Se agrietan los cielos desde el horizonte. Tiemblan ríos y mares en la estepa. Se rompe el alma del poeta. Surgen lágrimas de su corazón e inundan los sinos de la Tierra.
Como os voy a contar, así os aseguro que nacieron los sentimientos humanos, esos que hicieron surgir la sensibilidad y la poesía. Pero miles de años después, el hombre poeta crece llorando porque el mismo hombre mata esa sensibilidad que dio humanidad al ser humano.
Sólo se oía el silencio. Era de noche. La Luna ponía música a la oscuridad e iluminaba un árbol que mostraba su silueta al infinito. Bajo el árbol, unas figuras dormían. Sobre el árbol, mucho más arriba… las estrellas, puntos de libertad. Más allá, sobre un montículo, ocupando la penumbra, una figura; tosca, no muy grande. El pelo alborotado y negro. La cara ancha y angulosa. Los ojos… perdida la mirada, hablan a la luna en el firmamento.
Se levanta sobre las plantas de sus pies. Y se ve una figura al trasluz, en una altura, a la media noche. Baja rápido hasta el árbol, se arrodilla sobre la sombra de una muchacha, y con una mano ruda como el pedernal le coge la cara y la mira, en su rostro ve la Luna. Gruñe, no sabe sonreír, y gruñe como una sonrisa. Nació el primer poema.
Un grupo de… hombres… –eran hombres, porque ya tenían un poeta– caminaban bajo aquel sol que amanecía. Sin saber que la tierra gira, sin saber qué es el sol… Un pequeño grupo de sabios se acerca a la laguna entre frutos silvestres y peces de aceituna.
Y una mano ruda coge una cara joven de muchacha y, aunque es de día, vuelve a ver la Luna.
Así os aseguro que nacieron los sentimientos humanos, esos que hicieron surgir la sensibilidad y la poesía.
Miles de años después, el hombre poeta crece llorando porque el mismo hombre mata esa sensibilidad que dio humanidad al ser humano.
Miles de años después, el viento esparce los versos. Y entre los versos rotos le sorprendió una ráfaga. Balbuceó tirado entre la acera y su casa. Su último pensamiento de alquitrán fue ella. Sintió en su cuerpo las dentelladas de una ráfaga. Fue la última bocanada de amor. El mensajero: el viento de la mañana.
La Tierra está llena de flores negras de negro hierro. Son columnas de humo vistas desde el cielo. Almas negras con capucha de terror y desconcierto siembran los pasos de miedo. Van matando a los hermanos que caminan en el silencio. Atraviesan las barreras para imaginar con atentados cómo será el fin del infiel Occidente que bosteza y duerme. Y que, para defender sus democracias atascadas, se levanta alzando el tridente que vuela por los aires del cielo cargando su puntería con fuego.
En las duras batallas del orbe los gemidos de las razas acongojan, hablan los soldados y sus armas… Nunca había sentido las caricias punzantes de la conciencia abandonada en las rotas calles de la mismísima nada. Los cuerpos apilados se mezclan de sangre y grasa. Noche negra. Columnas brillantes de fuego. El apocalipsis canta entre los sueños. Las casas lloraban ensangrentadas de miedo. Los habitantes son humo flotando en el cielo.
Caminando entre los laberintos que acentúa el tiempo arrastran los tobillos sin esperanza sus sombras como perros en el desierto. Sujetan las almas con sus ojos clavados en la mísera arena del suelo. El sabor de la amargura alimenta el viento que degustan con fruición los buitres de hielo. Las hienas de la tarde rompen con fuego los campamentos de refugiados, niños que juegan con el miedo de los hombres y mujeres que perdieron el néctar de sus sueños entre la mirada inexpresiva y ausente de sus muertos. Su historia y su pasado no existen, son carne masticable de periódico, anécdotas de televisión con langostinos, imágenes entre vino blanco y fresco.
La humanidad, los dirigentes de los países, los que controlan el poder, la economía… muestran su debilidad e impotencia ante un ataque masivo e invisible. Suenan en los tímpanos los sones de una pandemia. Hay celeridad por encontrar una vacuna. Es una carrera por llegar el primero, por conseguir el prestigio, por los euros del premio, por su puesta en el mercado… Luego vendrán las especulaciones por encima de fallecidos y contagiados. Y la población atemorizada, con informaciones contradictorias… Tratados como animales domésticos, que sin tener los dirigentes las cosas claras y confrontados con la “oposición” van tomando caminos que dejaron y volvieron a tomar sin seguir unas directrices claras apoyadas en los informes científicos que las avalen, dando en muchas ocasiones los pasos contrarios que aconsejan dichos informes. Contagios y contagios, olas y nuevas olas… Hablan de las patentes, como si por encima de las patentes no estuviera la vida y la desprotección de los más desfavorecidos del planeta, que a la postre, son los olvidados, los que viven anclados a sus miserias, en la última esquina del mundo, en el rincón más profundo del abismo. Y surgen las lágrimas del poeta.
Vuelven a hablar los obuses. Andan los muertos callados, alfombran las calles de sangre y verde. Los cascos en los que antes hubo flores… ahora cubren las calaveras de la muerte. El poeta arranca con los dientes los adoquines del asfalto e inunda el suelo de lágrimas. Arrastra su cuerpo por la calle; siente cómo se lo arrancan de cuajo cuando la sirena de blanco aúlla espanto llena de cadáveres. Solloza de tanto dolor bajo la luna llena sentado en el frío portal de una calle vacía y negra. Han roto los sueños inocentes del alba gris rayas de fuego que rasgan el cielo ensangrentado. Los silbidos que vuelan despiertan los tímpanos del miedo. Explosiones, llamas y edificios con los huesos rotos. El rey de los infiernos conquista la ciudad.
Nos seguimos vacunando con la esperanza de un respiro y la incertidumbre de otra ola que apague nuestros sueños de primavera. Seguirán los enfrentamientos y las guerras. Y los hombres y mujeres de lo que llamamos “el tercer mundo” con sus hijos continuarán en la esfera oculta de los que solo miden su poder y sus riquezas y seguirán arrasando para aumentar su “egocodicia” y su “almasiberia”.
Eran hombres porque ya tenían un poeta, semilla de la humanidad y la poesía. Hoy su sabiduría permanece callada en el fondo de las conciencias.
¿POR QUÉ ESTÁIS HACIENDO LLORAR AL POETA?
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Excelente artículo de prosa poética, ajustado a los tiempos que vivimos de incertidumbres, pandemias y vacunas. La esperanza en el ser humano es una muralla con un camino encima que sube siempre.
Muchas gracias.
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