Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Mi querida España

La aristocracia de la libertad pertenece a los periodistas

La ministra de Igualdad, Ana Redondo; la portavoz del Gobierno, Pilar Alegría, y el ministro para la Transformación Digital y de la Función Pública, Óscar López, en la comparecencia en rueda de prensa tras el Consejo de Ministros de la semana pasada (Fuente: Pool Moncloa).

¿Por qué no proyecta el Gobierno de este país una ley para la “buena gobernanza” de los profesionales de la medicina españoles y de sus colegios e instituciones? ¿Por qué, de igual manera y descaro, no lo hace con los abogados y sus colegios? Y puestos ya, ¿por qué no para el ejercicio de los arquitectos, a fin de regular y controlar su labor profesional en un país libre y democrático?  Y, de paso, ¿por qué no controlar las neuronas de novelistas, poetas, autores teatrales, ensayistas, escritores de cualquier signo o tendencia cuyas sensibilidades debilitan la “buena gobernanza” del país?

Solo el ejercicio de la profesión periodística, bastión de la libertad de expresión, pone en riesgo esa buena gobernanza. Solo un gobierno autocrático, de tendencia neofascista, puede tener tanto temor a quien más lo legitima como democrático.

Lo peor, pues, no es contestar a las preguntas anteriores. El Gobierno solo, de momento, promueve proyectos de buenas gobernanzas ––el más elegante eufemismo de lo que significa el buen control de los oficios y profesionales–– en aquellos sectores que lo pueden incomodar en sus funciones, o criticarlas o cuestionarlas, con el subsiguiente deterioro de la buena imagen del ejecutivo. Lo que implica que al Gobierno lo que en realidad le interesa es ser blanco de las críticas de la opinión pública.

A un presidente de Gobierno como Pedro Sánchez lo que le importa, en “la buena gobernanza de los medios”, es poder dirigirse al censor de turno, del que no se separa, para instarle a que se ponga en marcha el dispositivo de no dañar su imagen cuando ––por ejemplo–– abandona corriendo las calles de una ciudad anegada por la riada en Valencia. La “buena gobernanza” sería, para él, convocar un “think tank” para estudiar, en minutos, la forma de trasladar a la oposición todas las responsabilidades del mayor desastre causado por la naturaleza en la historia de nuestro país.

Es muy probable que en esa operación de “to think together” (pensar juntos) intervinieran cientos de asesores de Moncloa. Los que no tiene el chivo expiatorio de Carlos Mazón. La buena gobernanza, para Sánchez, es disponer, en el aquí y ahora, en el momento justo y preciso, cuando suelta una frase lapidaria contra la oposición en un discurso, del cámara y periodista dispuestos dócilmente a perpetuar ese momento de gloria. La perpetuación del presidente depende de esos pequeños, pero puntuales, momentos de gloria. En su innegable capacidad para fabricarlos, en tiempo y ex tempore, reside la supuesta virtud de su resiliencia. Sin la instrumentalización de los medios, Pedro Sánchez sería un político muerto. Por eso quiere apretar las tuercas de su “buena gobernanza”.  

Durante los primeros años de la Guerra Civil, el corresponsal de Pravda, Mijail Koltsov, que veía cuanto sucedía en España con “los ojos de Stalin”, recibía del dictador ruso consignas puntuales: “Preste más atención a lo que dice Indalecio Prieto; abandone hasta nuevo aviso reseñar frases que destaquen el radicalismo de Largo Caballero”, venía a decir. Y el excelente periodista bolchevique,  considerado la mejor pluma de la URSS,  obedecía a ciegas. Su docilidad le costó ser purgado. Mijail murió ahorcado en una Lubianka del Kremlin. Se le acusó, cómo no, de trotskista.

Eleanor Roosevelt con la Declaración de Derechos Humanos de 1949. Fotografía de la Roosevelt library web (Fuente: Wikimedia).

Los tiempos han cambiado, afortunadamente. Hasta cierto punto. Hace medio siglo, más o menos, en las postrimerías del franquismo, el periodismo no precisaba de leyes para su buena gobernanza. En cierta ocasión, le hice una entrevista a don Nicolás Redondo Urbieta, el líder histórico del PSOE, gran tipo, gran socialista, hombre íntegro. Ocupó una página completa del periódico. No se me hurtó ni una coma. Nicolás me llamó al día siguiente por teléfono para felicitarme y, de paso, me dijo: “Habrá que empezar a creer que todo empieza a cambiar”. Tenía razón. Unas semanas después se legalizó la UGT.

No puede haber democracia sin un periodismo libre. Que se les meta en la cabeza a los actuales gobernantes: La libertad no la inventaron ellos. Tampoco los periodistas, que son quienes la ejercen sometidos al cumplimiento de las leyes.  Si las redes sociales ––nuevos tiempos–– han provocado ciertos desmadres inaceptables, que intervengan los jueces. La interpretación del límite a la libertad siempre la tendrá el periodista, su conciencia, su responsabilidad, de la misma manera que el médico siempre cumplirá su juramento a Hipócrates. Nunca quien ejerce el poder tendrá esa responsabilidad sobre la libertad.

Solo un juez puede obligar a un periodista a revelar su fuente informativa, de lo que se infiere que es la justicia el único poder capaz de interpretar hasta dónde el periodista ha hecho mal o buen uso o mal uso de la libertad de expresión. Si así no fuera, sería el poder, el Gobierno, quien dispondría de la capacidad omnímoda y arbitraria de discernir sobre los límites de la libertad. Es decir,  “habría que empezar ––en palabras del gran Nicolás Redondo–– a creer que todo empieza a cambiar”, cierto, pero hacia el neofascimo. Esa es la tendencia que impera en la actualidad,

Como los médicos, periodistas, arquitectos, etcétera, los periodistas disponen de instituciones, colegios profesionales, asociaciones dispuestos a intervenir en asuntos que solo a ellos les conciernen en un marco plenamente democrático. Son ellos, en última instancia, a través de sus órganos directivos y cualificados, los llamados a modificar sus propias “gobernanzas”.

Entre los deberes de la democracia, don Niceto Alcalá Zamora, presidente de la República, un gran jurista y, sobre todo, un hombre honesto, señalaba el deber de “seleccionar las aptitudes y los espíritus, constituyendo la aristocracia del saber, y con ella, y por ella, la aristocracia que posibilite al ascenso al poder de los mejores”. Es evidente que, en materia de libertades, como en otras, los miembros del actual Gobierno, con Pedro Sánchez a la cabeza, no son la “aristocracia de los mejores.” En materia de libertades, esa aristocracia pertenecerá siempre, y pese a quien pese, a los periodistas. Cualquier gobernanza que se haga sin contar con ellos, será, en un contexto de libertades puras, una arbitrariedad, un abuso de poder, una puñalada por la espalda a la democracia, una fórmula de ejercer el «trumpismo» sin Trump.

Manuel Mira Candel

Periodista en medios nacionales e internacionales; presidente de la Asociación de la Prensa de Alicante; Premio Azorín de Novela en 2004 con "El secreto de Orcelis" y autor, desde entonces, de más de doce libros, entre ellos las también novelas: “Ella era Islandia”, “Madre Tierra”, “El Apeadero”, “El Olivo que no ardió en Salónica”, “Esperando a Sarah Miles en la playa de Inch”, “Las zapatillas vietnamitas” y "Giordano y la Reina".

2 Comments

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  • Don Manuel, se decía que el periodismo es el cuarto poder, ya lo dudo se lo están cargando poco a poco. Muchas veces hay que escribir como hizo usted en su novela del Premio Azorín. Pero para en este artículo no hacen falta seudónimos no terceras personas.
    Un saludo, desde Pinoso.