Los estudios confirman que más del 75 % del planeta Tierra y entre un 80 % y un 90 % del cuerpo humano están compuestos por agua. Si no somos capaces de negar los efectos evidentes que las fases de la luna tienen en las mareas y existen profesiones ancestrales como las marisqueras que se sirven de estos conocimientos para desarrollar su profesión, ¿por qué seguimos resistiéndonos a aceptar que también nosotros vivimos bajo las mismas influencias, ya que formamos parte de una naturaleza que no nos ve como seres separados de ella?
Sabemos que no podemos contener el mar, que no podemos domar un león, pero pretendemos adiestrar a un niño. Continuamos soñando con que obedezca, se adapte, se comporte y se convierta en un «hombrecito» o una «mujercita» que nos permita acallar la voz interior asimilada generación tras generación de que «hay que comportarse» para llegar a «ser alguien en la vida».
¡YA SOMOS ALGUIEN! ¡NUESTROS HIJOS YA SON ALGUIEN! Y alguien tan importante como que somos únicos, seres irrepetibles. Cuando recuerdo esto a mis hijos les brillan los ojos, ¿lo has probado tú?
¿Eres consciente de la fuerza y el empoderamiento que implica saberse y sentirse único? ¿Intentarías decorar una porcelana china para que pareciera más pop? Aunque no te gustara su apariencia, no serías capaz de modificarla solo por respeto al gran valor que tiene, ¿verdad? Sin embargo, con las personas no somos capaces de llevarlo a la práctica. Intentamos constantemente pulir y modelar el comportamiento de nuestros hij@s sin tener en cuenta que son únicos y que sus vivencias también lo son, que el aquí y el ahora no se repetirá y que todo lo que de ellos brote lo hace por una condición de ser natural que no se puede o no se debe reprimir, ya que, en caso de hacerlo, no desaparecería, sino que buscaría una salida alternativa como lo hace el agua, el fuego o el aire al encerrarlos.
El invierno avanza hacia su fin y la energía de la vida se hace cada vez más y más presente. Sin embargo, no lo hace solo en los colores de temporada, sino que afecta por igual a las flores, dotándolas del impulso necesario para que puedan llegar a abrir sus pétalos. Como ellas, nuestros peques sienten la necesidad de correr, saltar, probar, explorar y descubrir más que nunca. Frenar su impulso sería reprimir la vida que corre por sus venas y, además de las repercusiones que tiene para el futuro, sería una manera demasiado cruel de limitar su vida hoy. Te invito a regalarte un poquito de conexión con la vida uniéndote más a menudo a las propuestas que tu peque te ofrece.
¿Cuál es la próxima ocasión en la que se te ocurre conectar con tu niñ@ interior y con el medio natural mientras juegas con tu peque?
Fotografía: Merce Pérez. Fotografía: Merce Pérez.
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