Hará ya unos cuarenta años, en las aulas de la Escuela Superior de las Cajas de Ahorros en Madrid, coincidí con un colega vasco con el que intercambié opiniones y experiencias profesionales del sector. Cuando nos despedimos, tras una semana de asistencia, intercambiamos tarjetas profesionales. En principio no percibí la curiosidad de la suya: por un lado estaba su nombre en castellano, Luis, probablemente el que figuraba en el Registro Civil, y en el otro, Koldo, quizás el que prefería y que no le era posible asumir oficialmente, aunque apostase por la versión en euskera. El resto de los datos también figuraban en las lenguas concordantes a su propio nombre.
También pudiera ser que esta “doble cara” —de la tarjeta no cabía inferir cuál era el anverso y cuál el dorso— obedecía a un criterio “comercial” para presentarse según las conveniencias en cada caso. Quizás era una respuesta adecuada a la situación vasca en aquellos momentos. La cuestión es que esta “doble identidad” a mí, desde la distancia, me parecía ciertamente llena de interrogantes. Tantos como nos puede generar a los espectadores más o menos pasivos de lo público, cuyos sujetos protagonistas son los políticos en ejercicio.
El Koldo de hoy es una muestra digna de mostrarse en escuelas de negocios como modelo. De chófer y/o guardaespaldas ascendió a miembro de los consejos de administración de empresas públicas, en representación del Ministerio de Transportes, suponemos que para aportar su experiencia en el tráfico de vehículos y en la seguridad de las personas y de las mercancías. No satisfecho lo suficiente, parece que amplió su actividad a otras esferas más rentables.
Siempre me han sorprendido dos cosas: una, que los partidos políticos no dispongan de un área de “asuntos internos” o de auditoría, interna o concertada con proveedor externo, que vigile a sus miembros y especialmente sus potenciales enriquecimientos; por otro lado, que la hacienda pública no detecte que un sujeto, de la noche a la mañana, pueda adquirir varios inmuebles, terrenos o propiedades sin que haya podido justificar los ingresos pertinentes.
Quizás este Koldo de hoy, como aquel de hace tantos años, también ofrecía a sus nuevos conocidos una tarjeta de visita con dos caras: la de asesor del ministro y la de conseguidor.
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