Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Deportes

La soledad del entrenador, la parte más débil de la cuerda

Fotografía: Robo Michalec (Fuente: Pixabay).

Aunque todavía queda algún romántico dedicándole, por amor al arte, horas y horas a transmitir sus experiencias, atrás han quedado los tiempos en que los entrenamientos, a nivel colectivo, no eran otra cosa que dar vueltas al terreno de juego en cuestión, un par de esprints, recuperación y una tanda de flexiones aderezados por la ilusión y entusiasmo del deportista retirado que en su momento aceptó el encargo de hacerse cargo del equipo formado por los chavales del barrio, a cambio de la satisfacción de verles ganar algún que otro partido.

La actualidad es bien distinta, hasta el punto de que la figura del entrenador está avalada por una exhaustiva formación tanto teórica como práctica, además de metódica, encaminada al crecimiento y mejor rendimiento del amateur o profesional que tiene a su cargo. A mayor abundamiento en esta cuestión, no son pocos los deportistas que, antes de acabar su etapa competitiva, buscan el soporte académico para, llegado el momento de la retirada, transmitir sus enseñanzas.

A veces, muchas veces, pasa desapercibido que el entrenador no es solo aquel que llega un poco antes de la cita competitiva y reparte el rol que cada jugador o jugadora tiene que desarrollar en cuanto el árbitro hace sonar su silbato para que comience el espectáculo. El entrenador es un profesional, mejor o peor remunerado, que dedica horas y horas a preparar el partido, la sesión, el planning y el estudio del deportista que tiene a su cargo para obtener el mayor rendimiento aun a sabiendas de que los resultados no dependen única y exclusivamente de él, de que no es una cuestión matemática en la que dos más dos de lo planeado puede no ser cuatro porque un mal día, un estado de ánimo inesperado, la superioridad del contrincante, si lo hubiera, o, simplemente, la confluencia de los astros puede dar al traste con todo el trabajo planificado.

Fotografía: Claus Kuhn (Fuente: Pixabay).

Mientras que en el deporte colectivo goza de la posibilidad del desahogo en las victorias y en las derrotas, el vestuario del entrenador se resiste a celebrar los triunfos para huir de protagonismos y se envuelve en el hermético caparazón de la soledad para asumir toda la responsabilidad de las derrotas con la única intención de buscar el resquicio por el que se ha colado un posible error y el motivo por el que no ha sabido transmitir el mensaje que tanto había preparado.

La tecnología se ha convertido en una herramienta fundamental para analizar y desarrollar los entrenamientos en base a la capacidad de quien los recibe y en eso se basa el preparador para progresar, tanto personal como profesionalmente, dejando atrás el estereotipo del entrenador acomodado y poco empático que desarrollaba su labor con más voluntad que acierto.    

Mientras que el entrenador personal ve satisfechas sus expectativas por el contacto directo e individual con el deportista teniendo la oportunidad de mejorarlas llegado el caso, el preparador de un colectivo tiene una dificultad añadida a su trabajo, al tratar con varios individuos al mismo tiempo, teniendo que optar por la mejora del rendimiento general integrando en la dinámica de grupo a aquellos con menos aptitudes o incluso, con una actitud menos colaborativa que el resto de sus compañeros. Tan importante es una labor como la otra, siempre que el profesional cuente con la colaboración del deportista que ha confiado en él su preparación, más allá de las metas que se haya fijado, bien sea en el ámbito amateur o el de más alto nivel buscando cotas mucho más ambiciosas.    

Fotografía: Dimitris Vetsikas (Fuente: Unsplash).

El entorno donde se realiza el trabajo también tiene especial relevancia a la hora de recoger los frutos apetecidos. La figura del entrenador, casi siempre, es la más cuestionada por todo lo que le rodea. Cualquier aficionado se siente capacitado para poner en tela de juicio las decisiones de quien ha dedicado horas y horas a estudiar al rival, a trabajar con sus pupilos sabiendo que el éxito siempre será compartido y que la derrota será un fracaso que recaerá sobre su espalda sin tener en cuenta que su figura, la del entrenador, es una más del engranaje sea la disciplina que sea, que depende de numerosos factores, tanto personales como de la propia competición, pasando por el azar y decisiones externas.

No es menos cierto que en ocasiones, las menos, es el propio entrenador el que provoca cierto rechazo, por querer imponer su punto de vista sin tener la capacidad de hacerlo llegar con la suficiente claridad como para que sea asumido e interiorizado por el receptor de turno, aplicando una disciplina que roza el exceso de autoridad y que, quizás por eso, no siempre logra el objetivo deseado.

Los tiempos han cambiado, para bien, aunque los nostálgicos seguirán echando de menos los métodos de sus ídolos de la infancia sin poder evitar compararlos con los que aplican las nuevas generaciones de entrenadores sobradamente preparados, y que irán madurando para mejorar conforme vayan curtiéndose con la experiencia que dan los éxitos y las derrotas, los triunfos que serán de todos y los fracasos que asumirán como propios. 

Tradicionales y modernos, clásicos y de futuro, todos ellos pasarán de héroes a villanos sin apenas darse cuenta y en la soledad de su vestuario, conscientes de que la cuerda se romperá siempre por el lado más débil, o sea, por el suyo.

Raúl Belda

Periodista.

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