Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Debatiendo

Longanimidad

Fotografía: Zhugher (Fuente: Pixabay).

He buscado el significado de esta palabra en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española y me he encontrado con la siguiente definición: “Longanimidad: grandeza y constancia de ánimo en las adversidades. Benignidad, clemencia, generosidad”. Ninguna alusión a la paciencia, sobre la que tiempo atrás reflexionaba cuando me encontré con la longanimidad como ‘una manifestación de la paciencia’.

No debemos caer en el error de confundir la longanimidad con la resignación. Recuerdo unos versos de un poeta popular de mi pueblo —El Seráfico—:

Dios, en su santa bondad,
da a cada uno lo que le conviene;
a mí jodido me tiene;
cúmplase su voluntad.

Esto es resignación pura y dura, pero no longanimidad. Longanimidad es, en palabras de Royo Marín, “la virtud que nos da ánimo para tender a algo bueno que está muy distante de nosotros y cuya consecución se hará esperar mucho tiempo”. Si el bien esperado tarda mucho en llegar se produce en el alma cierto dolor. Y la longanimidad que soporta virtuosamente ese dolor se entronca más con la paciencia que con la benignidad, la clemencia o la generosidad.

La longanimidad es virtud que consiste en ‘saber aguardar’ el bien que esperamos de Dios, de los demás y de nosotros mismos; en evitar la impaciencia que podría causarnos la demora o tardanza de este bien. Saber sufrir esa tardanza: he aquí lo que es la longanimidad. Por eso la llaman algunos ‘larga esperanza’.

Es la virtud de Dios que sabe aguardarnos a todos a nuestra hora; la virtud de los santos, siempre sufridos, siempre pacientes con todo y con todos. Grande y admirable virtud que el apóstol San Pablo coloca entre los doce frutos del Espíritu Santo (Carta a los Gálatas, capítulo 5, versículo 2), pero especialmente la brindan los padres.

Los defectos de los demás nos ofrecen una oportunidad para practicar esta virtud, pero especialmente la brindan a los padres, a los abuelos, a los maestros, a los sacerdotes, a todos aquellos que están llamados a cooperar en la formación de hijos, nietos, discípulos o simples fieles de la Iglesia. Enseñarles a tener paciencia, dándoles ejemplo con la propia actitud paciente en relación con ellos; hacerles ver que la persona que no tiene paciencia es una persona que no crece; que permanece siempre niño; que no sabe tomar la vida como se le presenta, desconociendo, por ello, el inmenso valor y mérito de la longanimidad.

¡Cuántas veces padres, abuelos, maestros, y sacerdotes hemos tenido la tentación de abandonar a esas criaturas que ordinariamente tienen un corazón grande y generoso, pero que son fruto de la edad, del ambiente, de sus pasiones y que a veces se nos muestran bruscas, ingratas, desafiantes! ¿Son mejores, son peores que nosotros cuando teníamos su edad?  En el fondo son iguales, porque el ser humano es el mismo de siempre, pero son diferentes porque los tiempos han cambiado. Seguramente, dentro de unos años pensarán y dirán de los jóvenes de su época aproximadamente lo mismo que nosotros comentamos de ellos ahora, con la diferencia de que, dado que los cambios cada vez son más rápidos en el mundo, si no ponen un esmerado cuidado en formarse permanentemente y en estar al día, llegarán más pronto a la vejez intelectual y se quedarán anticuados mucho antes.

La longanimidad nos llevará a mantener la serenidad y la esperanza. No se hunde el mundo. Somos nosotros los que estamos alterados al no haber asimilado los cambios. Es nuestro egoísmo resentido el que nos conduce a ver la situación más negra de lo que realmente es. Muchas veces reaccionamos tan mal no porque, con sus debilidades, nuestros hijos, nietos, discípulos o fieles corrientes ofendan y comprometan su porvenir, sino porque no hacen caso de nuestras observaciones, contrarían nuestros gustos, impiden nuestro trabajo o nuestro descanso, agotan nuestra paciencia de aguante e incrementan la tristeza y el dolor sin que haya aumentado a la vez en nosotros esa gran virtud de la longanimidad.

José Ochoa Gil

José Ochoa Gil es abogado y colaborador de “La Verdad” y el seminario “Valle de Elda”, y en Alicante con la revista trimestral “Punto de Encuentro”, editada por CEAM Parque Galicia.

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