Eran aproximadamente las 15:30 horas del lunes por la tarde, levanté la cabeza del ordenador y percibí que había algo raro en el ambiente, algo diferente. Me asomé a la ventana, miré al cielo y entonces vi que la luz tenía una extraña tonalidad amarillo-naranja, cual cinturón de karate.
Era la calima: altas cantidades de polvo en suspensión recién llegada del Sáhara que durante toda la semana, pulularon por la península dejando escenas que podrían encajar perfectamente en Mad Max, Dune o Star Wars, tres obras donde el desierto es protagonista.
Los más ecologistas (y apocalípticos) vieron en la calima la enésima advertencia de la naturaleza que, sabia ella, nos hizo un avance de lo que nos espera como sigamos por este camino: un mundo donde tendremos que cambiar los vaqueros por la túnica beduina y el coche por un camello. No sería mala opción esta última, viendo que el precio de la gasolina sigue disparado.
Llenar el depósito se convirtió la pasada semana en una experiencia similar a la de ir al dentista: sabes que tienes que ir y empastarte la caries, aunque no te apetezca un pimiento sufrir. Para los ciudadanos de a pie fue la semana de la búsqueda de la gasolinera más barata a golpe de comparador. Para las gasolineras low cost, fue Semana Grande, porque literalmente lo petaron y vendieron como nunca. Para las gasolineras de toda la vida, semana de tirarse de los pelos por la pérdida de clientes hasta el punto de que la mayor de todas, como si fuera una Rusia cualquiera, desencadenó una guerra comercial con las pequeñas pasándose a la estrategia de competir por precio. Y para los transportistas, fue la semana de la huelga.
Hartos de que poner gasolina al camión fuera misión imposible y de vivir estrangulados por los costes de su trabajo, los muchachos y las muchachas del sector del transporte pararon su actividad de forma indefinida con el objetivo de apretar al gobierno para que tome cartas en el asunto y arregle el disparate energético en el que vivimos.
Mercadona, fiel termómetro de la sociedad, ya mostró los efectos: si la semana pasada el aceite de girasol brillaba por su ausencia, en esta los yogures escaseaban. Normal, teniendo en cuenta que la industria láctea tuvo que parar la actividad por la huelga con las ya icónicas imágenes de los ganaderos tirando miles de litros de leche a la alcantarilla. ¿Y qué hizo el gobierno mientras el transportista estaba parado y el lechero tiraba el zumo de vaca a la cloaca? Bueno, pues decir que tocarían algún impuesto por aquí, otro por allá y poco más por el momento.
Bajando el dramatismo de nuestra escaleta, protagonista de la semana también fue Rosalía que presentó su nuevo disco Motomami después de haber calentado Tik Tok con avances de sus singles (es la última moda, mostrar fragmentos de canciones como si fueran tráileres) y haber creado un hype (expectativas) inmenso.
Pero en su promoción se le coló una robaplanos: la musa del fascismo y neonazi declarada Isabel Peralta, a quien Alemania no dejó entrar en el país y con buen criterio nos la devolvió, para desgracia nuestra que tenemos que soportar sus tonterías otra vez. ¿Los motivos de la deportación? Bueno, Peralta tuvo la brillante idea de entrar al país con el Mein Kampf de Adolf Hitler como libro de bolsillo en su equipaje de mano. No hay más que decir. Si había algún neonazi que pensara que su ideología es tan superior como su raza, esta genialidad de su musa debería disuadirle de que son mejores que los demás. Si acaso más lerdos.
La información deportiva, por su parte, dejó buenas noticias, con tres equipos españoles clasificados para cuartos de final de la Champions League como son el Atlético de Madrid (la flota de autobuses ya está lista para una nueva eliminatoria), el Villarreal y el Real Madrid; y uno para los cuartos de final de la Europa League, el Barça. También hubo lista de la selección española donde se cayeron el único que quedaba de los que ganaron el Mundial, Busquets, el portero más determinante del Mundial de Rusia, De Gea; y entró como futbolista random de la convocatoria (en cada una de ellas hay uno) el guardameta David Raya, cancerbero del Brentford por si alguien no lo sabe. Sí, yo he tenido que buscarlo.
Y cerramos el artículo con Ucrania, como no podía ser de otra forma. La guerra sigue y la lucha vive. En un resumen rápido, esta semana ha sido la del bombardeo del cuartel de reclutamiento a 25 kilómetros de que entre la OTAN y la del encumbramiento de Zelenski como mito (buena parte de la culpa la tienen su icónica camiseta verde y su teléfono irrastreable) y ponente más buscado en las conferencias políticas entre potencias y organismos. Hay quien ya incluso ve en él a un Premio Nobel de la Paz, algo curioso porque no ha podido evitar una guerra.
Pero también ha sido la semana de los refugiados dispersándose por toda Europa, la de los bombardeos indiscriminados a lo largo y ancho de Ucrania y la de la resistencia de Kiev Kyiv, que mira que le aprietan en el asedio, pero no cae ni a tiros ni a bombas. Normal: tan formidable no será el ejército ruso como nos lo vendían, cuando sus soldados no saben ni leer la palabra “niños dentro” escrita en cirílico desde el avión con el que bombardearon el teatro de Mariúpol.
Visitor Rating: 5 Stars
Alex: Muy bueno, sobre todo lo del camello y lo del Nobel de la Paz. Un abrazo.