Habiendo tenido noticia de que se había abierto al tráfico, tras meses de reformas, la calle San Mateo, decido recorrer el eje “Plaza de España-Barrio Sagrada Familia” que tantas veces crucé del trabajo a casa y de casa al trabajo en mis años mozos, y no siempre en tranvía. El primer recuerdo que me asalta, en mi habitual paseo matutino, es frente a la desaparecida fábrica de tabacos, donde se situaba el Bar Molina en el que tantas cañas con calamares degusté.
Algo más arriba, ya me encuentro en plena calle Sevilla, una vía venida a menos tras la desaparición del cine Rialto y de una de las más importantes oficinas de la Caja de Ahorros del Sureste (que tenía hasta una guardería para niños en su interior). Tuerzo a la derecha por la calle Poeta Zorrilla, donde evoco aquel pequeño restaurante Gure Xoco (¿se escribía así?), donde conocí a Jaime Córdoba (ϯ) que ayudaba a sus padres a servir, y que con el tiempo se convertiría seguramente en el mejor agente de viajes de la ciudad, a la que debe haber traído docenas de congresos.
Y ya me sitúo en la plaza de Pio XII, donde vivía mi compañero de instituto, Eduardo M.ª Lastres, encima de una ferretería familiar, y que dejó huella al donar a la ciudad una de sus obras en mármol. Enfrente, el local cerrado que fue otrora el Bar Nuevo (después oficina bancaria), un lugar de encuentro, de citas de negocios, de tapas y de almuerzos, frente al que se encontraba un quiosco que alguna que otra vez ofrecía pájaros fritos, que nunca probé.
Y ya en la calle San Mateo, compruebo su nueva configuración, con mejores aceras y arbolado que espero genere buenas sombras. Epicentro comercial de los barrios de El Plá y Carolinas, presidido por el Mercado, cuyas obras de restauración aun continúan, me lleva hasta la plaza de Manila y de ahí a la calle Pintor Zuloaga, en la que estuvo en sus inicios el Bar Sureste —quizás porque el barrio Sagrada Familia lo construyó la Caja con este nombre geográfico— donde en las tardes se jugaba al dominó y los sábados por la noche la peña junior lo hacíamos al póker.
Sigo y en la esquina siguiente evoco un establecimiento emblemático, también hoy desaparecido: la Cafetería-Pastelería Nevada, ya frente al viejo Montemar, donde jugué a baloncesto, voleibol, hockey y hasta petanca con las primeras bolas que trajeron hasta Alicante los pieds-noirs venidos de Argelia en los años 60.
Regreso por la avenida de Padre Esplá, zigzagueando por algunas transversales para testar mis recuerdos con la realidad: después de cincuenta años, muchos cambios, más coches que antaño, hay mayor actividad… y ha aumentado la suciedad: hay calles por donde no debe haber pasado un barrendero hace semanas, las huellas fecales de perros son muy frecuentes y los ciudadanos no deben colaborar demasiado pues las latas de refrescos, papeles y otros residuos se acumulan junto a los bordillos.
Algo falla en la ciudad con más días de sol —349 horas de sol de media cada mes— y todos somos responsables. Mañana andaré por otro barrio, quizás si está nublo no notaré la basura.
Fantástico. Me has hecho recordar el barrio donde viví (en Doctor Nieto, junto al mercado municipal) en los sesenta. Un abrazo, Toni.
Amigo Toni: aunque breve tu comentario acerca de la suciedad, es lamentablemente un problema grave ante el que nuestros politicos locales prefieren jugar al avestruz y esconder7 la cabeza en sus elegantes despachos
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Pues el Alcalde y el concejal se sentiran orgullosos de la calle que han hecho que es una auntentica porqueria y de barro y arena en las aceras me gustaria que el Alcande viviera aqui en nuestro barrio haber como lleva los zapatos a su casa.
Nadie del barrio esta contnto como ha quedado ya no solo por el problema de aparcamiento sino por la suciedad y los arboles que son para los perros los dueños no los llevan ahi.
un saludo
y espero que los politicos no se llenen los bolsillos de las obras que hacen en las calles y que sea beneficion para el barrio.