En 1918 estalló la primera pandemia global que asoló por completo el planeta. Cien años después (con otra epidemia en plena ebullición) los investigadores no terminan de ponerse de acuerdo sobre su origen, aunque eso poco importa ya, hoy tenemos vacuna para ese virus. La mayoría de estudios sitúa su nacimiento en el campamento militar de Fort Riley, Kansas (USA), llegando a Europa con las tropas estadounidenses en los últimos estertores de la Primera Guerra Mundial y penetrando en el continente a través de Francia, allá por el mes de abril.
El virus “Influenza A-subtipo H1N1” comenzó a propagarse rápidamente entre civiles y militares, de trinchera en trinchera, de país en país. Pero las naciones enfrascadas en la contienda censuraron las noticias sobre la epidemia para que el enemigo no aumentara su moral ni decayera la propia. El caso es que tanto un bando como otro sufrían sus consecuencias y todos callaban.
A España llegó algo más tarde –en mayo– probablemente a través de los temporeros que viajaban a Francia, extendiéndose como un fogonazo. Al principio se le calificó de gripe benigna, pero el nivel de contagio y su posterior letalidad eran enormes, más si cabe con un continente en plena ruina económica por la guerra, con una sanidad que no era la de ahora (basta ver lo que está pasando en 2020 para imaginar la tragedia de entonces) y sin antibióticos.
Así pues con Europa y USA ocultando las informaciones sobre el mortífero virus, España –que era neutral en el conflicto– se convirtió en el único país que informaba sobre la oculta pandemia. Los periódicos de la España monárquica y liberal de Alfonso XIII (que también enfermó) no tenían censura, de tal manera que globalmente podía pensarse que el virus H1N1 sólo existía aquí, incluso que este era su origen.
El 22 de mayo de 1918 apareció en el diario ABC de Madrid la primera referencia a la nueva y desconocida enfermedad. El periodista Ángel María Castell (Aemecé), en su sección Madrid al Día, escribía un escueto párrafo que no hacía presagiar la llegada de la peor epidemia (hasta ahora) en la historia humana:
“Cosa rara en verdad resulta dar con un pariente, testamentario o amigo que no esté enfermo de la gripe o que convalezca de ella. Esta dolencia se nos ha encajado en Madrid y no en calidad de apacible isidro, sino de molesto huésped. Está en los asilos, en los cuarteles, en las casas de vecindad”.
Madrid era entonces, como ahora, el foco número uno en España. Y a partir de ahí los periódicos de todo el país comenzaron a informar sobre la nueva dolencia que se extendía cual mancha de aceite. Eso sí, con poco alarde tipográfico y más bien como algo curioso, pero no excesivamente preocupante.
El 23 de mayo el rotativo madrileño La Correspondencia de España bajo el titular “No hay que alarmarse” señalaba:
“Habíamos callado hasta ahora para evitar que el prurito de amplificación que lo invade todo viniese a alarmar al vecindario madrileño, harto combatido por otras preocupaciones y exigencias de la vida actual.
La enfermedad epidémica, que por fortuna no es grave, aunque sea muy molesta, ha invadido a millares de personas y no hay casa madrileña, ni centro oficial, ni teatro, ni fábrica, ni taller en que no haya numerosas bajas laborales a consecuencia de esta enfermedad, que merece el calificativo de misteriosa”.
Tan misterioso era su origen que hasta se especuló con movimientos de tierras en la capital para la construcción del Metro, que fue inaugurado en octubre del año siguiente. La epidemia había llegado y nadie sabía cómo.
El 25 de mayo el Diario de Alicante ya hablaba de la epidemia… en Madrid y Barcelona:
“Se agrava de modo alarmante la epidemia gripal. El número de atacados es enorme”.
En el Teatro Principal, mientras tanto, continuaba el éxito de la Compañía de Ópera Italiana, bajo la dirección del maestro Padovani, poniendo en escena Tosca, La Traviata y Madame Butterfly.
No fue hasta el lunes 27 de mayo cuando el Diario dedicara una referencia a la Terreta:
“El mal de moda, llamado el soldado de Nápoles o la gripe de los tres días está haciendo ya de las suyas en Alicante, donde se han señalado numerosos casos. Parece haber sido importada de Madrid porque los primeros enfermos han sido gentes venidas de la corte”.
El nombre “soldado de Nápoles” fue el que se le dio al principio en nuestro país. Cuando comenzó a manifestarse la enfermedad triunfaba en los escenarios de Madrid “La canción del olvido”, famosa zarzuela que incluía la pegadiza canción “Soldados de Nápoles”, así que ni cortos ni perezosos los madrileños apodaron al H1N1 con el nombre de la canción de moda.
A comienzos de junio la prensa española ya sostenía que la enfermedad no era exclusiva de la villa del oso y el madroño, “no es local, es nacional” señalaban los periódicos, todos a una. Así que ante tanta información en España y ninguna en el extranjero, un mal día el corresponsal del Times en Madrid envió una crónica en la que se hacía eco de una enfermedad que se propagaba rápidamente por España y a la que se refirió como “spanish influenza” o gripe española, ya que no se tenían noticias (públicamente) de su existencia en otro país del entorno europeo porque –como hemos señalado– toda información al respecto era censurada. Claro que a los contendientes y especialmente a los vencedores (Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos) les vino de perlas lo de “gripe española”. Era bueno ponerle un nombre que además echaba balones fuera… y así –injustamente– ha quedado para la historia.
El verano del 18 supuso una tregua para la epidemia, pero cuando en el hemisferio norte llegó el otoño las funerarias no daban abasto, los entierros individuales se tornaban imposibles, tuvieron que habilitarse numerosas fosas comunes. Era la segunda y más letal oleada (con nuevas mutaciones) que produjo el 75% de las muertes.
En España fueron 250 mil, otros tantos en Inglaterra, 400 mil en Francia e Italia, más de medio millón en USA. Entre 1918 y 1920 la pandemia infectó a un tercio de la población mundial. En China o India los muertos se contaban por decenas de millones. En Fairbanks (Alaska) murieron, en menos de una semana, 78 de sus 80 habitantes. La isla de Samoa, en las remotas aguas del Pacífico Sur, perdió a más de la mitad de su población. No se libraba ningún lugar. El planeta sufrió la baja de unos 50 millones de habitantes, aunque estudios más recientes sitúan la cifra en casi el doble.
Aquel H1N1 y el actual COVID-19 son primos lejanos, ambos peligrosos y mortíferos, el actual incluso más rápido en su expansión gracias a la facilidad en el transporte y la movilidad. En un siglo hemos pasado de la epidemia censurada a la pandemia retransmitida en directo, de una propagación rápida a otra fulminante. Ahora tenemos más medios y conocimientos para el combate. La disciplina social hace que nos hayamos puesto a ello y estoy convencido –quiero estarlo– de que este partido lo vamos a ganar ¡Ánimo valientes!
Suerte para todos.
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[…] fue la injustamente llamada ‘gripe española’, como bien documentaba el excelente periodista Benjamín Llorens en esta Hoja del Lunes. En la provincia de Alicante acabó con la vida de miles de ciudadanos en 1918. En toda España los […]