No he querido saber, pero he sabido que el hombre con el que había decidido pasar el resto de mi vida, con el que pensaba formar una familia, con piso, hipoteca, perro, hijos y todas esas cosas que vienen en el lote de las familias, se ha besado con otra mujer, una que no soy yo, que eso es lo que realmente quiere decir otra, una distinta, la no yo, la no su-mujer, la no su-mujer-futura-esposa, o con otras, porque siempre hay otras mujeres alrededor, otras que parecen estar a la espera, quizás esperan su turno de beso, o de algo más, porque quién dice que no esperan también su turno de amor, de ese amor fugaz, cogido con las pinzas de la circunstancialidad a las puertas de un hotel, en una tarde de concierto, o en una noche de fiesta de empresa, ese amor que no les pertenece ni tan siquiera fugazmente, porque es a mí a la que se lo confió, a mí y no a otra, y, por eso, porque he sabido, aunque no he querido saber pero, finalmente, he sabido, y han sabido todos, especialmente porque han sabido todos, los otros, los distintos, ajenos, extraños, extranjeros de visita en el paisaje de nuestro amor, por eso, solo por eso, me he encerrado en el baño, frente al espejo, en la soledad helada del mármol blanco, me he abierto el escote del vestido, y me he buscado el corazón, para disparar sobre él y matarlo, matar el latido del amor que aún lo sacude, mi mano firme contra todos los que lo saben todo, contra mi latido, contra mi corazón.

Cierro el libro, y la pantalla se funde en negro. Levanto la vista y observo la realidad que me rodea. Me doy cuenta de que llevo puestas las zapatillas de deporte. Quizás debería salir a correr. Pero también podría seguir leyendo. Podría ponerme cómoda y empezar Los enamoramientos, deslizar el dedo por la pantalla y devolverla a la luz azul de la lectura digital. Solo tendría que quitarme estas zapatillas que apenas uso porque, en realidad, yo no corro nunca, ya corre la vida lo suficiente como para sumarle vértigo a la carrera. Sin embargo, lo que verdaderamente tendría que hacer es sentarme y terminar el artículo que ya debería tener escrito si no me hubieran atrapado las palabras de Javier Marías y su Corazón tan blanco. Ese artículo sobre el derecho a no saber, que se me resiste. Quizás se me resiste porque no es sobre el derecho a no saber sobre lo que, realmente, debo escribir, sino sobre el derecho a poder decidir no saber. Ser libre para no querer saber y, sobre todo, libre para no querer que los demás sepan. Y seguir viviendo con ello, no saber y seguir amando, no saber e ir cada día a trabajar, saludar al guarda de seguridad, y tomar café con los compañeros, ir a comprar, salir de marcha, y leer novelas de amor recostada en el sofá. Están esperando el artículo. Y yo, aquí, tranquilamente leyendo. No he querido saber, pero he sabido. Las heroínas románticas deben volver a la estantería. El resto, volvemos a la vida.
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Bueno, bueno. Cristina, creo que la prosa de Javier Marías no es muy superior a la tuya. Aunque, a lo mejor, lo tuyo es poesía pura. Hermosas letras. Corazón tan blanco, enamoramientos, fidelidades, infidelidades y ese original ‘derecho a no saber’, con un final trepidante, soberbio: «Las heroínas románticas deben volver a la estantería. El resto volvemos a la vida». U n fuerte abrazo.
Querido Ramón, gracias, siempre, por tus hermosas palabras sobre mis textos. Te lo agradezco mucho, pero ni en mis mejores sueños de modestia podría aceptar el cumplido … ¡Marías me tiraría de los pies! Jajaja He de confesar que cuando leí “Corazón tan blanco”, cuando salió, pensé que ese era el libro que yo quería escribir. Bueno, ya tengo un párrafo … ¡todo es ponerse a ello! Gracias, de verdad, por tus palabras, hacen que ese “ponerse a ello” sea más fácil. Un abrazo
Hermoso y poético artículo para encuadernar y poner en la librería.
Felicidades Cristina
Muchas gracias Pilar, Marías lo pone fácil, y el amor, y el desamor, y la crónica rosa y … en fin, la vida, ayudan mucho. Gracias, feliz de que hayas disfrutado con la lectura. Un abrazo
Es difícil. Crear un relato de frases largas, con fuertes afirmaciones entre comas, que casi suena a poema vertiginoso. Versos como pescozones de monja dados en el alma. Tienes Cristina un relato con cuerpo y corazón y su pizca, no pequeña, de ironía. Gracias por el buen rato, tan breve, de lectura.
Gracias Francisco, era arriesgado porque si es difícil escribirlo ¡mucho más difícil es leerlo! Me daba miedo que un texto así ahuyentara a algunos lectores ¡el contador pone su presión! Bromas aparte, gracias por tus palabras, me hace muy feliz saber que has disfrutado con la lectura, esa es para mí, siempre, la intención primera. Un abrazo
Cristina, un artículo muy bonito.Felicidades, un abrazo Susana.
Querida Susana, gracias por tus palabras, cuánto me alegro de que te haya gustado. Un abrazo fuerte