Septiembre es el mes por excelencia en el que todo vuelve a comenzar. Las flores quemadas por el sol se desprenden de sus ramas como señal de que el otoño nos abriga con sus incipientes vientos gélidos. El bullicio de las playas se transforma en un silencio lleno de paz, y los pupitres sonríen de alegría con los alumnos pletóricos por ver a sus amigos, de nuevo, aunque con morriña por no poder acostarse más a horas intempestivas.
Desde Londres.
Para los progenitores septiembre les produce sentimientos contrariados. Para aquellos que no tiene la posibilidad de tener un familiar que cuide de sus pupilos, la vuelta al colegio es liberadora ya que dejan atrás las preocupaciones de dónde y con quién dejar a sus hijos. Por otra parte, septiembre viene cargado de un notable descenso de sus finanzas.
Libros, cuadernos, lápices, uniformes, el autobús, el comedor del colegio, las actividades extraescolares, las excursiones y algún que otro contratiempo de última hora que pueda surgir, son los principales motivos para que la cuesta de septiembre sea, si cabe, tan difícil de superar como la de enero.
Como es de imaginar, dependiendo de cada país y cada cultura, el presupuesto se enfoca más a unas cuestiones u otras. Por ejemplo, en España el mayor gasto va destinado a los libros: 150€ de media por hijo. Mientras que en Reino Unido, los uniformes son los culpables de que cada padre emplee unas 120£ -alrededor de 142€- por crío si están en educación primaria y unas 250£ -alrededor de 295€- si el retoño está cursando secundaria. Cabe destacar que en Gran Bretaña los libros son gratuitos y son sólo para uso en los centros educativos. Para estudiar en casa los alumnos disponen de sus apuntes. Obviamente, en cuanto al material escolar y extraescolar el montante depende de cada familia, aunque por regla general la media se sitúa en ambos países en los 250€.
A diferencia de lo que ocurre en España, donde en casi ningún colegio público los alumnos llevan vestimenta oficial, en Gran Bretaña es al contrario. Ya sea enseñanza pública, concertada o privada, en la mayoría de las escuelas los estudiantes son obligados a ataviarse con uniforme.
Caroline Mbang-Haafkens es una holandesa afincada en Luton con tres discípulos en edades escolar. Desde su punto de vista, tener que comprar todos los uniformes al mismo tiempo implica un gran desembolso de dinero al inicio del calendario lectivo. Sin embargo, considera que a medio-largo plazo le compensa, ya que evita que desgasten sus prendas personales, con lo que no tiene que ir de compras a menudo. Otra de las ventajas que Caroline ve en el hecho de ataviar a sus descendentes con el uniforme es que se soslayan las diferencias económicas entre los compañeros. A pesar de ello, en caso de que tuviese la opción de decidir si acicalar a sus hijos con la vestimenta escolar o no, Caroline se decantaría por el no. “Para mí el hecho de que los adolescentes acudan a la escuela con la ropa oficial del establecimiento les impide desarrollar su propia personalidad. En el único aspecto en el que son libres para escoger lo que les gusta es en los zapatos, aunque con restricciones dado que éstos deben ser negros.
Por otra parte, a pesar de que en algunos aspectos las diferencias entre los dos países son evidentes, en cuanto al aprendizaje de una lengua extranjera no lo son tanto. En España estamos acostumbrados a ver en los medios de comunicación noticias en las que queda de manifiesto el nefasto nivel de inglés que, en general, se imparte en los centros educativos del país. Si alguien no tiene la fortuna de que sus padres le pueda pagar una academia particular o una profesora, como fue mi caso, difícilmente se podrán desenvolver en la lengua de Shakespeare en el caso de que decidan coger las maletas y explorar el extranjero, ya sea como turista o como residente de un país anglosajón.
Esta deficiencia en el sistema educativo también se produce a la inversa. No obstante, he tardado cuatro años en darme cuenta de ello. Siempre alabé el calendario escolar británico, ya que cada seis semanas de clases los escolares gozan de una de descanso. Cierto es que hasta mediados de julio los colegios están llenos de gritos y carreras por el patio y pasillos, pero en vez de tener tres meses de vacaciones como en España, sólo tienen seis semanas. Este hecho hace que los alumnos, especialmente los de menor edad, no noten tanto el choque de volver a los libros, ya que los conocimientos no se habrán olvidado.
Volviendo al tema lingüístico, he conocido algunas personas que han impartido clases de español o que tienen en mente hacerlo, a pesar de que no es su lengua materna. El que no sean nativos no sería problema siempre y cuando sus conocimientos acerca de la lengua de Cervantes fuesen buenos. Dado que proceden de países con idiomas parecidos al nuestro, se aprenden ciertas palabras y con eso ya les vale para ejercer de profesores.
Pero las carencias del sistema educativo inglés, en cuanto a lenguas extranjeras se refieren, va más allá de los ejemplos espetados con anterioridad. Marta Bouzas, una española afincada en Inglaterra casada con un irlandés, ha manifestado su asombro e indignación cuando su cuñada, la cual es maestra, le informó que la habían elegido como la encargada de impartir las clases de español a los prescolares de su colegio. Incluso la afectada por esta decisión consideraba que era una vergüenza que le asignara esa tarea dado que sus conocimientos de español eran nulos. Cuando le dieron el programa lectivo, le explicaron que bastaba con que se aprendiese los colores, número y algunas palabras más para ejercer su profesión en español.
Cuando supe esa información mi primer pensamiento fue: “si mis hijos acudieran a esos colegios la queja que pondría sería impresionante, ya que si apunto a mis descendientes en un colegio porque ofertan ciertas asignaturas lo que espero, como mínimo, es que los profesionales a cargo de ella tengas las cualidades y aptitudes necesarias para impartir los conocimientos de manera profesional”.
Al final todo apunta a que ni los buenos son tan buenos, ni los malos son tan malos. Siempre estaré a favor del aprendizaje de nuevos idiomas dado que eso nos da una visión más amplia del mundo, nos permite viajar y conocer a más personas y, sobre todo, ser más tolerante con aquellos que no tienen el mismo origen que nosotros ni ven el mundo desde nuestra perspectiva. Pero para ello necesitamos que los educadores estén bien formados, porque de lo contrario seguiremos contando con fracasos escolares así como personas carentes de empatía ante lo ajeno.
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