Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Imbéciles

Manifestación por la libertad de expresión en 2014. Fotografía de Carlos Delgado (Fuente: Wikimedia).

José María Lassalle, secretario de estado de Cultura del PP en el primer gobierno de Mariano Rajoy y hoy asiduo tertuliano de la cadena Ser, vino a calificar hace unos días de “imbecilidades” el rosario de censuras y cancelaciones de obras artísticas, de teatro y cine mayormente, que están teniendo lugar en ayuntamientos gobernados por Vox y/o PP por todo el país tras las elecciones municipales del 28M.

Esta visión —calificar de imbéciles los hechos— es, sin duda, una manera tranquilizadora y bienintencionada de ver y analizar la fiebre censora que recorre el país y que ya se está cobrando sus primeras víctimas, pero quizás oculta el riesgo de esconder la gravedad del problema. Rebajar estos chuscos, tristes y lamentables episodios, a desagradables anécdotas protagonizadas por concejales y alcaldes “imbéciles” les quita hierro y, sobre todo, esconde la guerra cultural que hay tras ellos, infantilizando a quienes quieren imponer otra vez —ahora por la vía de los votos— sus estrechos marcos morales en el espacio público.

Bien es cierto que sería también tramposo tratar de hinchar el globo de dichos episodios. Pero, bien mirado, sí parece cierto que empiezan a marcar una cierta y peligrosa tendencia, y que la moda censora está teniendo un cierto predicamento aquí y allá. Más cuando las “razones argumentales” de fondo en los casos conocidos son las que son: invisibilidad del maltrato a la mujer (Lope de Vega), la homosexualidad/transexualidad (Virginia Woolf), un beso lésbico entre dos personajes mujeres (Walt Disney), o la denuncia de los problemas asociados a la alimentación en niñas y jóvenes adolescentes en el caso de una obra censurada en Palma, por citar cuatro de los casos más conocidos. ¿Es todo esto fruto de una mera casualidad o más bien forma parte del catecismo ultra de la nueva policía de la moral que quiere volver a decirnos qué esta bien y qué no?

José María Lassalle (Fuente: Wikimedia).

A la hora de definir la palabra imbécil, el diccionario de la RAE recoge que se refiere mayormente a gentes, personas, etc., “débiles”, “tontas” y “faltas de inteligencia”. ¿Podríamos, entonces, aquí, tranquilamente, concluir en versión libre y en línea con las palabras del propio Lasalle, que quienes han abierto la veda a todos estos chuscos episodios de burda y pura censura en ayuntamientos, son solo gente de esta calaña y que, por tanto, nada deberíamos temer más allá de la incomodidad de tener que tratar con ellos, si acaso vivimos en alguno de estos municipios? Sería esta una forma de encarar el problema.

Pero también habría otra. Más preocupante, más lacerante. ¿Puede, más bien, que nos encontremos ante la punta de un iceberg mucho más siniestro, que oculta mucho más de lo que muestra, que estemos ante el inicio de un peligroso camino que pretende segar las libertades como las hemos entendido en los últimos cuarenta años en el país? Quizás, solo quizás, sea esta segunda interrogante, y no la primera y tranquilizadora visión, la que debiéramos afrontar.

Las, sin duda, bien intencionadas y un tanto naíf palabras de José María Lasalle no debieran confundirnos. De seguir así las cosas, quizás no tengamos que esperar mucho para comprobar que serán las obras de García Lorca por homosexual, Miguel Hernández por comunista o Antonio Machado por republicano, quienes sufran las tijeras censoras de los nuevos guardianes de las buenas costumbres, una suerte de policía de la moral al gusto islamista surgida, eso sí, de las urnas. ¿Exagerado? Quién iba a pensar que uno de los grandes autores del Siglo de la Luces iba a ser censurado cuatro siglos después en un país democrático.

Pepe López

Periodista.

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