Se puede ser torpe, se puede ser incompetente y se puede ser diputado del PP. Si además se es el diputado favorito del campeón mundial de lanzamiento de huesos de aceituna, poco más hay que añadir. En la escala de la estupidez sitúen ustedes a una persona cuya única obligación en esta vida, y por la que percibe unos 6.000 euros mensuales, es votar lo que le ordenen, apretar un botón; y lo hace mal. En las empresas privadas en las que trabajé se despedía por mucho menos de eso. En las públicas no; en éstas podía ocurrir que hasta se premiase, que es lo que ocurrirá en el PP. Pero esa es otra cuestión.
Con independencia de que los sucesos del jueves pasado en el Congreso de los Diputados sean achacables a un diputado lerdo o a una presidenta que barre para casa al aplicar sólo la parte del reglamento que le conviene, lo que se ha puesto de manifiesto es que el invento del voto telemático, sin que ponga en cuestión todo el sistema democrático, supone una adulteración grave de los usos parlamentarios y niega la esencia misma del parlamentarismo político.
La democracia es el respeto no sólo de las normas, sino también de las formas. Al Parlamento se va a hablar sobre lo que se propone, sea para gobernar, sea para mejorar la sociedad y la vida de las personas, y a debatir sobre estas propuestas, en la confianza de convencer a los presentes para que así las apoyen. En un escenario ideal cabría esperar que los razonamientos de quien propone algo fueran tan claros y convincentes que sólo los muy reacios se manifestarían contrarios en una votación. Y también cabría que los argumentos de quienes son emplazados a aceptar o rechazar una propuesta fueran tan brillantes que disuadieran al proponente de seguir adelante con su objetivo. Para eso sirven los debates, para tratar de llegar a acuerdos y en caso imposible, para pasar a tomar decisiones mediante votación.
De ahí que no tenga sentido que quien no ha escuchado razones a favor o en contra de una medida, pueda estar capacitado para hacerse una idea cabal de lo que hay que votar. La ausencia al debate debería ser motivo suficiente para impedir que el ausente se expresara. Pero, lejos de ello, el voto telemático ha venido a proteger un pronunciamiento sobre cualquier tipo de cuestión que sólo puede estar basado en la ignorancia.
Se me dirá que todo parlamentario conoce por anticipado la materia sobre la que se vota. Yo me permito dudarlo, aunque, en cualquier caso, si así es, sobran los debates, sobra tanto tiempo perdido generalmente entre escándalos y trifulcas. Llevado a extremos más prácticos, sobra incluso el voto individual presencial o telemático de quien va a votar lo que se le manda sin necesidad alguna de escuchar el debate: bastaría con el voto del jefe de cada grupo parlamentario con el valor que cada cual tuviera según los resultados de las que hubiesen sido últimas elecciones generales. (De hecho, el pasado jueves había pleno, que por algo se llama “pleno”, porque participan todos, pero por lo general a los debates cotidianos de la cámara asiste un cinco o un diez por ciento de los obligados a ello; no obstante lo cual votan, seguramente en conciencia).
La cuestión no es para tomársela a la ligera, y enlaza con el otro incidente de la semana pasada referido al voto emitido por dos diputados de la minoritaria Unión del Pueblo Navarro. Este partido se presenta ante el electorado asumiendo los postulados del Partido Popular, que renuncia a presentarse en la circunscripción navarra. Sus dos diputados, que han asistido al debate, han escuchado las bondades de la nueva ley laboral, o las desgracias que nos asolarán si se aprueba, e incluso han tenido la oportunidad de expresarse para intentar convencer al adversario de lo que ellos creen un error. Se diría que están capacitados para haberse formado una idea de lo que conviene a la Nación. Sin embargo reciben la orden de quien no ha estado allí para que cambien el sentido esperado de su voto. ¿Qué pintaban entonces ocupando sus escaños? ¿Por qué no se quedaron en Pamplona para votar telemáticamente lo que les impusiera el presidente de su partido? Y ya puestos, ¿por qué no se quedan siempre en su tierra y cuando haya algo que votar lo haga desde dos ordenadores diferentes el citado presidente de su partido?
Las normas seguirían elaborándose democráticamente, pero las formas…
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Estimado Luis: firmo tu artículo solidariamente. Este Parlamento no sirve para lo que tendría que servir. Es fruto de una ley electoral que tiene que cambiarse, pero que los partidos no quieren tocar porque no les ‘interesa’ por ‘intereses’ partidistas. No hablemos ya de los 17 parlamentos autonómicos. Sólo en el valenciano hay 90 diputados que no hacen ni ganas de comer, pero cobran todos los meses, aunque menos que los nacionales. Un saludo cordial.
Muchas gracias, Ramón. Recuerdo algunas veces en las que cubrí información desde el Congreso. Se hablaban unos a otros. Hacían corrillos para cambiar alguna cosa de alguna ley y así contentar a todos. Se presentaban enmiendas «in voce»; ¡enmiendas «in voce»! Ninguno de estos apesebrados sabe lo que es una enmienda «in voce».