No eran buenos tiempos para nadie, la pobreza era común en las casas y las mujeres luchaban por sacar adelante a sus hijos, sin los esposos que les había arrebatado la guerra.
Recuerdo el hambre, la miseria, la ropa raída, la escuela improvisada en una casa en ruinas, los juegos con mis amigos con unas latas o una pelota de trapo y, sobre todo, recuerdo aquella noche donde la tragedia casi nos cuesta la vida.
Aún no era tarde, pero madre y yo ya dormíamos, pues a falta de electricidad, solo las velas nos alumbraban y tampoco estas podíamos desperdiciarlas. Así que cuando empezaba a oscurecer, cenábamos lo que mi madre había podido conseguir y después de una corta charla, nos íbamos al catre a esperar una nueva mañana. Hasta aquella noche, cuando me desperté sintiendo que me ahogaba y abrí los ojos para ver con horror que nuestra mísera casa estaba envuelta en humo y llamas. Tosí intentando despejar mi garganta y cuando conseguí respirar, grité como un loco llamando a mi madre, pero no obtuve respuesta. Cuando miré hacia donde ella dormía, solo pude ver el espeso humo negro que la rodeaba. Estaba aterrorizado y seguro de que no había escapatoria, me acurruqué en un rincón llorando y rogando porque aquello acabara pronto.
Pero entonces apareció, con su capa verde y su sombrero de picos, y desafiando al infierno que nos rodeaba, me cogió en brazos y me sacó de entre las llamas. Después volvió a la casa y justo un segundo antes de que esta se desplomara, salió con mi madre aún inconsciente y la depositó a mi lado, mientras me aseguraba que estaba viva, que no me preocupara.
Nunca le di las gracias y ni siquiera sé cómo se llamaba, pero para mí siempre sería mi héroe de capa verde.
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