Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

La contención o no de la ira… («lectures d’estiu II»)

“No quiero morir sin cicatrices”, dice el protagonista de Fight Club (El Club de la Lucha) (1996) del escritor norteamericano Chuck Pahahniuk, quien muestra su ira sin limitaciones como una forma de resistencia contra la conformidad. Una historia donde su personaje principal, frustrado con su vida monótona y su insomnio, canaliza su rabia y ansiedad a través de la creación de un club de lucha clandestino. Una novela de las encasilladas dentro del realismo sucio, aquellas que ofrecen un enfoque crudo y sórdido de la vida cotidiana, con un estilo directo y minimalista que provocan la reacción inequívoca del lector. Pensemos en De qué hablamos cuando hablamos del amor (1981) de Raymond Carver o Vieja escuela (2003) de Tobias Wolff, unos relatos duros e intensos que llevan a la exageración la reacción contra un mundo que les angustia y que provoca las reacciones más violentas o exacerbadas en sus protagonistas.

Descubrí este autor, Chuck Pahahniuk, de manera ocasional, a través de mis últimas lecturas en soporte digital en un momento en el cual —cosas de la edad, sin ninguna duda— reflexionaba con unos amigos sobre los motivos que nos llevan a esconder la rabia o la ira. ¿Por qué escondemos que algo nos molesta con un tono de voz elevado y manifestando nuestro nerviosismo? Algo así como una expresión recurrente en nuestras conversaciones: “yo, ¿enfadado? ¡Qué va! Solo es que me ha molestado mucho, pero mucho…”. Mostrar nuestros sentimientos suele estar denostado en una sociedad donde prevalece la frialdad y el autocontrol, donde siempre tenemos que ofrecer la imagen más racional y equilibrada de nuestro semblante. Tenemos miedo al rechazo por ser sinceros, detestamos que nos llamen “enfadicas”, cuando en realidad solo estamos exponiendo que los actos de alguien nos han sentado mal. No somos más débiles por explicar cómo nos sentimos por una acción contraria a nuestra manera de pensar o de ser. Frenamos las emociones, las depositamos en nuestro interior, con lo cual estamos fomentando a medio o largo plazo la explosión de estas. Reprimimos su salida, pero estamos incrementando el contenido de malos pensamientos en nuestro ser, de manera que a la mínima provocación podemos estallar, con consecuencias mucho más dañinas para nuestro entorno.

Una escena de «El Club de la Lucha» en su adaptación al cine (20th Century Fox).

En la novela de Chuck Pahahniuk la ira y la ansiedad del protagonista se canalizan a través del club clandestino, reflejando una crítica profunda a la sociedad consumista y la crisis de identidad masculina. Una fórmula de escape que acaba siendo destructiva. Así, cada fin de semana, unos cuantos jóvenes oficinistas se quitan los zapatos y las camisas y pelean entre sí hasta la extenuación. Los lunes vuelven a sus despachos con visibles señales de pelea y con un sentimiento embriagador de omnipotencia. Todo tan normal hasta el siguiente fin de semana. El autor se burla así de los excesos de una sociedad paralizada por el consumismo exacerbado. El ser humano vegeta en su semana laboral hasta encontrar el punto de desarrollo libre de su rabia, ofreciendo la vertiente más animal de sus pasiones. ¿Cuántas veces hemos leído en la prensa el caso de asesinos en serie que intentaban ofrecer su particular visión correctora de un mundo en decadencia? ¿Cuántas pasiones ocultas se visibilizan en competiciones deportivas donde la venganza y la agresión física acaba sustituyendo el espíritu inicial competitivo sobre la cual se basan estos deportes? Los humanos más amables y educados pueden convertirse en auténticas fieras despiadadas que agreden al otro simplemente por defender los colores de otro equipo. Si añadimos el consumo de alcohol o de sustancias estupefacientes, el poco control que pueden tener de su conducta se aleja completamente y se ofrecen auténticas cacerías contra los adversarios.

El psicólogo norteamericano Albert Ellis, creador de la Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC), aboga directamente por la deconstrucción de la ira a través de la aceptación inicial de la emoción. Esconderla no sirve de nada. Reconocer que estás enojado es el primer caso para superarla. Así, debemos escuchar la perspectiva de quien nos ha provocado el sentimiento sin interrumpirlo, tal vez nuestros pensamientos están distorsionados o proceden de conclusiones precipitadas. Entender al otro, incluso perdonarlo si nos ha agredido con su acción, puede provocar la deconstrucción del sentimiento inicial. Y una última recomendación: reírse de la situación. Encontrar el lado divertido en una situación complicada puede ayudarnos a liberar la tensión. En una sociedad que limita los sentimientos y que potencia la invasión de los espacios vitales es difícil relajar el conflicto y observar los aspectos más punzantes que nos llevan al límite, pero todo pasa por la sinceridad, por entender que cualquier sentimiento nuestro es legítimo pero que no debe nublarnos la visión y podamos resituarla. De lo contrario, saltos al vacío como los de la novela de Pahahniuk serán tristemente realidad, porque buscaremos la manera fácil de proyectar nuestros miedos y mediocridades: el conflicto como única solución posible. Hablemos y entendamos, pues, sin esconder los sentimientos que en cada momento sintamos.

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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