Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Debatiendo

Los derechos de Dios

Fotografía: Succo (Fuente: Pixabay).

“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. El poder político tiene sus derechos y el religioso los suyos. La aprobación de los impuestos y su exigencia mediante ley era, es, lo propio del César, del poder político. El respeto del Derecho Natural, del ‘no matarás’—lo que implica la protección del ser humano desde su concepción hasta su muerte natural— es, no me cabe la menor duda, un derecho propio de Dios, cuya exigencia corresponde no sólo a la jerarquía eclesiástica, sino a todos los que se llamen cristianos, seguidores de Cristo, perfecto Dios y perfecto hombre.

Me estoy refiriendo a un deber inexcusable para todos los hombres, creyentes o no: dar a Dios lo que es de Dios, obligación que Cristo colocó, al menos, al mismo nivel que esa otra de cumplir con fidelidad nuestras obligaciones como ciudadanos. Que el fin y el ámbito del reino de Dios sea espiritual y no deba confundirse con el terreno no quiere decir que no haya que respetar, por encima de todo, los derechos de Dios, el reconocimiento de la soberanía divina.

¿Cuáles son los derechos de Dios? ¿Cómo y dónde hay que defenderlos? Dios tiene derecho a que se le ame, porque Él nos amó primero. Pero no nos obliga a amarle, sino que, al habernos creado libres, lo somete a nuestra voluntad. Sin embargo, y precisamente por amor, Dios se hizo hombre y, en su condición de hombre, adquirió también una serie de derechos, fundamentalmente el derecho a la vida y a la libertad, inherentes a la naturaleza humana y, consecuentemente, comunes a todos los seres humanos. Y hasta tal punto asume esos derechos del hombre que cualquier transgresión de los mismos la considera un atentado a su propia persona divina.

Tenía razón la que fuera vicepresidenta primera del Gobierno de Zapatero, María Teresa Fernández de la Vega: delito y pecado son dos categorías o modos de tipificar acciones humanas, la primera de ellas por el poder político y la segunda por el religioso. Pero si bien todos los pecados no son delitos, igualmente es cierto que todos los delitos son pecados y quien fomenta un delito, convirtiéndolo en derecho, se hace reo del pecado de escándalo, pues pone a otros en ocasión de cometer ese delito que, a la vez, es pecado. Así pues, como decía la vicepresidenta, el Parlamento es el órgano para legislar, pudiendo, aunque sea contra toda razón, convertir delitos en derechos. Pero, igualmente, el poder religioso, la jerarquía de la Iglesia, es el órgano competente para catalogar y definir las acciones humanas calificables de pecado y negar a los culpables de éstos aquellos sacramentos que la Iglesia condiciona a la no permanencia en esa situación de ofensa a los derechos de Dios.

Cuando no se vive y actúa como se piensa, se termina pensando cómo se vive y actúa. La religión católica es lo que es y se toma cual es o, se quiera o no, se habrá dejado de ser católico, pues si alguien la acepta con condiciones y la recorta o mangonea lo que realmente hace es fabricarse una religión personal ‘a la carta’, que obviamente ya no es la religión católica. En vez de someter sus acciones al credo católico, está manipulando sus propias creencias para ‘adecuarlas’ a sus torticeras acciones y ello en un empeño inútil de autojustificarse y tranquilizar su conciencia con falsos pretextos. Aportará numerosas ‘razones’, pero no tendrá ‘razón’.

Tal vez el problema en relación con la defensa de los derechos de Dios radique en dos factores, el primero, la falta de unidad de vida de muchos católicos que han despreciado la actividad política como algo al margen de la forma de vivir sus creencias religiosas, y por otro, los falsos respetos humanos de los católicos a la hora de defender los derechos de Dios. De la combinación de esas dos actitudes ha resultado que los ciudadanos católicos laicos, con iguales oportunidades y derechos que los demás para formar parte del Parlamento y, ya en el mismo, defender los derechos innatos del hombre: la vida y la libertad, han claudicado. Esos derechos son los mismos derechos del Dios hecho hombre. Además de dejar solos a los miembros de la jerarquía de la Iglesia, se han ‘arrugado’ y, por cobardía o por ignorancia culpable, han omitido el ejercicio de unos derechos, que son a la vez deberes, so pretexto de ser ‘prudentes’ o de ‘respetar a quienes no tienen sus principios morales’. Pretenden hacernos olvidar que una cosa es el respeto a todas las ideas y a quienes las mantienen y otra bien distinta es dejar de luchar en defensa de nuestro punto de vista, cediendo todo el terreno político al adversario.

Dejar de hablar cuando es imprescindible hacerlo supone igual culpa que mantener la postura adversa, atropellando derechos de inocentes. En el vigente código penal se castiga como delito el atropello en carretera que ocasiona daños en las personas, pero igualmente se castiga como delito la denegación de auxilio a las víctimas de un accidente. ¡Razón tenía quien se atrevió a afirmar que el infierno está enlosado con los pecados de omisión!

José Ochoa Gil

José Ochoa Gil es abogado y colaborador de “La Verdad” y el seminario “Valle de Elda”, y en Alicante con la revista trimestral “Punto de Encuentro”, editada por CEAM Parque Galicia.

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