Lo que tenemos

La huerta te ofrece esos momentos en los que te das cuenta que vives en uno de los mejores lugares del mundo. No es lujo, no es un yate en Montecarlo, ni una cala en Saint-Tropez, ni una tienda de los Campos Elíseos, tampoco una terraza en Positano, ni un palco en Wimbledon. Es lo de aquí, ese secreto desvelado de vivir en un lugar donde hay días de luz que te deslumbran y te muestran detalles que nunca viste y es ahí mismo, donde vives. Donde las playas, cuando termina el verano, se convierten en lugares de paseo y sitios donde llenar tus pulmones de aire salino, ese que recuerdas cuando estás lejos. Vivimos en un lugar donde a la gente le nace ser abierta, hacer amigos, compartir lo que tiene. No lo olvidemos, no nos contagiemos de espíritus septentrionales, pobres y excluyentes; sigamos compartiendo.

Los que tienen poder deberían poner en práctica ese espíritu mediterráneo siendo cercanos, comprensivos, dialogantes, escuchando, gobernando desde y para los de aquí. Dando envidia, porque otros tendrán muchas cosas, pero aquí lo tenemos todo, solo falta que hagamos lo que hacemos con excelencia y lo mejoremos cada día y pensemos en cómo hacerlo y ponerlo en práctica en cada decisión.

Soy del Hércules y autónomo, por lo que llevo en las venas que no siempre salen bien las cosas. Aquí nos cabreamos como todos los humanos pero, como nuestro mar, nunca llegamos a estar «encrespados» más de tres días. Vuelve la calma, la sangre de horchata del Peret y la amistad y el buen rollo. Volvemos a pactar con los antiguos enemigos y seguimos nuestro camino a ninguna parte, pero mágicamente juntos. Nos unen cosas pasajeras pero firmes, nos da envidia lo que no tenemos y nos jode que nos impidan conseguir lo que merecemos. Normalmente no protestamos lo suficiente, por eso estamos en la cola de inversiones y ayudas, pero ¿saben algo?, tal vez es porque somos unos sobrados, en el buen sentido: somos listos, creativos, nos buscamos la vida como Orzowei y sobrevivimos.

Es por cómo somos y por lo que tenemos. Me voy a ver las naranjas verdes y las olvidadas ciroletas de mi árbol. Eso no lo hay ni en Manhattan.