Aunque sea una perogrullada vale la pena recordarlo. Yo me acuerdo cuando nací a ser padre. Fue con mi primera hija, María. He de reconocer que menos mal que tuve esos nueve meses de preparación, mi embarazo paterno, con sus cambios y metamorfosis, sus miedos y sus esperanzas, y ese precioso compartir su espera.
Quizás una de las enseñanzas más importantes se da en esa espera acompañante en la que no eres el protagonista físico porque no se realiza en tí el milagro del desarrollo de la vida. Te conviertes en un expectante contemplativo de la transformación de tu esposa (o cómo queráis denominarla. En mi caso (eso era y eso es) en madre. Trío de ases en el nacimiento: hijo o hija, madre y padre. Y con cada repetición se dobla la apuesta hijo/hermano, remadre y repadre.
Una multiplicación inclusiva y maravillosa que te enriquece como persona. Y ahí no para la cosa, porque cuando eres padre y lo vives, se produce otro hecho curioso: el tiempo se hace presente continuo. Te importa el ahora para no perderte nada; te preocupa el futuro para que no le falte de nada, y revives el pasado para recalibrar tu relación con tu padre y abuelos.
Sí, ser padre es motivo más que para celebrarlo los 19 de marzo en público, aunque no esté de moda. Y todos los días. Porque se es padre para siempre. Quien lo probó lo sabe.
Juan Manuel Martínez,
responsable de Comunicación ASAFAN
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Yo he tenido dos hijos, y he disfrutado mucho con ellos. Y de mayor me ayudan en todo. Es algo indescriptible verlos crecer. Y también supone para los padres una formación humanística que los hace ser mejores personas integradas en la vida social diaria y real.
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