Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

La leyenda continúa

Puigdemont en su mitin el pasado 8 de agosto en Barcelona antes de desaparecer (Fuente: Canal France 24 horas).

Son muchos los que estos años andan rebanándose los sesos para intentar explicar al personaje. El análisis va desde aquellos que lo ven como de lo más grotesco que nunca antes vieron, estrafalario y esperpéntico hasta decir basta, hasta aquellos otros que lo miran, siguen y adulan como si estuvieran ante una revelación divina, un Moisés redivivo capaz de surcar las procelosas aguas de la nueva tierra nunca antes prometida. Y, lo curioso y lo triste a la vez, es que posiblemente unos y otros lleven razón. Hasta ese estado de cosas hemos llegado.

Cada uno de sus gestos, de sus incesantes andanzas por Europa; sus constantes idas y venidas al sur de Francia; sus ya innumerables embates victoriosos contra jueces y magistrados, contra todo el aparato jurídico y policial de uno de los estados más viejos de occidente; su capacidad de ridiculizar y hacer doblar la cerviz a presidentes de gobierno, ministros y secretarios generales; sus apariciones retransmitidas en directo por radios y televisiones y sus fantasmales y mágicas desapariciones; sus huidas escondido en el maletero de un coche; todo ello son, serían, solo parte de un guion previamente escrito. Tan solo material que persigue en realidad añadir nuevos capítulos que acaben de conformar el contexto de la gran obra que espera edición. Incluso, si algún día algún policía lo detuviese, cosa que solo ocurriría si él se dejara detener, es de prever que si fuera enviado finalmente a la cárcel, no duden que su gran objetivo sería entonces, como lo fue del conde de Montecristo, fugarse de prisión en connivencia con sus carceleros.

El gran sueño del personaje, el que lleva persiguiendo desde que un día el destino le puso en su mano la milagrera espada de la liberación de su pueblo, nunca fue en realidad gobernar, ni eso que ahora tanto se dice, tan poco se practica y tan malbaratado anda de mejorar-la-vida-de-la-gente; eso, debe pensar él, es tarea de esbirros, de personas mediocres, de gente deleznable y sin grandeza alguna. Ésa nunca fue ni será tarea propia.

Su gran objetivo, como el gran protagonista de una actualizada novela de caballerías traída al siglo XXI que aspira a ser, especie de caballero andante que no ha escrito aún sus últimas páginas, no es otro que quedar fijado en los libros de texto que se enseñen en los colegios e institutos de su pueblo escogido; o, mejor aún, en aquellos otros textos más o menos apócrifos que circulen por el inframundo de la historia y a los que solo un grupo de elegidos puedan tener acceso. Esto último, sin duda, agrandaría aún más ante los suyos su imagen de rey sin trono ni reino, de patriarca sin rebaño.

Al fin y al cabo las leyendas son solo eso. Basta un poco de realidad apegada a la tierra, unas pizcas de certezas bien escogidas, y un mucho de fantasía y heroicidad en dosis ajustadas —performance lo llaman ahora algunos— y ya tienes ahí materia suficiente para construir una versión actualizada y apócrifa del Cantar de Mío Cid, o mejor un Tirant lo Blanc «desfacedor» de entuertos y enredos venido a menos, eso sí, capaz siempre de seguir ganando batallas aún después de muerto, su mayor gloria. ¿El título? Puigdemont, la leyenda continúa.

Pepe López

Periodista.

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