El día 11 de marzo, elegido Día Europeo de las Víctimas del Terrorismo, nos recuerda un principio fundamental: la paz y la no violencia son valores que deben ser inculcados en todas las personas desde las primeras etapas de la educación. Este día, conmemorativo de los horrores del terrorismo, nos obliga a reflexionar sobre el papel fundamental de la educación en la promoción de una sociedad pacífica y libre de violencia.
La educación no es solo un medio para la adquisición o la transferencia de conocimiento, sino una plataforma adecuada para formar una ciudadanía consciente, empática y con espíritu crítico. Las aulas, en este sentido, se convierten en espacios privilegiados donde los fundamentos de la no violencia deben ser sembrados y continuamente alimentados. La historia de Europa, en ocasiones convulsa, ha quedado marcada por episodios de terrorismo y conflicto, lo que ha llevado a concluir que la violencia siempre engendra violencia, que todas las partes implicadas pierden y que no hay vencedores, sino vencidos. Así, la educación se erige en el instrumento que puede contribuir a romper este círculo vicioso que es una fuente de dolor para la población.
Al recordar a las víctimas del terrorismo, debemos preguntarnos: ¿Cómo podemos dotar a las generaciones futuras de las herramientas necesarias para construir un mundo más pacífico? La respuesta se puede encontrar en una educación que va más allá del mero academicismo. Necesitamos educar para la tolerancia, la empatía, el respeto a la diversidad, la resolución pacífica de conflictos y el pensamiento crítico. Estos son los pilares sobre los que se construye, de forma sólida y duradera, una cultura de no violencia.
Incorporar en los currículos educativos el estudio de la paz y la no violencia es un paso fundamental. El alumnado, independientemente del nivel formativo, debe conocer las figuras históricas que abogaron por la paz, como Mahatma Gandhi, Martin Luther King Jr., Madre Teresa, Rigoberta Menchú y Malala Yousafzai, entre otras y otros, entendiendo sus luchas personales y las filosofías de vida. El conocimiento de estos referentes debe ir acompañado de debates y discusiones que fomenten la tolerancia y la comprensión entre diversas perspectivas y culturas.
Además, la educación debe promover la resolución de conflictos a través del diálogo y la mediación pacífica. Las habilidades de comunicación, el respeto por las opiniones de los demás, así como la capacidad de negociar y comprometerse, son esenciales en la formación de jóvenes capaces de transformar, de manera constructiva, los conflictos de la vida cotidiana. Al capacitar a las niñas, niños y jóvenes en estas habilidades, les estamos dando las herramientas para ser agentes de cambio en su entorno más cercano y en sus comunidades.
El papel de los educadores es crucial en este proceso. Deben ser facilitadores de un ambiente de aprendizaje donde se promueva la reflexión crítica y el cuestionamiento de ideas preconcebidas. Un educador que aboga por la no violencia no solo enseña contenidos, sino que modela con su conducta, a través del currículo oculto, la importancia de la paz y el respeto mutuo.
Este 11 de marzo, mientras honramos a las víctimas del terrorismo, y de cualquier forma de violencia, debemos ser capaces de hacer un ejercicio de reflexión que conduzca a la necesidad de adquirir un compromiso personal, con la educación y con la propia filosofía de vida, que nos permita ser partícipes de un proyecto de sociedad más pacífica. La no violencia comienza en las aulas, y es responsabilidad de todas y todos, de la sociedad, en el sentido más amplio de la palabra, pues debemos ser capaces de trabajar unidos y unidas para fomentar estos valores desde las primeras etapas educativas, en los niños y niñas que serán el germen de las generaciones futuras. Solo así podremos esperar un futuro donde el terrorismo y la violencia sean reliquias de un pasado sombrío que no tendrá cabida en un futuro de luz, tolerancia y paz.
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