Hay batallas que se ganan, otras que, incluso, se pueden llegar a perder con honor, pero, desgraciadamente, también las hay cuya derrota antecede al propio combate. Ésas son, quizás, las más dolorosas y difíciles de explicar, de describir, de combatir. Quizás la de la inmigración sea una de esas batallas que estamos perdiendo sin tan siquiera haber podido empezar a discutirla. Quizás sea porque lo que menos importa aquí son los datos, los hechos, la realidad misma.
Los últimos resultados demoscópicos del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) son claramente desoladores. Si nos atenemos a los datos fríos de este barómetro resulta que para la ciudadanía de este país el fenómeno de la inmigración ¡es ya! el primer problema de la nación, muy por encima de cuestiones tan reales, tangibles, medibles, palpables, como lo son el paro y su correlato en los bajos salarios, el cada vez más imposible acceso a la vivienda por parte mayormente de los jóvenes, la degradación, por abandono y dejación, de servicios básicos de eso que llamamos estado de bienestar como la sanidad, la atención a las personas mayores o la propia corrupción político/empresarial (no hay corrupción si no hay seudo-empresarios detrás) que otra vez asoma el hocico con fauces de un viejo déjà vu.
Pero, resulta que no. Que ninguno de esos problemas y otros que nos condicionan la vida (los efectos del calentamiento global, las guerras de venganza y sin ley…) forman parte de la verdadera preocupación de la ciudadanía de este país, de nosotros mismos. En solo tres meses lo que figuraba en novena posición —la inmigración— ha escalado a lo alto del tablero y se ha convertido en el-gran-problema ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?, cabría preguntarnos. ¿Cómo combatir la desinformación, los bulos, la utilización y el manoseo político hasta la náusea de los tres mil menores que permanecen hacinados hace meses en los centros de Canarias porque las comunidades —todas— son incapaces de pactar una solución?
En una reciente entrevista en el Canal 24 horas de RTVE el expresidente del gobierno Felipe González afirmaba que la polarización de la sociedad española es claramente inducida, que viene de arriba hacia abajo, que son quienes están en los puestos de mando los más interesados en fomentarla, y que a ellos por tanto correspondería la mayor responsabilidad de lo que sucede, o creemos que sucede. Y puede que lleve razón. Que unos, por acción (VOX, PP, Junts..), por intereses oscuros, porque así piensan que acortarán el camino para su toma del poder, y otros (casi todos los demás) por omisión, por pereza mental, por incapacidad intelectual para analizar y argumentar, por ofrecer datos, nos han traído hasta aquí, a esta no realidad que tanto preocupa.
Decíamos al principio que hay batallas que se ganan después de pelearlas, y claramente son esas que nos producen grandes satisfacciones; otras que se pierden injustamente, y duelen un tiempo; otras que se pierden y está bien que así suceda, porque seguramente acudimos timoratos y mal pertrechados al combate; pero las peores de todas son esas otras, como esta de la inmigración de ahora, que estamos perdiendo sin siquiera haber podido empezar a debatirla. Es la batalla de las ideas, de los datos concretos, esa que nos dice que son cada vez más los sectores económicos que no encuentran trabajadores ni mano de obra para poder funcionar.
Todo eso lo vemos claramente cuando el CIS pregunta en qué le afecta esto de la inmigración en la vida real a usted, o a personas de su círculo cercano, a cada uno de los que dicen estar muy preocupados por el fenómeno inmigratorio, y la respuesta es, más o menos, esta: a mí en nada o en casi nada… pero, eso sí, el problema es la inmigración.
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