Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Hablemos del tomate

Tomate español. Fotografía de Federico López Barrachina (Fuente: Wikimedia).

Vivimos tan al día, tan en el presente, que casi siempre olvidamos que los grandes problemas siguen ahí, impertérritos, tenaces, esperando respuestas que casi nunca llegan o que cuando llegan lo hacen arrastrando los pies. Ahora toca hablar de la crisis agraria, de la sequía, del tomate, pero las causas verdaderas que nos trajeron hasta aquí llevan ahí años, varadas, sin casi mirarlas de frente, sin que casi nos atreviéramos a nombrarlas.

Hay una imagen que me persigue en casos como éstos. La vida cuando la vida era dura de verdad y estaba tan pegada a la tierra que un duro invierno podía suponer el final de todo, la manera de hacer frente a todo aquello era la previsión, tener la leña suficiente para encender el fuego que alimentaba el hogar, el grano y el aceite almacenados en sus trojes. Era lo más parecido a lo que vemos en la naturaleza. Recoger la cosecha en primavera y verano, almacenar víveres, planificar para cuando el otoño y el inviernos llegasen. Era la forma de poder atravesar con éxito una mala jugada del destino, un imprevisto del tiempo.

Pero hoy casi que no sucede así. Y no solo climatológicamente hablando, que también, ahora preferimos pensar que siempre va a ser verano. O primavera. Siempre habrá agricultores que cultiven y procuren el sustento para que las estanterías estén llenas, y preferimos creer que siempre que abramos el grifo habrá agua para calmar la sed. Otra cosa no somos capaces de imaginar. El presente es el nuevo dios al que hemos decidido adorar.

Y por ahí seguimos, amamantando el becerro de oro del turismo, batiendo récord un año tras otro año. En pleno franquismo se dio un premio y un reconocimiento al turista un millón, ahora vamos camino de los cien millones, y levantamos la mano y la voz si alguien alerta que si no hay primaveras y veranos que planifiquen, el invierno que venga puede ser demasiado trágico.

El cambio climático nos está pillando tan de sorpresa que solo somos capaces de echarnos las manos a la cabeza cuando el agua deja de salir por el grifo, cuando las piscinas no se pueden llenar, cuando los agricultores echan sus tractores a la carretera cansados de trabajar para otros, como si todo eso no estuviera hace demasiado tiempo delante nuestro.

Royal en imagen de 2012. Fotografía de Jackolan1 (Fuente: Wikimedia).

Y nos echamos también las manos a la cabeza porque una socialista francesa, la exministra Ségolène Royal, ha tenido el atrevimiento de hablar mal de los tomates españoles. Y, quizás, antes de salir en tromba a defendernos, ofendidos, deberíamos preguntarnos cuáles son los salarios de miseria que se pagan en España en el cultivo de ese tomate, cuáles son las condiciones de semi esclavitud en las que muchos emigrantes trabajan en los campos de El Ejido donde se cultivan parte de esos tomates, por si esas preguntas nos dieran alguna respuesta.

Y sí, quizás, ya puestos, deberíamos también rebajar nuestra ira contra nuestro siempre orgulloso vecino, esa gente que creemos siempre nos mira por encima del hombro, y preguntarnos por qué cada año miles y miles de emigrantes españoles —hasta 15 000 según estadísticas— siguen prefiriendo hacer la vendimia en Francia a trabajar en el campo español: sí, quizás deberíamos hacernos preguntas como esas antes de invitar a Ségolène Royal a comer nuestros tomates ecológicos al modo como lo ha hecho nuestro presidente, Pedro Sánchez.

Porque hay esa otra realidad a la que tanto nos cuesta mirar. Hay miles y miles de hectáreas que durante decenios han estado explotando y esquilmando el acuífero de Doñana, contaminando el Mar Menor, demasiados años en los que siempre era verano o primavera. Hoy Cataluña —otro ejemplo, habrá más— ha cerrado el grifo del agua porque simplemente no ha llovido y de pronto se han dado cuenta que no habían hecho los deberes.

Tan preocupados por las cuestiones identitarias como estaban habían dejado de pensar que el agua es quizás lo más identitario de todo. Ni desaladoras, ni casi reutilización de aguas sucias, ni casi infraestructuras. Uno de los titulares de estos días en el Ara: Infraestructuras hídricas, una asignatura pendiente en Cataluña. Y es que sin agua no hay ni nación, ni lengua, ni presente. Casi que tampoco futuro.

Por eso mismo, quizás, antes de responder en tromba y ofendidos, deberíamos preguntarnos cuáles son los salarios de miseria que se pagan en España en el cultivo de ese mismo tomate, cuáles son las condiciones de semiesclavitud en las que muchos emigrantes trabajan en nuestros campos, en la fresa andaluza, cómo se paga la hora en los almacenas de la fruta de Murcia, esa lucha interminable entre el norte y el sur, entre la avaricia y una cierta justicia social, que tan bien muestran películas como La loba (1941) de William Wyler.

Quizás —en definitiva— deberíamos preocuparnos de planificar y hacer los deberes en verano y en primavera, cuando el buen tiempo, mirar a la naturaleza, para que cuando llegue el frío invierno en forma de sequía, de protestas agrarias, de estanterías vacías, eso que tarde más o tarde menos siempre acaba llegando, tener la leña necesaria para encender el hogar, los silos llenos, el agua para calmar la sed.

Eso mismo que siempre se hizo cuando la vida transcurría en estaciones de paso y era dura de verdad. No como ahora, que pareciera que siempre va a ser primavera o verano. Y que el frío invierno, ¡felices años veinte!, ya nunca volverá.

Pepe López

Periodista.

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  • Buenas preguntas que, muy probablemente, no encontrarán receptores ni respuestas. A lo Bid Dylan» estará en el viento»