“La novela picaresca tuvo, como Don Quijote, dos ‘salidas’ sucesivas y diferentes: Se inicia en 1554 con El lazarillo de Tormes, de desconocido autor; y a pesar del enorme éxito de esta breve novela, no tiene su continuación hasta 1599, con el Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán. Y así como Don Quijote sale la primera vez solo, ingenuo y desprevenido, y la segunda va acompañado de la cordura, la socarronería y los refranes de Sancho Panza, del mismo modo la novela picaresca sale al mundo literario por segunda vez, no con la concisión y la frescura de Lázaro de Tormes, sino bien pertrechada de ideologías y moralidades. (…) El lazarillo no fue prohibido; era demasiado ‘inocente’ y, sobre todo, demasiado popular; fue sólo ‘castigado’, es decir, expurgado, y así se reimprimió desde entonces. Mateo Alemán, estrictamente coetáneo de Cervantes –nació en el mismo año 1547–, encuentra una España profundamente distinta de la que halló el autor del Lazarillo, es decir, el Inventor de la novela picaresca”.
(Julián Marías: Prólogo a La Picaresca Española).
La historia del Lazarillo tiene la gracia de estar escrita en primera persona. Su tema principal es el hambre y la cualidad fundamental es la de ser pícaro, algo así como el antihéroe que vive de resentimientos, cosa muy seria y delicada, un concepto que está ligado a la teoría de valores que discutían los intelectuales y filósofos. Es historia de fidelidades y estimaciones, de crueldades y desastres en un clima de convivencia en paz y orden llevado con ingenio, con donaire y no hablando de las injusticias.
“Dice Tulio: La honra cría las artes. ¿Quién piensa que el soldado, que es primero del escala, tiene más aborrecido el vivir? No por cierto; mas el deseo de alabanza le hace ponerse al peligro; y así, en las artes y letras es lo mismo. Predica muy bien el presentado, y es hombre que desea mucho el provecho de las ánimas; mas pregunten a su merced si le pesa cuando le dicen: ‘¡Oh, que maravillosamente lo ha hecho vuestra reverencia!’ Justo muy ruinmente el señor don Fulano, y dio el sayete de armas al truhán porque le loaba de haber llevado muy buenas lanzas: ¿qué hiciera si fuera verdad? Y todo va desta manera: que confesando yo no ser más santo que mis vecinos desta nonada, que en este grosero estilo escribo, no me pesará que hayan parte, y se huelguen con ello todos los que en ella algún gusto hallaren, y vean que vive un hombre con tantas fortunas, peligros y adversidades. (…) Mi viuda madre, como sin marido y sin abrigo se viese, determinó arrimarse a los buenos por ser uno dellos, y vínose a vivir a la ciudad, y alquiló una casilla, y metióse a guisar de comer a ciertos estudiantes, y lavaba la ropa a ciertos mozos de caballos del comendador de la Magdalena de manera que fue frecuentando las caballerizas. Ella y un hombre moreno de aquellos que las bestias curaban vinieron en conocimiento. Éste algunas veces se venía a nuestra casa y se iba a la mañana. Otras veces, de día llegaba a la puerta, en achaque de comprar huevos, y entrábase en casa. Yo, al principio de su entrada, pesábame con él y habíale miedo, viendo el color y mal gesto que tenía; mas de que vi con su venida mejoraba el comer, fuile queriendo bien, porque siempre traía pan, pedazos de carne y, en el invierno, leños, a que nos calentábamos. (…) En este tiempo vino a posar al mesón un ciego, el cual, pareciéndole yo sería para adestrarle, me pidió a madre, y ella me encomendó a él, diciéndole cómo era hijo de un buen hombre, el cual, por ensalzar la fe, había muerto en la de los Gelves, y que ella confiaba en Dios no saldría peor hombre que mi padre, y que le rogaba me tratase bien y mirase por mí, pues era huérfano. Él respondía que así lo haría y que me recibía, no por mozo, sino por hijo. Y así le comencé a servir y adestrar a mi nuevo y viejo amo. Como estuvimos en Salamanca algunos días, pareciéndole a mi amo que no era la ganancia a su contento, determinó irse de allí, y cuando nos hubimos de partir, yo fui a ver a mi madre, y, ambos llorando, me dio su bendición y dijo: -Hijo, ya sé que no te veré más. Procura ser bueno y Dios te guíe. Criado te he y con buen amo te he puesto: válete por ti”.

En el Tratado Segundo que es donde se cuenta cómo Lázaro se asentó con un clérigo, y de las cosas que con él pasó, nos relata: “Fuime a un lugar que llaman Maqueda, adonde me toparon mis pecados con un clérigo, que, llegando a pedir limosna, me preguntó si sabía ayudar a misa. Yo dije que sí, como era verdad. Que, aunque maltratado, mil cosas buenas me mostró el pecador del ciego, y una dellas fue ésta. Finalmente, el clérigo me recibió por suyo. Escapé del trueno y di en el relámpago. Porque era el ciego para éste un Alejandro Magno, con ser la misma avaricia, como he contado. (…) ¡Oh, Señor mío! ¡A cuánta miseria y fortuna y desastre estamos puestos los nacidos y cuán poco duran los placeres desta nuestra trabajosa vida!”
Lázaro se asentó después (Tratado III) con un escudero, luego con un fraile de la Merced (IV), y hasta con un buldero, o bulero (comisionado para la venta de la bula de la santa cruzada; tratado V), también con un capellán (VI) y finalmente con un alguacil (VII). Y todas estas aventuras, mezcladas con la salsa de don Quijote y la gracia y habilidad de Sancho Panza, dan paso, como si fuera con continuidad, en la literatura española, al “espesor” de la vida humana, contada sin perder gracia ni ritmo.
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