Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Opinión

La otra Navidad

Fotografía: Michelle Raponi (Fuente: Pixabay).

Frío, hace frío en esta dura acera. En esta acogedora acera fría y dura, hogar nocturno, confort de amistades, calor de una sonrisa compartida. Habitación de huéspedes donde se han creado esos lazos invisibles nacidos de la necesidad y la miseria de los desheredados que comparten cama en esa dura y fría acera bajo el techado de un soportal.

Las bombillas en sus guirnaldas cuelgan entre los edificios adornando de luz y color la ciudad. El trasiego de personas acompañado de tonadas de villancico de fondo vienen y van. El ánimo alegre de los transeúntes paseando curiosamente con las caras semitapadas por las mascarillas que protegen de los contagios de la variante COVID del momento, llena de conversaciones animadas las calles, ríos atestados de gente que se entrelazan formando una red tupida de manantiales que se dejan llevar.

¡Es Navidad!

Navidad en una palabra que viene del latín nativitas y significa nacimiento… Lo olvidamos muy a menudo. Es la celebración del nacimiento de Jesús. Pero los habitantes de la burbuja de luz que envuelve el ambiente de ciudad, viven ajenos a dicha conmemoración en medio de la vorágine de compras con las manos recién embadurnadas con ese gel que nos protege del contagio de los virus que propagan la pandemia y cuya botellita está esperando en la puerta de los comercios, como si fuera un vigía que observa desapercibido. La poderosa llamada de los escaparates ­­­—ventanales que gritan para llamar a los posibles clientes—, impide ver el brillo del estrellado azabache que se eleva infinito entre destellos de profundidad.

Mercado de Navidad en Frankfurt. Fotografía: Chris Spencer-Payne (Fuente: Pixabay).

¡Es Navidad!, y como siempre, nos hemos quedado con lo superficial y con bonitas parrafadas de amor y de paz, amistad y de entrega al prójimo, pegadizos versos que esparcen melifluos sentimientos que alimentan nuestra alma sólo en estos días, y que nos hacen brillar la conciencia de solidaridad, pero nos adornan la piel cuando se deslizan al bajar resbalando hacia el suelo. Mientras tanto, inundan las pantallas de los móviles y de los ordenadores esas frases preciosas acompañadas de dibujos tiernos de colorido llamativo y aderezadas con música para que nos llegue de forma más sutil y contundente que, casi sin reflexionar, como autómatas, compartimos plagando las redes sociales de copias. Es una época del año propicia para el consumo —en eso se han convertido estas fechas—: ropa, juguetes, artículos de regalo… y sentimentalismo fatuo, vaporoso, efímero…

Frío, hace frío en esta dura acera. En esta acogedora acera fría y dura, hogar nocturno, confort de amistades, calor de una sonrisa compartida. Habitación de huéspedes donde se han creado esos lazos invisibles nacidos de la necesidad y la miseria de los desheredados que comparten cama en esa dura y fría acera bajo el techado de un soportal. Nada, sin nada, absolutamente nada. Llenos de ese sentimiento de amistad que te ofrecen “las circunstancias”. Y mientras comparten esa sonrisa se sienten desprotegidos y libres, necesitados de todo y llenos de nostalgias. Miran las luces de la ciudad navideña alejados, distantes… No visitarán tiendas ni contemplarán escaparates porque los escaparates no tienen voz para “ellos”. Y dicen que Jesús nació para todos…

Pero allí siguen recostados, tapados con una manta en medio de la ciudad; en ese recodo que hace que la vida, bajo la pequeña techumbre que soportan unos pilares, sea más dura. Allí, alejados del frenesí multicolor de los ríos de luces y compras, de la amalgama de caras desconocidas que se cruzan y pasean sin mirarse, como hormigas desconocidas que se cruzan en el mismo cauce. Y “ellos”, desconocidos en el rincón de su miseria, recostados en la fría acera comparten con una sonrisa sus recuerdos, sus ilusiones y sus sueños. Mientras hablan, en un viejo transistor de pilas, única propiedad de uno de los que habitan en ese hogar de camas de cartón, suena un villancico. Lo tararean con ese especial brillo navideño en los ojos y luego callan. Recuerdan su infancia y sonríen. Sí, es cierto que Jesús también nació para “ellos”.

Sigo mi paseo por la ciudad. Despacio, sereno, se me va acercando un hombre, un destino, unas circunstancias… La imagen guarda silencio, pero su mirada se me clava en lo hondo. Llega a mi altura y sigue su camino. Él es el rey de la calle.

El rey de la calle

Entre bambalinas van emergiendo
las partículas de luz matutina
que empujan a la rueda de la vida
en esos días ásperos del vértigo.
En las plazas revolotean plenas
de una vida intangible,
entre el tumulto plácido,
nubes de algodón alado de niño.
El banco firme, paso de los años,
va conjugando aquellas confesiones
del solitario transeúnte místico,
que anhela calor humano y un abrazo
de jardín de ciudad
entre los ríos de almas que lo cruzan
en silencio, en silencio.
Y se pierden entre sus pasos laxos
las perspectivas de sus recorridos
al llenar de vacíos de color
su gran vacío de las soledades.
Deambula entre las hoscas farolas
meditando en la luz de los semáforos.
Va desmembrando toda margarita
cuando llega el crepúsculo
y se escabulle entre aquellos fantasmas,
sus monstruos, sus acordes.
Pelea contra el frío
en las noches de plástico,
como en un escaparate,
durmiendo en su cajero,
en su hermoso palacio.
Duerme rey de la nada
en la esquina perdida del baluarte,
en el lugar donde todo se apaga
allá es donde duerme el rey de la calle.

En los cristales del cajero, antesala de un banco, se reflejan los alegres colores de serpentinas formas de las luces que adornan la calle de Navidad. En su interior, en medio del helado silencio, se oye muy tenue un villancico de esperanza…

Fotografía: Leroy Skalstad (Fuente: Pixabay).

Se acabaron los días de Navidad. Todo vuelve a su curso normal.

Se acabaron las riadas de frases entrañables en WhatsApp y Facebook. Se olvidaron esos bonitos sentimientos resbalando por la superficie de nuestros cuerpos.

Jesús volvió a nacer con su luz entre las luces festivas de la ciudad, a pesar de las mascarillas tapándonos boca y nariz, a pesar del miedo a la “covid ómicron” que viene imparable y que en Reino Unido se prevé que a final de año habrá más de un millón de contagios.

 ¡El año que viene otra vez será Navidad!

Juan Antonio Urbano

Soy profesor de Educación Primaria. He publicado cinco libros; dos en valenciano: 'El seu nom era Pere Bigot' (2012) y L’arbre màgic' (2012); y otros dos en castellano: 'El misterio de la cueva' (2014) y el poemario 'Camino entre versos' (2019), estos publicados por la Editorial Club Universitario y 'Entre el asfalto' (2022) por la editorial Olélibros. He publicado en diversas Antologías y revistas poéticas y artículos en distintos medios.
En noviembre de 2016 creé y coordiné el grupo poético PARNASO perteneciente al Ateneo de Alicante. He organizado numerosos recitales poéticos, entre los que destacan el I Encuentro de poetas alicantinos y otros con el grupo PARNASO dedicados a Miguel Hernández, Federico García Lorca, Rubén Darío...
Recibí el segundo premio del Certamen Poético Numen (2013) y el 2.º premio en el Real Casino de Murcia del Encuentro 'Poesía hispano-argentina' (2019).

4 Comments

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  • Muy hermoso relato navideño de la otra cara de la Navidad, la de aquellos que tal vez ignoran que Dios nació tan pobre como ellos, en un portal del lado inhóspito de la acera, en la noche más fría, para que todos, sin hacer diferencias, tengamos luz y calor.
    Un abrazo

    • Muchas gracias, Pilar.
      Y a pesar de todo, Dios está presente y nace para recordar que el amor existe y debe hacer nido en nuestros corazones.
      ¡Feliz Navidad!
      Un abrazo