El otro día, en Oliva, tomando café con un proveedor (y sin embargo amigo) mucho más joven que yo, tuve un pequeño fogonazo, un destello de, no sé si llamarlo felicidad, por una tontería en el baño del establecimiento. El caso es que se lo acabé contando a mi interlocutor cuando retorné a la mesa a riesgo de que, por la diferencia de edad comentada, me tomara… por lo que soy, vamos a dejarlo en «producto de los sesenta». Porque esto va de tecnología.
Mi trabajo me hace viajar bastante, pero pocas veces me obliga a pernoctar fuera de casa y siempre que puedo lo evito. Y me resulta fácil porque esos muchos kilómetros son trayectos relativamente cortos, básicamente sin salir del «levante», aunque no faltan excursiones más lejanas cuando el trabajo lo exige. A veces no resulta posible ir y volver en una jornada y acabas en el hotel de turno. Y ahí, más veces de las que quisiera, empiezan los acertijos. Llegas tarde, cansado y con la idea de darte una ducha, leer un poco y a veces ni cenar, que una vez que has parado toda reanudación se hace dura. Entonces, suponiendo que te hayan codificado correctamente la tarjeta de tu habitación, te puedes encontrar nada más abrir la puerta con un moderno panel de utilidades que, de una manera intuitiva (dicen ellos), agrupan los servicios de iluminación, climatización, comunicación y no recuerdo cuántas cosas más.
El resultado es que, si no has hecho un cursillo, máster, tutorial o lo que sea, no es improbable que apagues la calefacción cuando querías encender la luz principal, se te abra el «foscurit» que oficia de persiana no sabes por qué y acabes llamando a recepción (si es que lo consigues) para preguntar cómo se apaga la condenada lamparita de leer. Por supuesto, en cada hotel es completamente distinto… no vaya a ser que aprendas. Y es que es curioso cómo se empeñan en complicarnos la vida so pretexto de «la automatización y el progreso tecnológico». Como si fuera bueno per se.
Hoy, manejar muchos de los equipamientos de un vehículo moderno es de todo menos evidente. A mi padre le cuesta simplemente poner la radio de su coche, y porque ya nos preocupamos sus hijos de que este asunto fuera de lo más «tradicional». Por supuesto no tendría ninguna opción de hacerlo en el mío que, sin ser «lo más», tienes que entrar en el menú de «entretenimiento» y seguir varios pasos para lo que antes se solucionaba girando la «rula» que todavía mantienen algunas marcas piadosas. Aprovecho para manifestar mi «pasmo» porque te puedan multar tan sólo por llevar el móvil en la mano mientras conduces pero, en más de un modelo, tengas que pasearte por varios menús, intentando apuntar con el dedo a una pantalla con iconos esquivos para subir la temperatura, manejar el ventilador de la climatización u otras muchas funciones, algunas de uso continuo depende para quién.
Y es que he llegado a la conclusión de que hay una tendencia puntito sádica en ciertos departamentos de ingeniería, sí, ésos que se encargan de los artículos que usamos todos los días (cuando no sea cuestión de costes). Y ya no sólo en cuestiones electrónicas sino meramente mecánicas también.
Recuerdo hace no tantos años en la era pre-smartphone, cuando Nokia reinaba sin discusión y con cada nuevo modelo nos obsequiaba con una manera distinta y más enrevesada de instalar la tarjeta SIM, independientemente de que la anterior funcionara perfectamente. Han sido muchas las uñas que se han quedado (y no pocas tarjetas inutilizadas) entre las intrincadas tripas de nuestro nuevo móvil por las inverosímiles y variadísimas maneras de instalación de la dichosa tarjetita, a cual más estrambótica.
Estoy convencido y sostengo que es por capricho de alguna mente calenturienta con ganas de vengarse de sus congéneres por alguna frustración no sé si confesable. Y no me extenderé con la moda de camuflar tiradores en puertas y cajones, a veces con notable éxito… aquí ya no por tecnología, lo llaman diseño.
Qué alegria, qué sensación de control (casi de poder) cuando alquilas cualquier alojamiento y cada interruptor acciona un mecanismo. Es mágico: tocas un botón, pasa algo y siempre que toques ese botón pasa lo mismo. Ves esa cadenita colgando de la lámpara y ya anticipas que la apagarás cuando quieras y, si no lo haces, es porque te has dormido. Sólo por eso. Y no te desvelarás cuando el sueño te llama investigando o descifrando el examen de criptografía doméstica al que te quieren someter algunos.
El otro día, en Oliva, tomando café con un proveedor (y sin embargo amigo)… fui al baño y tenía un simple, hermoso y funcional pestillo. Con un golpe de vista sabes inequívocamente si la puerta está cerrada o abierta y con un sencillo movimiento lo abres o cierras. Qué fácil, qué gusto, seguramente, hasta qué barato. Se me dibujó una sonrisa. Y se inventó hace siglos, siglos sirviendo a satisfacción de los usuarios.
No recuerdo el nombre del local pero vaya desde aquí mi agradecimiento a los que facilitan la vida a los demás en cosas tan mundanas como éstas. La complejidad sólo tiene sentido si mejora lo sencillo.
Que tengan un muy buen agosto.
Visitor Rating: 5 Stars
Visitor Rating: 5 Stars
Visitor Rating: 1 Stars
Juan José: He disfrutado leyendo tu precioso artículo. Un cordial saludo.
Gracias, Ramón. Me alegro que te haya resultado divertido. Aparte de una cierta y nostálgica reivindicación por una causa perdida, era la idea,
Visitor Rating: 3 Stars