Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

La casa

Fotografía: Kranich 17 (Fuente: Pixabay).

En castellano las palabras casa y vivienda puede parecernos  que significan lo mismo, que son lo mismo, pero seguramente es en parte un apreciación errónea. Son lo mismo, sí, pero seguramente no se refieren a lo mismo. La vivienda es, quizás, más el espacio físico, de uso reciente, pero la casa, esa otra expresión más nuestra y con raíces en la memoria colectiva, nos transporta al terreno de los afectos y a la lucha por la vida. Vivienda sería entonces solo ese espacio físico donde transcurre y se desarrolla gran parte de la vida, también el objeto de deseo de la especulación, pero esa otra acepción, la casa, sería lo más parecido al libro de cada una de esas vidas albergadas, con el añadido de todas sus emociones, secretos y desvelos.  

Una posible relectura de la obra del gran escritor y cineasta neoyorkino y premio Príncipe de Asturias de las Letras Paul Auster sería hacerlo a través de las descripciones que el propio autor nos ha ido regalando en sus obras de las casas que ha ido habitando a lo largo de su vida, todos esos espacios físicos que albergaron las emociones y que sirvieron de imprescindible sustento para su literatura. Sin todas ellas, sin todas esas casas y esos espacios propios, a veces alquilados, otras adquiridas en propiedad, muros que de alguna forma el propio autor nos va confesando que han ido tejiendo su obra, nada habría sido como fue. La vida, entonces, fue posible porque hubo todos esos espacios, las casas, que la contenían y cuidaban.

Se diría que, de alguna manera, estas sucesivas casas —hasta veinte refiere con todo lujo de detalles en su Diario de Invierno—, desde las primeras cochambrosas de la Gran Manzana neoyorkina que habitara en su juventud, a sus sucesivos “antros” de París, o el par de años que hiciese de guardia en una finca rural de la Provença francesa, pero, y sobre todo, Brooklyn, sus sucesivas casas en Brooklyn, su barrio de adopción, no sería posible entender su obra. Todas aquellas carencias que tan bien relata, los fantasmas que las albergaron, sus humedades, sus extraños vecindarios, han sido la paleta que de alguna manera hizo posible la luz de su obra.

De igual manera, las casas que habitamos, las que vamos dejando atrás en el camino del olvido, esas que nunca abandonamos del todo, incluso aquellas primeras de la infancia que son solo un vago recuerdo en la alacena de nuestros primeros pasos, o estas otras, más pegadas al presente, han sido y son, se podría decir también, como una segunda piel, un caparazón que nos protege de los muchos peligros de fuera, que nos acunan en los días de llanto y confusión, pero que también nos permiten mirar el futuro con briznas de esperanza, desbrozado de miedos, aparcando fantasmas. Sin ellas, sin todas esas casas, a veces humildes, a veces no tanto, seguramente tampoco cada uno de nosotros, de nosotras, habríamos escrito nuestros pequeños relatos de amistades compartidas, de lecturas infinitas, de risas, de soledades deseadas y otras no tanto.

Fotografía: Tierra Mallorca (Fuente: Unsplash).

Por eso deber ser que si esto de alguna manera es así, si las casas que habitamos son desde que los hombres y mujeres decidieron dejar atrás la trashumancia y pertenecer a una tierra de perfiles definidos, cuesta tanto entender y explicar que un gobierno que se dice a todas horas de izquierdas, un gobierno que presume a cada rato de hacer política a favor de la gente, haya dejado esta realidad —la de las casas— tan de lado, tan como algo secundario, un terreno al que no era necesario prestar esfuerzo, ni atención alguna, ni dinero, ni presupuesto. Ni, claro, debate público de altura.

Y por eso debe ser también que cuesta tanto comprender que solo al final, muy al final ya, y cuando las encuestas electorales se empinaban y la presentación de cuentas avizoraba, haya decidido sacar del polvoriento desván del olvido el artículo 47 de la Constitución: Todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación. La comunidad participará en las plusvalías que genere la acción urbanística de los entes públicos. No de otra manera se entiende este furor de leyes, esta torrentera de promesas de viviendas públicas, que en parte ni siquiera están construidas.  

Fuente: Perfil @JovenPensionist (Jóvenes Pensionistas) en Twitter.

Y es que sucede que los números y las estadísticas están ahí para sonrojar y sonrojarnos como país y como ciudadanos de un país con medio siglo de democracia. España era en 2021 —son datos que a buen seguro no han hecho más que empeorar— el país con menor índice de vivienda pública/social en régimen de alquiler del conjunto de la Unión Europea, ya que solo el 1 % del parque de viviendas de todo el país respondía a este criterio. Frente a este ridículo y lacerante dato que refleja de dónde venimos y dónde estamos, ahí está como baldón de la vergüenza ese 38 % de Países Bajos, el 17,4 % de Reino Unido o el 14 % de Francia.

En un país normal, una tierra que se estimase a sí misma, no debería ser necesario aspirar a ser Paul Auster para tener derecho a una casa, pero hoy y aquí y como bien se relata estos días, disponer de una de ellas para habitarla y vivirla es para millones de personas un artículo de lujo, un sueño imposible, algo que entra de lleno en el terreno de lo inalcanzable, especialmente si eres joven y/o emigrante. Y todo eso sucede justo y al mismo tiempo que existen 3,4 millones de casas vacías según datos del propio INE (Instituto Nacional de Estadística).

Fuente: Perfil @amnistiaespana (Amnistía Internacional España) en Twitter.

En esta irresponsabilidad compartida, que ya dura más de cuarenta años, debe ser que son muchos los que prefieren y empujan para que sigamos hablando solo de viviendas, de ese sesgo de rentabilidad y negocio que las embadurna, y que orillemos una y otra vez el significado profundo, emocional y constitucional de la palabra “casa” dicha en castellano como expresión de derecho y de dignidad que haga posible la vida.

Pepe López

Periodista.

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