Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Historia

Isabel, Fernando, Ibrahim y la toma de Málaga

Boda de los Reyes Católicos en el banco de Valladolid de la Plaza de España de Sevilla. Andalucía, España (Fuente: Wikimedia).

La Reconquista es un periodo largo y complejo y, por tanto, lleno de anécdotas y datos curiosos. Y una de esas pequeñas historias curiosas es la del primer atentado suicida en la península ibérica durante la toma de Málaga en plena guerra de Granada.

Vamos por partes. Por resumir un poco, desde el asunto de Covadonga se había iniciado la reconquista cristiana del antiguo reino visigodo. Y hay que destacar lo de “cristiana”. No hubo, ni en la conquista musulmana ni en la reconquista cristiana, un gran genocidio sustituyendo a grandes masas de población. A partir de 711 la península se convirtió al islam. Es decir, quitando el hecho de una élite político y militar, la mayoría de la población tenía un origen étnico similar. Un poco como lo que ocurriría siglos más tarde con la llegada de los españoles a América. ¿Y por qué es importante destacar esto? Lo veremos más adelante.

Pero avancemos un poco. En 1469 contrajeron matrimonio Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. En el caso de Isabel, tras la preceptiva guerra civil. Por aquel entonces no ostentaban aún el título de Católicos, de hecho, dado que eran primos, necesitaban una dispensa papal para contraer matrimonio y ya que esta no llegaba optaron por falsificarla. Por ese motivo llegaron a ser excomulgados.

El caso es que por ardor guerrero, motivos religiosos o políticos, Isabel y Fernando, con sus reinos unificados, decidieron que ya estaba bien y que para dar estabilidad al reino lo mejor era conquistar Granada (lo de Navarra lo dejaban para más tarde) y que no se podía tener un reino unificado y fuerte con otro profesando otra religión como vecinos.

Para no ser menos, el reino de Granada comenzó su propia guerra civil con Boabdil enfrentado a su tío, Abdalla Alzagal. En ese contexto, lenta y metódicamente, Isabel y Fernando fueron conquistando el reino de Granada. Sin grandes batallas, el método habitual era el de sitiar las ciudades hasta su rendición. De vez en cuando se producían las “cabalgadas”, con pequeños grupos de caballeros que actuaban rápidamente para conquistar puntos aislados o enclaves. Casi como una razzia o guerra relámpago a caballo. Cosa, que por otra parte, a veces salía mal como en el desastre de Axarquía.

Pintura de Mohammed XII (Boabdil El Chico), último sultán de Granada, perteneciente a la Escuela española. Siglo XV. Colección Privada del Conde Anatoly Nikolaievich Demidov, príncipe de San Donato hasta 1870 (Fuente: Wikimedia).

Hacia 1487 ya era evidente que tarde o temprano el reino de Granada caería. En realidad había tres bandos y Alzagal tenía todas las de perder, entre otras cosas porque Boabdil no tenía capacidad, ni ganas, de ayudar a su tío. Sea por las prisas, por ver que se iba ganando la guerra o por el contexto internacional aquello terminó por tener la consideración de Cruzada. Las tropas cristianas usaban como lema “La reina lo quiere” parafraseando al “Deus vult” de quienes habían tratado de reconquistar Tierra Santa.

Pero claro, el mundo islámico no iba a ser menos. Si bien Boabdil seguía a lo suyo, inmerso en la guerra con su tío y tratando de no enfrentarse directamente al reino cristiano, desde el norte de África la cosa se veía de otra manera. Hasta el punto de que comenzaron a llegar refuerzos a Málaga, que se autodenominaban muyahidines. Y estos no venían para salvar al reino de Granada y sí para defender suelo musulmán. De hecho, tampoco les hacía demasiada gracia que Boabdil tuviese la intención de mantenerse en una especie de señorío rindiendo pleitesía a los cristianos, así que pensaron que primero el uno y luego el dos y cuando contuviesen el ataque cristiano se encargarían del rey granadino.

Para el 20 de junio de 1487 Málaga ya llevaba un tiempo sitiada. La diferencia con otras ciudades que ya habían caído del lado cristiano estaba en que la defensa era más férrea. Los sitiados, con ese aporte norteafricano, eran más decididos. En este caso no les daba igual que les obligasen a convertirse, estaban más dispuestos a defender su fe. Como en todo asedio, de vez en cuando se producían “salidas” y escaramuzas a las puertas de la ciudad. Al finalizar una de estas las tropas cristianas encontraron a un hombre orando. Se trataba de Ibrahim Algebri y era un murabit, una especie de santón o ermitaño musulmán procedente de la zona de Guadix.

Al ser encontrado en ese estado, rezando tras una pequeña batalla, les dijo a los cristianos que tenía un mensaje de Alah y que podría acabar con la guerra. Para ello solo tenían que llevarle ante Isabel y Fernando. Los soldados pensaron que tampoco era mala idea eso de acabar con la guerra ya así que lo llevaron al campamento real, muy cercano a la ciudad. De este modo lo trasladaron a una tienda, la más grande del campamento. Lo que vio Ibrahim nada más entrar fue a algunos soldados, a un caballero de porte más distinguido y a una dama muy bien vestida. Ibrahim debió pensar que esa era la suya, que tenía delante ni más ni menos que a Fernando de Aragón e Isabel de Castilla y que, efectivamente, iba a acabar con la guerra pero a su manera. Sacó de entre sus ropas un cuchillo, se lanzó contra el hombre dándole una cuchillada en la cabeza y al atacar a la mujer se le enredó entre el vestido. Ya no le dio tiempo a más porque los soldados presentes acometieron contra él abatiéndolo. Ibrahim murió pensando que había estado cerca de matar a los reyes pero estaba equivocado. A quien atacó fue a Don Álvaro de Portugal, que salió del entuerto con solo una herida, y Beatriz de Bobadilla, consejero y dama de Isabel. Es más, en ese momento ni Isabel ni Fernando se encontraban en el campamento ya que estaban atendiendo otros asuntos del cargo.

Ibrahim, además de murabit, pertenecía a una secta integrista islámica que en Tierra Santa se dedicaba a asesinar tanto a soldados como a peregrinos, la mayoría de las veces, ganándose previamente la confianza de sus víctimas. En este caso le pudieron las prisas.

Ibrahim y la Conquista de Málaga pintado por Rafael Tegeo (Fuente: Ministerio de Cultura).

Los cristianos procedieron entonces a realizar otro de los ejercicios habituales de la guerra, consistente en desmembrar el cuerpo del atacante para lanzarlo al interior de la ciudad. Procedimiento que solía ir acompañado de la respuesta dada por los sitiados en estos casos, hacer lo mismo con algunos prisioneros.

Con este ambiente la cosa ya no podía tener una salida airosa para los malagueños endureciéndose el asedio. Finalmente, sin llegar a producirse un ataque normal y definitivo, la ciudad se tomó por otro medio bastante común, el pacto. Pero no un pacto general; un comerciante malagueño, Ali Dordux, acordó con los reyes la entrega de la ciudad a cambio de salvar su vida y posesiones y las de 25 familias más, el resto que se apañase como pudiese. Esto tuvo como consecuencia la entrada final, la única a sangre y fuego en toda la Reconquista, en la ciudad de Málaga, el 13 de agosto de ese 1487. Todos los habitantes que no murieron durante la caída de la ciudad fueron apresados, expulsados de la misma y vendidos como esclavos. ¿Y por qué sucedió esto solo en Málaga y no en ninguna de las ciudades reconquistadas a lo largo de 700 años de guerra? Pues por lo que hemos contado al principio, por el carácter más belicoso desde el punto de vista religioso que se creó en este caso. A lo que hay que añadir que Isabel y Fernando estaban mandando un mensaje: “esto se ha acabado, toda la península será cristiana y ya sabéis lo que le pasará a quien se oponga” Era una forma de acabar con la Guerra Santa.

La ciudad de Granada no caería hasta el 2 de enero de 1492. Y esta cayó casi “sin pegar un tiro”. Una vez asediada Boabdil negoció los términos de la entrega, salvando la vida de sus habitantes, a quienes se les permitió conservar su fe y posesiones, y logrando un señorío para él. Llorando como mujer lo que no había sabido defender como hombre, sí, pero salvando su vida y posesiones. Curiosamente, ese 1492 no supondría la expulsión de los musulmanes de España, que llegaría más tarde, y sí la de los judíos.

Pero eso es otra historia.

Manín Soriano

Alicantino y herculano. O al revés. Estudié Historia para cargar aviones y me encantan las dos cosas.

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