Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Opinión

Las (hogueras) barracas de San Juan

Barraca en 2018 (Fuente: diario "Información").

Entré en la tienda con la intención de comprarme un bañador. Me atendió llena de amabilidad una empleada, Rosario. Aparentaba unos treinta y cinco años de edad. Era una hora temprana de esta semana. Ya las hogueras han pasado y Alicante se despierta bostezando. Quien bostezaba con un gesto de timidez era Rosario, la mano no alcanzaba la apertura de la boca. Rosario estaba claramente cansada a pesar de la hora de la mañana. Ciertamente, tenía el aspecto exhausto. Las hogueras, me aclara. No escribo cuál fue la exclamación real de la muchacha.

Así son las cosas, uno siente que es víctima única de algo, hasta que te das cuenta de que hay más personas que se duelen de lo mismo. Pero… no viene bien aquello de “mal de muchos…”. Claro, han sido las hogueras de… perdón, quiero decir, las barracas de san Juan, la fiesta del pueblo. ¿De qué pueblo hablamos?

Me acordé de nuestro alcalde (don Luis, sí, me vino tu cara a la cabeza, no pude evitarlo). Me acordé de mi huida un 19 de junio y me acordé, de paso, de la multitud de motos de gran cilindrada y seudo-coches fantásticos que provocan estruendos en la ciudad, ante la ninguna acción de los responsables. No es cosa de las hogueras, esto último viene sucediendo desde hace años.

El caso es que mi esposa y yo nos “piramos” a Madrid un 19 de junio, con la excusa de ver a la familia de mi hija Ana. Mis queridísimos nietos madrileños. Picados por el remordimiento, regresábamos el día 24, para ver la cremá de alguna hoguera.

La edad tiene un problema: la capacidad de poder comparar. Me acuerdo que era yo pequeño, probablemente un niño de siete años. En aquel tiempo las Hogueras de san Juan cumplían su cometido, como hogueras, es decir, como monumentos a quemar, siguiendo una tradición establecida desde 1928 por José María Py. Las barracas suponían un adorno suplementario de la gran fiesta que constituían los monumentos hogueriles. Predominaba la música de bandas, que desfilaban por las calles a todas horas. La despertá era un hecho que implicaba estar dormido y sucedía, con pasodoble incluido, a las siete y media de la mañana.

Recuerdo que, justamente, enfrente de casa, en pleno jardín de Calvo Sotelo,  se organizaba un lugar donde las gentes cenaban y comían, al compás de una pequeña orquesta. Casualmente, uno de los años, siendo yo un chavalito, estaba con un proceso febril, sería un catarro, y mi padre bajó al paseo a pedir a los miembros de la banda que ¡por favor! tocaran un poco más bajo, “porque el niño estaba malito”. Y así se hizo. No se dejó de tocar, sencillamente, la banda tocó más bajo. Ha pasado el tiempo. Al menos setenta años.

Acaban de pasar las últimas hogueras-barracas. Un periodo de tiempo en que la fiesta es la norma. Se plantan los monumentos, algunos magníficos, otros más sencillos. Monumentos al fin, donde se critican algunas cosas criticables; se homenajean otras cosas homenajeables. Monumentos cada vez más pequeños, bajo la impresión popular de que cuanto más grandes son las barracas más menguados aquellos. De tal modo que lo que se ha llamado desde su fundación “Hogueras de san Juan” ha acabado por transformarse en “Barracas de san Juan”, a mayor gloria de cuatro o cinco.

Aceptémoslo, las hogueras ya pintan bien poco.

El caso es que en ese periodo de tiempo se ha producido un fenómeno digno de estudio. El alicantino huye a la periferia (léase playas) u organiza viajes con cualquier excusa (nosotros hemos aprovechado para ir a Madrid). Tiempo justo para ver cuatro hogueras… y espacio entre medio hasta que el día 24 se regresa para presenciar la cremá. Las noticias informan de la afluencia de personal de afuera y de miles de personas ajenas que acuden al evento. Es como un canje. El alicantino se marcha harto del “Bombombombom. ¡¡¡Alicaaaaanteeee!!! Bombombom” y el turista acude al follón, con  la conciencia de unirse a él en cuerpo y alma y el convencimiento de que cuando guste podrá retirarse a su lugar de descanso, donde se habrá cuidado bien de que el ruido no les ataque.

Es curioso (al menos). Hasta hoy me es un tanto enigmático que salga lo que salga por los altavoces de la barraca, suene siempre igual. La Quinta de Beethoven: ”Tatatachaaaan-tatatachiiiiin-tatatachaaan- bom-bom-bom-bom”. O la canción Mediterraneo de Serrat: “… escondido tras las caañas duerme mi primer amooor llevo tu luz y tu olooor por donde quiera que vayaaaaa… bom-bom-bom-bom ¡¡¡Alicanteeeeee!!! Y amontonado en tu arena, tengo amor, juegos y penas, porque yooooo nací en el Mediterráaaneooooo. Bom-bom-bom-bom ¡¡¡Alicanteeeee!!!». Y otro apenado, etc.

Y cuando los tapones de cera que aminoran la alegría fogueril se han declarado en huelga de tapones caídos, el susodicho alicantino se pierde  rumbo al chaletito, al apartamento de la playa o en busca de la diosa Cibeles. Un desmadre que ¿hay que consentir porque es políticamente correcto? ¿Se trata del “pan y circo” de los antiguos romanos? Sin pensar en: niños, ancianos, discapacitados, enfermos… ¡gente que tiene que levantarse al día siguiente para acudir al trabajo! Como la pobre Rosario. Todos residentes en una zona supercontaminada y sin capacidad para abandonarla.

¿Cómo se puede consentir desde la administración pública tanta contaminación medioambiental, fundamentalmente por el ruido que supera (mañana, tarde y noche) las mínimas barreras de la prudencia? Lo repito: mañana, tarde y noche, que desde las 12 del mediodía puede estar en bom-bom-bom ¡¡¡Alicanteeee!!! hostigando (véase el eje del mal: Paseo de Gadea – paseo de Soto – Montañeta – Plaza Nueva. O, si no, Oscar Esplá y aledaños, lugar de residencia de nuestra empleada somnolienta Rosario).

¿Qué es para el excelentísimo Ayuntamiento la dignidad humana? La dignidad de los niños. La dignidad de los viejos. La dignidad de los enfermos. ¿La dignidad de los “atrapados” sin capacidad de huida? Ahí te quiero ver amigo. Mucho protestar por el maltrato a los toros, haciendo caso omiso de lo que supone un verdadero maltrato físico y psíquico al paisano. Ah, que el paisano tiene capacidad de marcharse esos días. El que puede. ¡Pues, que pueda! ¡Vale!

Y volvemos al principio: La edad tiene ese problema, la capacidad de poder comparar. Me acuerdo que, cuando era yo pequeño… Hala, todos al bucle.

Post-data

Me comentaba la joven Rosario: ¿Por qué no montarán las barracas en zonas de extrarradio, alejadas del núcleo urbano?

Se nota que Rosario es joven.

Francisco Más-Magro Magro

Alicante (San Blas) 1946. Médico Gerontólogo.
Miembro de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología, de la Asociación Gerontológica del Mediterráneo y del Ateneo Cultural del COMA. Ha publicado en diferentes revistas de poesía y prensa diaria, así como cuatro libros de índole histórico y biográfico y otros cuatro poemarios.
Es un médico que escribe.

5 Comments

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  • Se llama dinero. El dinero que dejan los que vienen y viven las fiestas es mejor que el que no dejan los que se van

    • Estimado yo. Toda la vida hemos conocido las hogueras y nunca con este escandaloso vasallaje: La salud de los ciudadanos (que somos los que pagamos los impuestos).
      ¿Qué ha pasado, al menos en el centro de la ciudad, con las bandas de música? Han desaparecido los protagonistas mas importantes de la fiesta. Sustituidos por escandalosos pica-discos, barracas a rebosar de publico, sonido que rompe cualquier norma de bienestar social. Desacato al buen gusto y a una sencilla educación.
      ¿Qué ocurriría si accidentalmente hubiera cualquier problema en la Avenida de Federico Soto? ¿Se piensa en el dinero o en la salud de los alicantinos? Se quiere montar una barraca multitudinaria, hágase en lugares exentos de viviendas.

      • Admirado Francisco Mas-Magro: clarividente repaso a la evolución de la fiesta de las Hogueras de San Juan. Las Barracas se han comido, de forma parcial, pero notoriamente, la esencia de unos festejos que conservan multitud de actos preciosos de gran acogida y disfrute, muy populares y hermosos, pero que miles de familias no disfrutan porque huyen del ruido insoportable de la inmensa mayoría de las barracas. Habría que abrir un debate de altura y anchura sobre el futuro de las barracas. Negar que son un problema es negar la evidencia. ¿Solución? Muy difícil. ¿Sería viable copiar de la Feria de Sevilla, llevando las barracas a una zona sin viviendas? Mucha gente habla de reunirlas en la zona de Rabasa. Eso lo saben los dirigentes de la Fiesta. Entonces, ¿qué?

        • Gracias Ramón. El problema se encuentra en los despachos del Ayuntamiento. En sus manos se encuentra la solución. Mas, ¿quien le pone el cascabel al gato?

        • Querido Ramon. Gracias.
          El problema se encuentra en manos del Ayuntamiento. Pero, ¿quién le pone el cascabel al gato?
          Un abrazo.