Tras diversas relaciones sentimentales traumáticas, algunas personas eligen la abstinencia sexual para sanar y reconstruir su autoestima. Deciden enfocarse en desarrollar una relación más saludable consigo mismas, sin depender de la validación externa. En este freno a las relaciones buscan reflexionar sobre sus necesidades emocionales y valorar relaciones más significativas. Se trata de una opción, válida como tantas otras, en la cual, en un momento concreto de la mediana edad, prefieren dedicar tiempo a desarrollar otros aspectos de sus vidas, como su carrera, estudios, espiritualidad o proyectos personales. Un ejemplo de ficción lo encontramos en la novela de Gabriel García Márquez, El amor en tiempos del cólera (1985), donde Fermina Daza, tras la muerte de su esposo, Juvenal Urbino, decide permanecer sola y reflexionar sobre su vida, alejándose de los vínculos románticos y sexuales. Una pausa en su vida efectiva que fomenta su paz interior: “durante mucho tiempo después de la muerte de su marido, Fermina Daza se refugió en una soledad deliberada, defendiendo su tranquilidad como un animal salvaje defiende su territorio”.
¿Es realmente una decisión de estas características sanadora? ¿Conseguimos proteger de esta manera nuestro espacio emocional y nuestra independencia? Cierto es que las dinámicas sexuales pueden generar estrés, preocupaciones o conflictos emocionales, como celos, expectativas o presión social. En algunas filosofías o prácticas espirituales, la abstinencia sexual es vista como una forma de conservar energía vital y alcanzar un estado de mayor equilibrio o concentración. Una máxima que pretende exigir el compromiso pleno de quien dedica su vida a su religión, como el caso de los sacerdotes católicos: sin familia propia, se entiende que puede dedicar todo su tiempo y energía a su labor pastoral. Además, este acto de sacrificio se entiende, pues, como una manera de dar su vida por completo al servicio divino y de la iglesia. El resto de los sacerdotes de otras ramas del cristianismo no lo entiende así: pueden tener una pareja y desarrollar una vida privada más allá de su compromiso religioso. Por este motivo, tal vez, los casos de pederastia denunciados —relaciones con menores— son mayores en el seno de esta iglesia. Diversos informes realizados en países como Estados Unidos de Norteamérica, Alemania o Australia ofrecen datos preocupantes entre el 4 y el 7 % de reconocimiento de esta situación. Es obvio que el celibato obligatorio y la represión de la sexualidad dentro del sacerdocio pueden contribuir a dinámicas psicológicas y emocionales complejas que ofrecen situaciones de inmadurez emocional como estas.
Pero, volvamos al punto de inicio. ¿Por qué los adultos, en un momento de nuestra vida, decidimos vivir una vida sin pareja y sin encuentros sexuales que completen nuestro desarrollo emocional y psicológico? En nuestra tradición histórica, casos como el de la protagonista de la novela de García Márquez han sido habituales en mujeres tras el fallecimiento de su marido. Expresiones como “he sido mujer de un solo hombre” o “ha sido y será el único amor de mi vida” sirven para justificar que tras la viudedad no se plantea la opción de buscar una nueva pareja. Se acepta como normal el hecho de no tener relaciones sexuales con otras personas, sin excluir la propia masturbación o el autocuidado. Un artículo reciente publicado en El País por Marita Alonso explicaba la tendencia de las mujeres a sumarse a la denominada boysober, o sea, al alejamiento de recurrir a los encuentros casuales proporcionadas por las aplicaciones de citas. Al eliminar por completo las relaciones románticas, las citas y las llamadas situationships —relaciones con sexo pero sin ningún tipo de compromiso—, se toma la consciencia de cuánto espacio mental ocupan estos temas. Se dispone de más tiempo para invertirlo en otros objetivos.
En todo caso, este tipo de abstinencia voluntaria es producto de la decisión propia. Aunque es abordado en los medios en mayor proporción en el caso de las mujeres, en los hombres también puede producirse, en todos los casos de orientación sexual posibles, y obedece a una revalorización de la soledad como un elemento de plenitud personal, alejado del concepto de abandono que presenta connotaciones más negativas. Una decisión que puede alargarse en el tiempo fomentada por miedos o inseguridades a romper de nuevo la barrera e intentar afianzar algún tipo de relación, sea afectiva o sexual. Con todo, respetando cualquier decisión de quien se encuentra en esta situación, habría que recordar que la sexualidad es un elemento enriquecedor para los humanos, sin que tenga que responder a ningún parámetro o nivel concreto, sino el que permita disfrutar y conectar con quien se comparte. Practicar la autoexploración puede ser una gran herramienta para retomar la vida íntima, aunque también puede servir para satisfacer las emociones y los placeres que ofrece el cuerpo humano. Una opción más de nuestro organismo que nos diferencia, sin ninguna duda, del resto de especies animales.
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