Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

La sin vergüenza de los sinvergüenzas

Fotografía Ms Growth (Fuente: Freepik).

Aunque estamos delante de dos palabras con una pequeña diferencia, el hecho de ir unidas en el segundo caso –en referencia al sustantivo o el adjetivo que se atribuye a personas que actúan de manera inmoral, deshonesta o descarada–, o en dos palabras en la locución adverbial o adjetival primera que se utiliza para describir la acción de alguien que realiza alguien sin sentir vergüenza, los matices interpretativos pueden ser importantes. ¿Por qué las personas que son consideradas así parecen actuar sin remordimientos por sus acciones? Con todo el estupor de su entorno, campan a diestro y siniestro buscando su interés personal, sin interesarles las consecuencias negativas que se deriven para el colectivo o la coherencia de sus posturas anteriores. Por la derivación lógica del mismo término, podemos entender su interrelación, pero el hecho destacable es la poca reserva de las acciones de quienes son unos caraduras que sin esconder sus fechorías alardean de sus logros personales. ¿Por qué, pues, los sinvergüenzas no tienen vergüenza?

Si atendemos a los factores psicológicos, observamos que la falta de empatía, el remordimiento o el reconocimiento por las normas sociales llevan a esas personas a actuar con su sentido más egoísta y en provecho personal. Se trata de personas que parecen insensibles a la culpa y la vergüenza a pesar de la repetición de sus conductas inmorales o deshonestas. Más allá de la posible inteligencia para sortear la legalidad de sus decisiones, lo que más pesa en este tipo de personas es la mediocridad. Consiguen ser un punto de referencia social, no por sus virtudes, sino por sus defectos. Y encima se regodean de su condición de impunes o del hecho de haber sido elegidos democráticamente por sus electores. Es obvio que también tenemos factores sociales donde se relativiza la concreción de actividades deshonestas o inmorales; un entorno que permite estas malas actuaciones y que relativiza el sentido de la vergüenza de quienes las desarrollan.

Una de las situaciones más hilarantes y sorprendentes del ser humano es la cualidad de algunos sinvergüenzas para racionalizar sus acciones y evitar el sentimiento de culpa. Se convencen a sí mismos de que sus hechos están justificados por alguna razón y con frases del tipo “todo el mundo lo hace”. Se intenta minimizar así el impacto de sus acciones sobre los demás o negar que se provoca un daño significativo, algo así como “sálvese quien pueda”. La falta de responsabilidad y la impunidad de algunos de estos personajes potencia el desarrollo de este tipo de concreciones psicológicas. Del mismo modo, las personas con bajo nivel de empatía pueden no experimentar vergüenza, porque no pueden conectar emocionalmente con las personas a las que están perjudicando.

Una vez hecha esta reflexión, observamos que el planteamiento de este tipo de personajes ha sido una constante a lo largo de la historia. La literatura es un buen ejemplo de ello desde los tiempos de Shakespeare con su famoso Othello, donde Iago se convierte en un modelo de los patrones actuales: un manipulador, deshonesto y sin remordimiento por sus acciones contra Otello, a quien quiere destruir impulsado por los celos y el resentimiento. Su conocida frase “I am not what I am”, subraya su naturaleza engañosa y su falta de integridad. Estoy seguro de que quienes desarrollan la postura que analizamos en este artículo seguramente rehúyen este cuestionamiento interno, se autojustifican continuamente pensando que siempre tienen la razón. Traicionan, pues, a quienes compartieron afecto o proyectos, sin temer la incoherencia de sus acciones. Destruyen la confianza que algunos tenían en ellos, potenciando el malestar y el enfrentamiento en su entorno. La pregunta que se deberían hacer es: “¿todo vale por un cargo o por la obtención de unos beneficios de cualquier tipo?”.

Llamadme utópico, por lo tanto, por pensar que otras formas de ejercer nuestras prioridades en la vida o de entender la gestión, de cualquier tipo que sea, debe ser desde la coherencia y la honestidad. Dejar al lado los intereses personales nos permite tener un punto de vista más amplio y objetivo. Tal vez podamos ser excluidos de los que no tienen vergüenza y actúan libremente, pero seguro que recuperamos o conocemos personas que entienden la vida de esta manera más íntegra, donde solo deberemos transmitir seguridad y confianza en nuestro entorno. Recurro una vez más a una de las citas más conocidas del filósofo griego Sócrates: “la verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia”. La escribo y la guardo de nuevo en la memoria cotidiana de mis pensamientos.

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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