Llegó el momento en el que siempre hay uno o una que decide que es el día indicado para comunicar que se acerca la fecha. Y hay que fijarla, organizar la cena navideña, la de empresa, la de la peña que trabaja junta y que, en muchas ocasiones, no se ha dirigido la palabra en todo el año, pero hay que hacerla. Y ese día vamos a ser más que conocidos con derecho a saber qué. Pero tan sólo esa noche. Rollo Cenicienta. Luego, si te he visto, no me acuerdo y de cristal el zapato no, mejor la copa, llénala, que se acercan las doce y hoy voy a darlo todo.
Es de ley. Si está la Nochebuena familiar, la Navidad de pelotas y caldo y la Nochevieja de otros caldos, pues la precuela es la cena de empresa. Ya antes existió la precuela a la precuela, que es la lotería de Navidad donde, de repente, la gente se comunica más que si hubiera bebido en plan industrial. Es ese momento, como el de las borracheras, en el que te salen amigos por todos lados y te intentan colar como sea cualquier tipo de papeleta para lo que sea. Intuyes con valentía que puedes salir perdiendo, pero dices: “Bueno, venga, si he logrado esquivar a todos los que se ponen en la avenida Maisonnave vendiéndote la moto para cualquier tipo de causa mundial como si fuera un surfista del asfalto, esto ha de estar chupao”.
Pues no, error, a estos no te los quitas de encima porque los tienes al lado, en tu propio trabajo, ojo avizor, mirándote como diciendo: “lo vas a comprar sí o sí, u ojalá toque y tú no hayas sido el agraciado por no comprarme la papeleta”. Creo que Félix Rodríguez de la Fuente rodó un documental sobre ellos y ellas.
Sí, se podría pedir una baja médica por presión «papeletil» (don Ramón, nueva invención), que ahí se produce más presión y tensión que en la explosión del Big Bang. Te la sacan —la papeleta, cual caramelo a la puerta de un colegio— y te dicen que es por una buena causa (siempre aparece el factor familiar rollo niño o niña fin de curso, acción social del pueblo, asociación cultural o vete a saber) y te imaginas como en el lejano oeste, en un «duelo al sol» con la broza y la araña surcando detrás de ti, el que masca chicle y escupe algo así como alquitrán de ostra, la mujer entrando al niño o a la niña a la casa de la pradera para que no vea el tiroteo y el silbido del viento o el que todos y todas estáis imaginando de la peli El bueno, el feo y el malo.

Cara de póker, retando a ver quién se cansa antes, si el que la sostiene frente a ti y te dice «son sólo tres euros» o tú que dices que ya llevas un montón donde, por mucho que me toque, ya me lo he gastado en ellas. Es el momento en que te dice que ese número va a tocar y, si no toca, te esperas a la del Niño y, si tampoco toca, te esperas al cupón de la ONCE de la semana posterior. Tú piensas: «¿por qué no me lo vendiste en el Black Friday, me habría ahorrado algo?».
No, es un terreno farragoso, puedes perder amistades porque cuando dices que no, se genera ese instante de sonrisa falsa por parte de los dos, como diciendo: «ya te ha quedado claro que no pienso comprar», y el otro se queda pensando que habrá venganza, de algún modo, aún no sabe el cómo ni el cuándo, pero la habrá. Has despreciado mi suerte por este lote de jamón, chorizo ibérico, un vino tinto, la fruta escarchada, los mazapanes y el turrón de Jijona y eso no se puede perdonar nunca, aunque no te toque. Era el detalle de mis tres euros. Hemos dejado de ser esos amigos que nunca fuimos antes de la magia navideña.
Sí, la vida es dura, como el momento de ver dónde te sientas en la cumplidora cena que siempre la gente se guarda el sitio, como cuando era pequeño y llegabas al cine, antes de estar numeradas las butacas, y comprabas la entrada y la peña decía que estaba guardado; y guardado era toda una fila limitada por un par de bolsos. Te tocaba ponerte a buscar algo que no estuviera guardado, que siempre era o al final o en la primera butaca, la favorita de los masajistas por el dolor cervical y sus consecuencias de ver Sonrisas y lágrimas o Ben Hur; más de tres horas de película forzando el cuello, que esas pelis han hecho de oro a más de un fisio en Semana Santa. Sí, así es.
Pero es también época de lecturas varias, porque catálogos de juguetes y de regalos te caen desde el cielo y podrían partirte en dos de lo que pesan. Por cierto, todavía no he visto anunciado ningún patinete para la tercera edad. Barcala apúntate el tanto y deja de hacer aceras sin bordillo que cuando llueve todo llega a los portales, y no al portal de Belén precisamente. Estoy ansioso por ver el nuevo, el de la Plaza del Ayuntamiento, con los súper reyes magos. Igual que estoy ansioso por ver cómo la peña va a intentar hacerse selfies y que les cuadre todo en una misma imagen. Serán momentos dignos.

Como dignos serán esos instantes de la peña comprando esos, para mí, terribles jerséis de Navidad con el reno bordado, o con un montón de mensajes navideños en inglés en la ropa a cada cual más ridícula. Parece que para Nochevieja hay que ir de gala de los Óscar, pero para el resto de la Navidad me pongo a Rodolfo el reno con la nariz de borla y voy a la moda. Luego están esos que visten a la familia entera del mismo modo, con el mismo jersey, que son los mismos que llega el fin de semana y se enfundan el chándal de turno, se cogen la bici y, como los patitos, van unos detrás de otros, en fila, como si hubieran sido deportistas de toda la vida. Nunca entenderé que los padres/madres ciclistas vayan por delante de sus hijos y estos vayan treinta metros detrás. Mejor que los menores vayan delante y los tienes controlados, pero será deformación profesional.
Como deformado tengo el cabello —vamos, que no tengo— pero que me afeito todos los días la cabeza, a las seis de la mañana, desde los 25 cuando vi la peli de 12 monos de Bruce Willis. Recuerdo cuando salí rapado del baño, con una maquinilla que no era flexible como las de ahora para pelones, que a mi madre casi le da un parraque. Que así sólo iban los presos y los que tenían piojos, que cómo había tenido la ocurrencia. Ciertamente me había hecho varios cortes porque hasta que Agassi no se rapó y anunció las maquinillas flexibles, te hacías cortes sí o sí.
También recuerdo que no existían las maquinillas eléctricas de rapar, las afeitadoras. Yo le dije a mi padre en su momento —hablamos del siglo pasado— que si conocía algún barbero o algo, que a lo mejor… Total, que me llegó con una máquina, que es la que todavía utilizo, que era para cortar el pelo a los perros. Tal cual. La caja era de cortadora de animales, foto de perro incluida. Pues han pasado más de veinticinco años y todavía funciona. Ahora sí, mucha foto de machos alfa depilándose en la ducha y para rasurar todo el vello corporal, pero en su momento había que tener valor y utilizar las maquinillas rígidas. Lo digo porque es el momento de pedir cita en la peluquería para la cena de empresa, Nochebuena, Nochevieja… Ahí es donde se acumulan las citas previas, que me río de la cola de urgencias, pero tanto para ellas como para ellos, que últimamente abundan las barberías. En la vida había visto productos para la barba, que Santa Claus debe de usar a mogollón, pero que uno se pasea por el centro de la ciudad y entre peluquerías, barberías y fruterías se pierde. De hecho, hay locales que no sé a qué se dedican, si a tatuar, a vender videojuegos, a barbear o a nada, pero ahí están.
Aun así, debo decir que a mí siempre me ha gustado la Navidad. En casa siempre se ha celebrado y siempre era motivo de risas, de panderetas, de ir a comprar en los puestos del Paseo Gadea gorros, bufandas, serpentinas. Un día 26 de diciembre lo cambió todo, pero siempre hemos creído en los Reyes Magos. Aún no he escuchado los villancicos que de un momento a otro salpicarán la ciudad y le dan algo de vidilla, que es la opción B al camión del tapicero/afilador.

Esa es otra: antes todos nos sabíamos los villancicos típicos, ahora tan solo los que tienen cierta edad los retienen en la memoria porque a los jóvenes ya nos les interesa ese rollo familiar que era ponerse un gorro, tirar serpentinas, confetis y pasar la noche cantando «arre burro arre que la noche es buena… en el portal de Belén…». No, ahora todos los niños son más mayores que algunos adultos en cuestión de sueños e ilusiones. Eso sí, todos quieren el aguinaldo.
El mundo ha cambiado, las lavadoras siguen tragándose uno del par de calcetines, la Navidad se acerca y casi pueden estar ya pensando en comprar la ropa de primavera que estará a punto de anunciarse. Llegan las notas del cole. Pues eso, compren lotería pero de la que toca.
Hombres G ha sacado un recopilatorio por su 40 aniversario. Recuerdo cuando compré su primer LP, vivía en casa de mis padres, no existía el CD. Rock and Roll.
El gordo acabará en 24. (Me lo acabo de inventar pero ¿y si sí?).
En fin que ustedes lo lean, lo pasen y lo paseen bien.
Me lo he pasado y paseado bomba. Lo del ‘papeletil’ se agradece. Los ‘asaltos’ de Maisonnave son la leche y yo vivo allí. Tu máquina afeitadora le interesaría a mi peluquero, Miguel, argentino de fuste. Un abrazo.
Me alegro que disfrutes con mis artículos creados desde una experiencia aplicándole el tono de humor para sacar una sonrisa en estos tiempos tan serios.
Un abrazo fuerte don Ramón.
¿Tendré que esperar a que te toque la lotería -loteriando- para que te pagues un café? Un abrazo.
Estas fiestas cae sin dudarlo.
Un abrazo fuerte.
Por supuesto. Un fuerte abrazo.