Me ronda la cabeza en estos tiempos convulsos la idea de dónde están los límites de lo aceptable. La línea, ya tan desdibujada, entre la falsedad y la audacia y hasta dónde, remedando a Maquiavelo, un objetivo que pueda justificar ciertos actos. Pero no quiero tirar aquí de ese hilo, porque parece que hasta a El Príncipe hemos superado ya y vamos camino de dejar por cándido al gran Fernando II «el Católico».
Y sin salirme de la literatura clásica, pensando en mentiras, engaños y demás «pecados», no puedo dejar de acordarme de mi libro favorito, el que más he comprado y regalado a gente que aprecio. Ese que nos obligaban a leer en los años de bachiller (y por tanto no leí), pero que por un casual cayó después en mis manos. Ese libro, que es una recopilación de cuentos, tiene uno que habla, no ya de pecados (que también), sino de virtudes.
Por el título y por los comentarios, quizás los amables lectores hayan podido colegir que me refiero a El Conde Lucanor, un libro maravilloso que mediante cuentos desgrana lo que sería el buen proceder. Claro está, es el buen proceder de la época que, pongámoslo en contexto, comienzos del siglo XIV, en plena Reconquista, no sería el de ahora. Lo que sí sería actual no es ya la naturaleza de las «soluciones» sino la de los problemas que plantea, donde podemos reconocer la mayoría de los que nos ocupan y afligen, desde qué esperar de un joven hasta cómo dilucidar entre amistad sincera e interés espurio.
En términos actuales, podríamos considerarlo como un libro de «autoayuda» porque, como decía, si le quitamos la «pátina» de «moralina» ultracristiana y «traducimos» lo que suponen los setecientos años transcurridos, resulta un libro de verdadera utilidad porque las cuestiones son las mismas y las soluciones, con las correcciones referidas, probablemente también.
Cierto que D. Juan Manuel, casi paisano pues se movió de manera muy destacada entre las actuales provincias de Alicante y Murcia, no fue especial seguidor de sus propias recetas y le sería de aplicación el viejo refrán de: «consejos vendo que para mí…». Fue levantisco con sus reyes (que eran familiares directos) y no dudó en rebelarse contra ellos, aliarse con sus enemigos y hacer valer para sus muchísimos intereses su inmensa riqueza y el poderoso ejército que armó.
Con todo, no sería mala cosa que siguiéramos, en cierta medida, los sabios consejos, ilustrados con cuentos, con los que Patronio respondía a las inquietudes de su señor, el conde Lucanor. Son muchas las concomitancias que se me ocurren entre el comportamiento de nuestros dirigentes y las situaciones que propone, discute y resuelve el libro, pero eso sería una interpretación de parte y no quisiera que mis sesgos ensuciaran de alguna forma una lectura tan recomendable como amena.
Ya para terminar, aludiré brevemente a un cuento en concreto, uno de mis favoritos, en el que el gran Saladino intenta, con malas artes, hacerse con los favores de la esposa de un súbdito suyo. Es el que plantea el título de este escrito: «¿Cuál es la mayor cualidad que el hombre puede tener, que es madre y cabeza de todas las demás virtudes?»
Les recomiendo encarecidamente que compren el libro, o lo regalen, o que lo relean si ya lo tienen. Ojo, ediciones en castellano moderno (que existen otras y yo he caído alguna vez) porque de ser en castellano original, salvo para muy aficionados, podría ser más un castigo que un regalo.
Había pensado dejar abierta la respuesta, ya que les invito a la lectura para encontrarla. Pero, si mis amables lectores han llegado hasta aquí, sería una suerte de crueldad. Sigue siendo extremadamente interesante ver cómo el infante don Juan Manuel arguye, descarta y convence sobre la respuesta, no dejen de leerlo, por favor. Esa cualidad mayor, madre y cabeza de todas las demás es «LA VERGÜENZA». O, como explicita el infante en los pareados con los que, a modo de moraleja, remataba sus cuentos.
"Obra bien por vergüenza si quieres bien cumplir, que es la vergüenza la madre de todo bien vivir".
Muy bien traído al mundo actual. Los valores parecen obsoletos cuando solo lo son en nuestras vidas cuando dejan de selo. La vergüenza, cuanta falta nos hace. Enhorabuena.