Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Al paso

Los diez mandamientos y la única religión verdadera (I)

Moisés con las Tablas de la Ley, obra de Rembrandt, 1659. Colección: Gemäldegalerie (Fuente: Wikimedia).

Todos los hombres somos libres, aunque ‘Petro’ Sánchez se crea el único en posesión de la libertad universal y nos la quiera administrar en pequeñas dosis no vaya a ser que consumirla en grandes cantidades vaya a resultar nocivo para el medio ambiente y, en definitiva, para el cambio climático y para acabar con la guerra de Ucrania y con la maldita inflación.

—¿Para qué queréis la libertad? Puede que se pregunte Sánchez recordando lo que Stalin le dijo al socialista Largo Caballero (que llegó a jefe del Gobierno con el Frente Popular en 1936) y que se vino de su visita al Kremlin con la lección bien aprendida: “¿libertad, para qué?”.

—Oiga, ‘Petro’, que la libertad es lo más grande que Dios otorgó al hombre y a la mujer al crearlos. Lo bueno de la creación, según la narrativa del Cristianismo es que Dios creó a la primera pareja humana y a sus descendientes con la facultad de hacerle un corte de mangas al Ser Supremo cuando le viniera en ganas.

Y así fue cómo aquellos nuestros primeros padres desobedecieron a Dios, pecaron y tuvieron que olvidarse del paraíso terrenal, ponerse a currar y ganarse el pan de cada día con el sudor de su frente. Pasaron muchos siglos y los hombres se olvidaron de Dios, pero Él eligió a una tribu liderada por Abraham para reanudar las relaciones con los humanos, algunos de los cuales seguimos creyéndonos semejantes a Dios y criaturas suyas, mientras otros optan por considerarse simples simios que perdieron el rabo al bajarse de los árboles para caminar a dos patas sin explicar (porque no lo encuentran) el eslabón perdido. No busquéis más; el eslabón es el alma y el alma sólo es de Dios, como dijo Calderón de la Barca en su ‘El alcalde de Zalamea’.

Con lo sencillo que es encontrarse con un Dios creador, algunos sabios, con el fallecido Stephen Hawking a la cabeza, atribuyen la creación a la casualidad del big bang. Ante lo ciertamente complicado de encontrar un principio divino espiritual, más explicable se les antoja que lo primero que hubo fue materia y que esa materia con el tiempo produjera hombres inteligentes capaces de modelar teorías sobre el universo, gente como Newton, Copérnico, Galileo, Einstein y otras inteligencias maravillosas que compusieron músicas como las de Beethoven, Mozart, Verdi, The Beatles y etc., por no citar a escritores como Sófocles, Dante, Cervantes, Shakespeare o Pérez Galdós…

San Pablo escribiendo sus epístolas, obra de Valentin de Boulogne, ca. 1618. Colección Museum of Fine Arts, Houston (Fuente: Wikimedia).

Este universo nuestro, lleno de grandezas y miserias humanas, tiene millones y millones de galaxias que nos invitan a quitarnos el sombrero ante el poder de Dios. Es que, además, ese Dios se nos ha mostrado, uno y trino, un sólo Dios y tres Personas, una de las cuales, el Hijo se hizo hombre y con el nombre de Jesús predicó y se inmoló en una cruz y resucitó, el más grande de los milagros que hizo y el fundamental para la fe de los creyentes, como bien dijo San Pablo.

“Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe… Pero Cristo resucitó”. Eso dijo Pablo de Tarso, ciudadano romano, al que Roma le cortó la cabeza. Y lo testimoniaron con sus vidas y sus martirios todos los discípulos del Nazareno. Unos pescadores incultos revolucionaron el imperio romano y su sangre derramada por emperadores que se creían dioses sirvió para que sus sucesores y el imperio se hicieran cristianos y a mucha honra, si bien luego hayan sobrevenido siglos de confusión que han desembocado en estos tiempos en que el Cristianismo, a pesar de todo, sigue siendo el más grande de los faros que iluminan a todos los navegantes, algunos empeñados en llevar las naves de la historia a estrellarse en las escolleras del odio y de la casi imposible convivencia en paz y amor.

El Cristianismo se manifiesta, pero no se agota (ni mucho menos), en los diez mandamientos, los cuales, a su vez, se reducen a dos: “Amarás al Señor, tu Dios, sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo”. Es curioso, además, que esta fabulosa religión sostiene que la medida del amor a Dios es el amor que nos gastamos con los demás. Si no amas a tus semejantes, a los que ves, ¿cómo vas a amar a Dios, a quien no ves? Elemental, querido Watson. Los cristianos no están ahí para pedir, en todo caso para pedir para los demás y para dar a los otros: dar y darse; dar para los pobres y darse con nuestro tiempo y con todo lo que tengamos y los otros necesiten. Los mandamientos son muy sencillos y “el Cristianismo es una hermosa religión”, como dijo Gandhi, y la única verdadera, como digo yo. Y como dijo Jesucristo.

Pero de mandamientos y Cristianismo seguiré hablando en otra ocasión.

Ramón Gómez Carrión

Periodista.

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