de saber aprovechar las oportunidades. Y éstas suelen tener su reverso en eso que hemos convenido en llamar hechos históricos, crisis, guerras, cambios políticos, desastres, grandes tragedias. Muchos líderes que no lo eran (Suárez, Churchill…) empezaron a serlo porque supieron leer esos momentos. Mazón, claramente, ha tenido con la DANA hasta tres oportunidades de erigirse en el líder que no era. Extrañamente, ha ido echando todas y cada una de ellas al cubo de la basura.

Carlos Mazón, zaplanista de primera hora, estuvo durante años agazapado, esperando el que tenía que ser su momento. Transitó por numerosos cargos políticos sin hacer mucho ruido, por diferentes puestos, la mayoría, según cuentan quienes le conocen, sin pena ni gloria. Dejando que otros dieran la cara. Su gran mérito era, dicen, aprender a no caer mal. Él sabía que, en la vida, nada como esperar ese momento, esa oportunidad. Y esa gran ocasión le llegó. Quizás porque quienes lo auparon en realidad no esperaban que ganara y necesitaban a alguien para el puesto. Pero, contra pronóstico, ganó. Una extraña alineación de satélites le sonrió. Era su momento. Y ahí, justo ahí, arrancó el problema. Se veía que el traje de president le empezó a venir grande ya desde esos primeros instantes. Sus estrambóticos y prematuros pactos con Vox, pactos que podríamos calificar de garrafón, dieron buena muestra de ello. Sus tiempos y sus prisas empezaron a delatarle. Los focos le sentaron mal.

Pero aún y así, pasado aquel primer mal trago, Mazón tuvo su primera gran oportunidad en los días y en las horas previas al día 29 de octubre. Pudo empezar a revertir allí esa estrella diletante que siempre le acompañó. Pudo rebelarse contra su propio pasado. Pero, como dijo en su discurso del viernes último en las Cortes Valencianas, optó por no variar ni un centímetro su agenda de aquel fatídico día 29 de octubre porque al mando —eso también lo dijo— ya estaba su consellera de Emergencias, Salomé Pradas. Primer gran error. De cálculo y, quizás, también producto de un cierto negacionismo climático latente que le llevó a leer los avisos y las alertas rojas de forma sesgada. Confundió deseo con realidad y optó por una comida y una larga sobremesa a ponerse al frente de un barco en claro peligro de naufragio. Prefirió criticar a la Universidad de Valencia y a quienes, como ella, hicieron por hacer lo que él no se atrevió y debió hacer. Cuidar de la gente.

Tuvo, pese a todo, una segunda gran oportunidad de redimirse de aquel primer mortal error de cálculo en los días que siguieron al desastre. Pero tampoco en esas trágicas horas halló el tono debido. Ni las palabras, ni los gestos le acompañaron en esos momentos terribles. Se le veía claramente superado por la tragedia, desnortado, con la mirada perdida, falto de empatía con las víctimas. Sus silencios le delataban y con sus palabras, zigzagueantes, contradictorias, intentó justificarse, repartiendo responsabilidades, pero el apagón —este sí— de su agenda institucional en aquellas horas decisivas le fueron condenando cada vez un poco más. Todo rezumaba una cierta incoherencia. El desastre reclamaba un capitán al mando, pero el que debía asumir el mando decidió esconderse tras un montón de excusas cambiantes y un chaleco rojo de protección civil. Quizá, puede, la escena le superó. Quizás el personaje no daba para más.

Mazón y Sánchez en los primeros días tras la DANA (Fuente: YouTube de El País).

Pese al desastre de la gestión en las horas previas y en los días que siguieron al mismo desastre, Mazón aún tuvo una tercera oportunidad de virar la historia. Sucedió el viernes último, día 15 de noviembre, en su intervención en las Cortes Valencianas. En su discurso de más de dos horas y media tampoco supo encontrar el tono, ni las palabras justas y necesarias que exigía el momento. No fue ahora tampoco el líder que se forja y emerge en la adversidad. Prefirió ser fiel a su propia historia, actuar como la imagen de un mal funcionario que no se cree lo que está leyendo.

Su discurso fue, sobre todo, un discurso para tratar de exculparse a futuro. Era el momento de la épica, de las propuestas arriesgadas, de sorprender, de reconocer que aunque las responsabilidades fueran compartidas, él, como capitán que era, era el único y último responsable de todo, el gran capitán. Pudo anunciar su dimisión, aunque fuera a plazos, llamar a un gobierno de concentración para restaurar las profundas heridas causadas en gran medida por su falta de cálculo y su tacticismo económico, por su inexplicable ausencia al frente del barco en las horas decisivas. Pudo, incluso, adelantarse a otros y comprometerse a dar la voz a la ciudadanía en el momento en que la luz ocupara el lugar del barro y el dolor, dejando claro que su liderazgo era en esas circunstancias lo de menos. Pero tampoco eso hizo.

Prefirió Mazón ponerse a resguardo, pedir una cuarta oportunidad —Si no sé liderar la reconstrucción no seré candidato, eso dijo— y reconoció de mala gana su cuota de responsabilidad pidiendo disculpas pero no perdón, pero, sobre todo, lo que hizo fue un reparto de culpas. Que si la Confederación del Júcar, que si la Agencia de Meteorología, que si los protocolos, que si ya había una consellera al frente, etc., etc., pero a cada nuevo intento de culpar a otros cavaba un poco más hondo en su propia condena. ¿Por qué, con los mismos protocolos, se actuó tan diferente en la segunda DANA a como se hizo en la primera? Esa pregunta siempre le perseguirá.

Leyendo estos días las pequeñas biografías y las circunstancias temporales y espaciales de muchos de los más de doscientos fallecidos en aquel fatídico 29 de octubre, te das pronto y fácilmente cuenta de que la mayoría de esas muertes eran evitables, bien porque tuvieron lugar en tránsito, porque eran personas mayores que vivían en plantas bajas altamente inundables y cerca de los cauces, o bien porque muchos de ellos encontraron la muerte en el humano gesto de intentar poner a salvo su propio coche. Contra todos esos relatos, contra toda esa memoria herida, solo cabía una salida heroica. Él, Mazón, no supo, o no pudo leer y entender que esa era justo su última gran oportunidad.

Carlos Mazón seguirá siendo presidente de la Generalitat Valenciana si su partido y él así lo quieren, pero solo porque así lo recoge el Diario Oficial de la Generalitat y el Boletín Oficial del Estado. Mazón es ya solo un presidente de papel.

Pepe López

Periodista.

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