Siete jóvenes mujeres de dieciocho a veintiocho años se reúnen en la Iglesia de Santa María la Nueva de Florencia en 1348. Visten de luto porque la ciudad sufre una epidemia de peste, aunque ellas se encuentran todavía sanas, y es hora de ponerse a salvo. La mayor propone trasladarse al campo. Les acompañarán tres hombres, también jóvenes, que entran algo después en la Iglesia y son parientes de algunas de ellas. Los diez, junto a sus sirvientes, ejecutan su plan al día siguiente y parten al alba hacia una casa en lo alto de una colina para retirarse a una legua de la ciudad. Para entretenerse, cada cual se compromete a contar un cuento al día. Todos reconocemos en este planteamiento el inicio de El Decamerón de Giovanni Boccaccio, uno de los clásicos literarios ligados al ambiente de una epidemia.
Pero El Decamerón solo es uno de los ejemplos que se recuerdan ahora con la pandemia del coronavirus. En la obra de Boccaccio la epidemia está presente como pretexto de huida de los diez jóvenes, pero no es el tema central del centenar de relatos que componen la pieza. Con todo, no deja de ser útil que haya quedado constancia en sus páginas, al menos en su primer capítulo, de alguna información de la vida en Florencia entonces, en momentos de la terrible expansión por Europa de la peste negra, cuya mortalidad en el continente se estima que afectó a un tercio de su población. Resulta curioso que ya entonces se cuidara Boccaccio de registrar que la plaga venía de Oriente. La llegada a Florencia fue demoledora, según el escritor: “En pocos días hizo rápidos progresos, a pesar de la vigilancia de los magistrados, que nada omitieron para poner a los habitantes al abrigo del contagio”.
Aunque El Decamerón sea una referencia obligada en la temática, quizá las dos obras que más directamente se recuerdan en este 2020 sean el Diario del año de la peste del británico Daniel Defoe y La peste del francés Albert Camus. Son títulos que despiertan el interés por relatar precisamente dos experiencias –una real y otra ficticia– de la evolución de dos epidemias.
Daniel Defoe tenía cinco años cuando la peste llegó a Londres en 1665, año en que situaba su libro, por lo que su relato es considerado como una novela histórica. Sin embargo, también es válido señalarlo como una muestra de libro-reportaje escrito mucho después, a pesar de que su personaje principal y narrador, un hombre de negocios que mantiene una tienda, es una creación literaria. Le avala en cambio servirse de fuentes reales: datos, documentos y testimonios orales de supervivientes que pudieron darle noticia décadas después de no pocos detalles vividos. Por si fuera poco, su libro fue resultado de lo que podríamos llamar actualidad periodística, al escribirlo al calor de las secuelas de la epidemia en el continente con el rebrote en Provenza en 1721.
Esta reaparición de la enfermedad fue pretexto para que el autor, ya conocido entonces por su Robinson Crusoe, abordara su nuevo libro en el que, por cierto, también aludía a la sospecha de que la peste, antes de llegar a Londres cincuenta y seis años atrás, podía haber procedido de varios lugares, siendo Oriente una de las posibilidades. Incluso iniciaba su relato aludiendo a que el gobierno estaba bien informado del asunto pero al principio mantenía en secreto su gravedad, al igual que mencionaba la salida y éxodo de familias londinenses a otros lugares –¿segundas residencias?– para librarse del contagio. La expansión por distintos barrios de la ciudad, desde su detección en una de sus zonas, la dependiente de la parroquia de St. Giles, era relatada desde dentro por el protagonista, al que Defoe le adjudicaba sus propios conocimientos del suceso.
En el siglo XX esta obra no fue desconocida para Albert Camus, hasta el punto de que se considera como una fuente de inspiración del escritor nacido en la Argelia francesa. En 1947 Camus, que recibiría el Premio Nobel diez años después, publicó su novela La peste. En sus páginas imaginaba el surgimiento de un brote epidémico extendido rápidamente por Orán, cambiando las costumbres y vidas de sus habitantes. El protagonista principal era aquí un médico, el doctor Rieux, y a través de él Camus reconstruye la evolución del contagio desde el momento en que aparecen unas pocas ratas muertas hasta que se traslada a la población, viéndose las autoridades obligadas a cerrar la ciudad.
La actitud del doctor Rieux es prodigiosa y ejemplar por su humanismo. Encarna el riesgo que asume el frente sanitario en situaciones límite. Algunas de sus palabras son elocuentes en la obra, y hoy –bajo el efecto emocional de la pandemia del covid-19– nos seducen por su paralelismo. El médico justifica todo su empeño y sacrificio en su deseo de ser útil a sus conciudadanos desde su profesión: “La salvación del hombre es algo demasiado grande para mí, solo me interesa su salud”, llega a reconocer.
Bocaccio, Defoe y Camus son tres exponentes literarios que destacan en la incorporación a sus obras de los rigores epidémicos. Es más, los libros de Defoe y Camus centran su acción enteramente en ello. Pero epidemias aparecen también en Edipo rey de Sófocles, cuya acción inicial la provoca el deseo de conocer el origen de la peste que asola Tebas, en Los novios de Alessandro Manzoni, con aparición en su última parte de la peste que corrió en 1630 por Lombardía conocida como plaga milanesa –otra rabiosa coincidencia–, en El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez, que reconoció haber releído La peste de Camus cuando preparaba esta novela, y hasta en Ensayo sobre la ceguera de Saramago, que arranca con la parada de un conductor ante un semáforo en rojo que no puede reanudar su marcha al ponerse en verde porque de pronto queda ciego, comenzando así una curiosa pandemia de ceguera. Y hasta podría enumerarse una lista más larga.
Son obras que no ocultan metáforas, pero que ahora, bajo los efectos de la pandemia, adquieren un significado de precedentes, de aviso de que la historia es de ida y vuelta. Acaso por ello, quizá convenga rescatar una frase de Albert Camus en su novela que nos regala una analogía: “La peste no era para ellos más que una visitante desagradable, que tenía que irse algún día puesto que un día había llegado”.
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Excelentes paralelismos literarios
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Fantástico, en unos minutos he viajado en el tiempo y por el mundo, con el pensamiento de que la historia se repite y con el deseo de que tal y como empieza se acabe. Gracias
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