Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

«Lectures d’estiu» (III): viajes (iniciáticos) sin fin

Fotografía: Irina Leoni (Fuente: Unsplash).

Viajar es una de las acciones preferidas por los humanos en tiempo de vacaciones. Buscamos destinos originales que contrasten con el medio donde residimos. Al mismo tiempo, pretendemos variar nuestras actividades en el sitio de destino, especialmente aquellas que se hacen al aire libre. Por lo general, buscamos climas diferentes y una variedad cultural y gastronómica que nos permita experimentar y tener nuevas sensaciones. Con todo, el presupuesto marca el tiempo de viaje, el tipo de desplazamiento y el lugar y la duración de la estancia; así, nuestros objetivos iniciales pueden restringirse a partir de las limitaciones económicas que tengamos.

Por suerte, siempre tenemos a mano el ensueño, o sea, la plasmación de un viaje imaginario que, a través del cine o, con mayor recorrido imaginario, la literatura, nos puede ofrecer. Numerosos son los escritores y las escritoras que han utilizado el pretexto del viaje para construir sus principales novelas. Desde el estadounidense Jack Kerouac con El camino (1951) o Los vagabundos del Dharma (1958), a la escritora británica Isabella Bird con A Lady’s Life in the Rocky Mountains (1886), una de las precedentes contemporáneas del género, a la catalana Aurora Bertrana con Paradisos oceànics (1930) o tantos otros autores más actuales como Javier Reverte con su Trilogía de África, tenemos a nuestro alcance un sinfín de obras donde la experiencia individual del viaje puede tener un alcance colectivo.

Con todo, lo más impresionante de la literatura es que nos ofrece, sin salir de casa y con un presupuesto mínimo, viajes por tierras imaginarias sujetas a la ficción de los autores. No hablaré de las propuestas que la llamada ciencia-ficción nos ofrece —con la derivación actualmente en boga en el mundo audiovisual de las sociedades distópicas, producto de epidemias o de guerras nucleares—; así me centraré en los llamados viajes iniciáticos. Me refiero a aquellas experiencias de viaje que tienen un propósito más profundo y simbólico que simplemente el del turismo o la exploración superficial. Diversos autores han ofrecido historias donde se lleva a cabo una transformación personal, espiritual o emocional del protagonista. Así, este consigue un nuevo estado de comprensión, conocimiento o identidad. Se concretan diversos desafíos físicos, mentales o emocionales que ayudan al viajero a enfrentar sus miedos, superar obstáculos y aumentar su formación humanística sobre sí mismo y el mundo que les rodea.

Recuerdo diversas lecturas que podríamos localizar en este subgénero narrativo: Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister (1795-1796) de Goethe, Enrique de Ofterdingende Novalis, publicada póstumamente el año 1802, Siddhartha (1922) de Herman Hesse o la más reciente y cercana Quanta, quanta guerra… (1980) de Mercè Rodoreda. Unas obras clave para entender cómo unos individuos emprenden unos viajes con el propósito de adquirir sabiduría, conocimiento y una mayor conciencia de sí mismos. Todo ello con un conjunto de personajes secundarios que se encuentran en su camino y que favorecen o dificultan su aprendizaje, en medio de posibles ritos iniciáticos o pruebas que concretan cada escalón que ascienden en su formación.

Dentro de esta forma de entender los viajes podemos localizar una de las primeras obras del escritor francés André Gide, El viaje de Urien (1893). Una pequeña joya poco conocida por los seguidores de quien fue premio Nobel de Literatura en 1947, que nos ofrece un recorrido circular apasionante de un personaje que desconocía inicialmente los efectos en su conciencia. Un desplazamiento que aparece como imprescindible para unos protagonistas que habían llegado al límite de la adquisición de conocimiento con el estudio: «Hemos dejado nuestros libros porque nos aburrían, porque un recuerdo inconfesado del mar y del cielo real nos había privado de la fe en el estudio». Toda una declaración de intenciones de unos humanos que esperan el enaltecimiento de «sus almas» para llevar a cabo un trayecto desconocido que los llevará a conocer una inmensa variedad de aguas dulces y marinas, con una amalgama de colores bien diverso, correspondiente a las diversas etapas de su aprendizaje.

De aguas rosadas a verdes, de azul intenso a azul más claro, todo ello para hacernos entender que la vida está llena de claroscuros, que nada es como parece, que todo depende de nuestro punto de vista y estado emocional. Gide vuelve a ser nuestro maestro, nuestro guía por tierras desconocidas, y nosotros, cual Urien encima de una embarcación, el ansioso joven que ha roto su situación de acomodo para emprender una gira desconocida por diversos puertos del mundo. Porque viajar ensancha las miras, nos permite entrar en contacto con otros mundos paralelos al nuestro; y con la literatura, desde hace más de cien años, podemos aprender que cualquier situación es posible y que nada más tenemos que intentar adaptarnos a los cambios y llevar adelante nuestros retos. ¡Palabra de viajero permanente!

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

Comentar

Click here to post a comment