Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Cultura

#LibrosaLibros

#librosaLibros (Fuente: imagen para la red social de Twitter @MiPuebloLee).

Dice el refrán que «el nombre hace al hombre» (y a la mujer, claro, aunque no caiga en verso). Y algo parecido podríamos decir de la toponimia cuando nos explica el origen de los nombres de los lugares y, en esa explicación, nos acerca a ellos en las características o singularidades que los hacen lo que son.

Sin embargo, es cosa sabida que el refranero no siempre acierta y, en ocasiones, nos encontramos con circunstancias como la de Libros, un municipio de la provincia de Teruel, en la comarca Comunidad de Teruel, a orillas del río Turia, también llamado Guadalaviar, de poco más de 100 habitantes, en el que ni el nombre hace al hombre, ni el tópos al lugar, porque en Libros, mal que les pese, y les pesa mucho, no hay biblioteca.

No quiere esto decir, entiéndanme, que no haya libros en Libros. Porque, sin duda, ha de haberlos en salones, desvanes, cuevas o sótanos, resto y recuerdo de aquellos tiempos cuando, desde principios de siglo y, especialmente, entre los años treinta y los cincuenta del pasado siglo XX, el pueblo fue creciendo hasta alcanzar más de 1500 habitantes, llegados estos al amparo del desarrollo de las minas de azufre, y para los que se había creado «La Azufrera» o «barrio de las minas», en el que había cafés, tascas, tiendas, escuela y hasta un economato.

Necesariamente, entre tanto trasiego de lugareños y forasteros cruzando sus vidas en la población turolense, con toda seguridad se moverían algunos ejemplares de aquellas «novelas y cuentos» de publicación semanal con las que avezados lectores podrían adentrarse en la obra de Moratín, Fernán Caballero, la Pardo Bazán o Pío Baroja. Y otras lecturas de mayor entretenimiento podrían encontrarse también, como las novelitas de Estefanía (Marcial Lafuente Estefanía) que llenaban el bolsillo, y el espíritu, de aquellos hombres de historias del lejano oeste más genuino, lejos todavía el tiempo en el que la televisión inundaría nuestras casas de indios y vaqueros, forajidos y buscadores de oro. Quizás, también, circularían entre la población aquellos cuadernillos apaisados en los que se narraban aventuras más patrias como fueron las del Guerrero del Antifaz. O las colecciones de la Biblioteca de Cultura Popular, de la biblioteca Sopena, de cuentos y novelas de Calleja, o de la editorial Juventud. Y para ellas, porque mujeres también las hubo, y no sólo las maestras, la lectura llegaría a través de las historias de amor de Corín Tellado o Rafael Pérez y Pérez, inundando los sueños de unas y de otras con la ilusión de encontrar un amor, pero uno de los de verdad.  

Ejemplares de novelas, lecturas propias de los años 30 y 40 del siglo XX, de editorial Juventud, Biblioteca Sopena y Biblioteca de Cultura Popular (Fuente: CLL).

Volvemos a este primer cuarto del siglo XXI en el que vivimos asombrados y un poco asustados, mientras recuperamos con pasión aquellos libros de hojas amarillentas y lomos restaurados miles de veces, que nos hablan de todas las manos que los sostuvieron y nos dicen que leer nunca pasará de moda mientras tengamos a mano un libro. Y, al mirar alrededor, observamos todos los libros que han ido llenando nuestras estanterías, que nos acompañan como buenos amigos, cada uno con una biografía única e irrepetible, contenido y continente formando parte inseparable de lo que hoy somos. Porque si el nombre hace al hombre y a la mujer, también nos hacen nuestros libros, todos esos ejemplares que han ido creciendo como hemos crecido nosotros, que han salido airosos de las mudanzas de casa y de espíritu, y se han salvado del expurgo que razón y corazón convienen de vez en cuando. Libros que, dejando de ser uno, pasan a ser el conjunto de nuestra biblioteca, un todo que nos nombra y nos define. Y pensamos en Libros, con la esperanza de que algún día Libros sea todo libros, y, sobre todo, todo lectores.

Para llenar Libros de libros, la asociación Mi Pueblo Lee – Red Rural de Festivales Literarios ha lanzado la campaña #librosaLibros, en colaboración con el ayuntamiento de la localidad, a fin de empezar a conformar lo que será la biblioteca de la que hoy carece. No es fácil el expurgo de la biblioteca propia, elegir los libros de los que vamos a desprendernos, como, si acaso, alguno de ellos pudiera sobrar. Es casi como desnudarse y mostrar abiertamente lo que nos da forma y bordea nuestro ser. Pero es, sin duda, mucho más fácil cuando los sabemos portadores de felicidad, cuando los imaginamos en otras manos. Cuando los pensamos leídos. Una y otra vez. Porque para eso fueron y para eso son. Multiplicados en cada lector, como el eco de nuestra voz si gritáramos desde la cima de las sierras que rodean Libros. 

Logo de la asociación Mi Pueblo Lee de la diseñadora gráfica y poeta Laura Arnedo (Fuente: mipueblolee.org).

Si les apetece contribuir a este proyecto, es tan sencillo como escribir a mipueblolee@mipueblolee.org y les darán toda la información. Y si quieren conocer mejor el proyecto de Maribel Medina «Mi pueblo lee. Red rural de festivales literarios» con el que pretende llevar a la España rural y semi vaciada la actividad literaria de la que disfrutamos los urbanitas, involucrados unos, ajenos otros, displicentes los más, aquí pueden encontrar toda la información sobre lo que han hecho y la agenda prevista para el otoño Mi Pueblo Lee – Red Rural de Festivales Literarios.

Cristina Llorens Estarelles

Bibliotecaria de la Escuela Europea de Alicante.
Subdirectora de Documentación Instituto Juan Gil-Albert (2015-2019).

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