Desde que asumí el cargo de vicerrector en la Universidad de Alicante, una de mis responsabilidades principales ha sido la sostenibilidad del campus, lo cual implica abordarlo desde múltiples perspectivas, entre ellas la gestión de residuos generados por la universidad. Cada año la UA, como una pequeña ciudad de 30.000 personas, genera más de 500 toneladas de residuos. Algunos de ellos son más fáciles de tratar y reciclar y otros tienen alta complejidad y coste. Los costos económicos asociados se reflejan directamente en los presupuestos de la institución —medible en euros—, mientras que los costos ambientales están relacionados con el transporte y procesamiento de dichos residuos. A pesar de las campañas de concienciación social y el propio compromiso personal de todos los que acuden diariamente al campus, la UA genera anualmente una cantidad significativa de residuos. Entre ellos se incluyen aproximadamente 60 toneladas de papel y cartón, 11 toneladas de envases, 13 toneladas de residuos de equipos eléctricos y electrónicos, 40 toneladas de residuos peligrosos químicos y sanitarios, 1 tonelada de cartuchos de tóner y tinta vacíos, y 400 kg de baterías y acumuladores, entre otros.
Como individuos, en nuestra vida privada, generamos esos residuos sin plantearnos mucho más. En el mejor de los casos, sacamos algo de nuestro tiempo para llevar a reciclar los envases, el cartón y algunos pocos, los residuos orgánicos. Sólo algunas personas saben que alguien recoge diariamente nuestras “bolsas de basura” y de forma general nos olvidamos de ellas. Sin embargo, ni los presupuestos de las instituciones —que inciden directamente en nuestros impuestos— ni el propio planeta Tierra, se pueden olvidar de ellos con tanta facilidad como lo hacemos nosotros diariamente.

La sociedad ha abrazado la idea del reciclaje como la solución definitiva a nuestros problemas de residuos, aunque no siempre somos conscientes de que este proceso consume energía, recursos, agua y genera emisiones de CO2, además de costos económicos directos. Es hora de ser críticos y reflexionar sobre la efectividad y los impactos ambientales asociados con el reciclaje tal como se practica en la actualidad.
Personalmente creo que es esencial considerar enfoques más efectivos y sostenibles para la gestión de residuos. La reducción de residuos debe ser la verdadera fuente de solución. Al cuestionar nuestras decisiones de consumo y optar por productos duraderos y reutilizables, podemos reducir la cantidad de desechos que generamos. Esta mentalidad de consumo responsable puede tener un impacto significativo en la reducción de la cantidad de residuos que llegan a las plantas de reciclaje. Por ejemplo, en las cafeterías del campus de la UA, es común ver el uso de botellas de plástico y, en ocasiones, cubiertos desechables en los menús, lo cual contradice los esfuerzos de reducción de residuos. Los gestores debemos tomar la iniciativa e imponer que en las próximas licitaciones de estos servicios se incluyan requisitos para que esto no pueda suceder, favoreciendo el uso de las fuentes de agua y utensilios de múltiples usos.

Además de la reducción, la reutilización local es una alternativa valiosa y prometedora. Para una universidad que se dedica a investigar y enseñar los últimos avances tecnológicos, resulta difícil evitar la necesidad de sustituir equipos de trabajo por versiones más avanzadas. Sin embargo, es posible fomentar la reutilización mediante la colaboración con otras instituciones, lo que prolongaría la vida útil de dichos equipos. Con el objetivo de fomentar esta colaboración, la Oficina Ecocampus de la UA organiza regularmente convocatorias públicas para campañas de donación de material electrónico y mobiliario de oficina, entre otros elementos. A pesar de estas acciones y la importante participación, parte de este material termina siendo enviado a plantas de reciclaje al no encontrar una segunda oportunidad. Un ejemplo de este año es la sustitución de todas las terminales telefónicas por telefonía IP, lo que ha resultado en la retirada de más de 3000 dispositivos en buen estado de uso. Inicialmente, se intentó donar estos equipos electrónicos a algunas ONG para su distribución en países lejanos, pero el coste del transporte lo hicieron inviable. Por lo tanto, se optó por la donación en proximidad. Sin embargo, no todos los equipos podrán encontrar un segundo uso y deberán ser reciclados.
Este coste del transporte además tiene una segunda lectura: Equipos electrónicos que fueron fabricados en Asia, se trasladaron a Europa generando gastos de transporte y emisiones de CO2 y ahora o bien se vuelven a trasladar a países lejanos vulnerables, para su donación o para su “vertido”, generando un nuevo ciclo de emisiones de CO2, absolutamente innecesarias.
Con esta reflexión quisiera poner sobre la mesa que la gestión de residuos es un desafío complejo que requiere de una solución integral. Si bien el reciclaje es una parte importante de la ecuación, debemos mirar más allá y explorar prácticas que aborden la reducción de residuos en la fuente, promuevan la reutilización local y fomenten una producción y consumo más sostenibles. Solo a través de un enfoque conjunto y comprometido podremos avanzar hacia una gestión de residuos más eficiente, respetuosa con el medio ambiente y con nuestros presupuestos.
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Interesantísimo artículo el suyo, señor vicerrector de Sostenibilidad. Me ha hecho recordar aquel dicho de «no es más limpio el que más limpia, sino el que menos ensucia». Su razonamiento es perfecto. Hay que evitar que haya tanto que reciclar, mejorando la reutilización. Eleve sus razonamientos a revistas científicas y a congresos sobre la materia. Y a las autoridades de ministerios y consellerías. Supongo que ya lo hace. Procuraré colaborar en mi entorno familiar. Un saludo cordial y éxito en su tarea universitaria, docente y gobernante.
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Es verdad, gestionas una gran ciudad ya
Enhorabuena