Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Opinión

Gracias Argentina por volverme a ilusionar

Hinchas argentinos tras ganar el Mundial de Fútbol 2023 (Fotografía: Alba Otero).
Porque el fútbol será un juego: chutar un balón y meter un gol. ¿Qué misterio tendrá el fútbol? No hay ninguno. Sin embargo, la Argentina me enseñó que es mucho más; es salir a la calle y encontrarte con amistades o hacerte nuevas; es saltar de la emoción; es abrazar a gente desconocida; es vivir una pasión de manera colectiva.

Hace seis meses toqué un césped cálido y áspero. Era una mañana primaveral en un estadio de fútbol imponente. Era el Estadio Azteca en Ciudad de México. Hace años que mi relación con el fútbol era insostenible y se fracturó por completo: los tejemanejes, la corrupción, sector empresarial… Mermó en mí.

Con los años intentaba reconciliarme, pero comprendí que tenía que vivir con una contradicción dentro de mi ser. Profundicé en la premisa de George Orwell: “El doble pensamiento significa el poder de tener dos creencias contradictorias en la mente simultáneamente y aceptar ambas”. ¿Tenía que vivir con la contradicción?

El jueves 2 de junio de 2022 pisé el Estadio Azteca. Las contradicciones empezaron a brotar, porque sentí ese césped y vi ese arco del famoso gol contra los ingleses. La mano de Dios.

Alegría para todas las edades (Fotografía: Alba Otero).

Pasaron los meses y me mudé a Rosario. La ciudad del fútbol, como comentó un periodista en la RAI —canal de la televisión pública italiana—. La Rosario del fideo Di María, Lionel Messi y Ángel Correa. Vivir un Mundial ahí y por primera vez en verano para esta parte del hemisferio.

Llegó noviembre y empezó el Mundial con mi jet lag de estaciones. Martes, 22 de noviembre, se jugaba el primer partido a las 7:00 a.m. Los negocios estaban abiertos dos horas antes del encuentro. Toda Argentina tenía un rayo de esperanza, que se quebró. Intenté manifestar en vano que iba a pasar como con España en el año 2010.

Debido a este primer contratiempo, mi pareja y yo decidimos cambiar la estrategia de ver los partidos. Ahí comenzó nuestra primera cábala. Esta experiencia totalmente insólita, pues no soy supersticiosa. La gente me compartió sus cábalas: congelar a los jugadores del equipo contrario el día de antes, tirarse a una piscina antes del partido, no ir al aseo durante el partido, poner una biblia detrás del televisor, ver los partidos con la misma camiseta y no lavarla, dormir los primeros 30 minutos de partido, comer y beber lo mismo en cada partido… En el bar nosotros añadimos tomar siempre Cerveza Santa Fe y patatas con sal.  

(Fotografía: Alba Otero).

Antes de irnos al bar, que solía ser dos horas antes del partido —también se convirtió en cábala—, la ciudad estaba vacía. Me sorprendió todas las veces que fuimos a ver los partidos, porque me gustaría aclarar que vivo en una zona céntrica y el bullicio de la gente es usual. La gota que colma el vaso de todo esto es que parados en un semáforo vimos un pequeño panel, de los que te avisan sobre seguridad vial y la velocidad máxima, y vislumbramos: “Vamos Leo, Fideo, Ángel…”. Insólito.

Llegamos a la tierra prometida. La decoración constaba de banderas argentinas, pelucas blanquiazules, vuvuzelas, la gente con la cara pintada ya sea con la bandera o con brillo para simular los colores: celeste y blanco —en semifinales también terminé con la cara pintada—. Incluso en los tres últimos partidos apareció el bombo. En todos y cada uno de los partidos vi en las caras de la gente fe y emoción, aunque se entreveía el nerviosismo.

La dinámica y cábala era siempre la misma. Ir a nuestra mesa del fondo, adjudicada desde el primer momento, es decir, muy cerca de la pantalla gigante. Sobre el escenario que tenía la pantalla había una ofrenda de dos velas rojas y un pucho a la estatua del Gauchito Gil con una fotografía de Gilda y Maradona.

(Fotografía: Alba Otero).

A minutos para que arranque el juego, la tensión de la gente se iba manifestando. Una vuvuzela empitonada con ese característico ruido. Aparecen en pantalla los jugadores en el túnel de vestuarios y enfocan a Lionel Messi. El clamor de la gente por su ídolo resultaba impactante. Creo que vivo en una estación de incredulidad y llega a su punto más alto cuando suena el himno y todos lo cantan al unísono.

Lo más hermoso de ver un partido de fútbol es cantar los goles. Esos momentos, los recuerdo a cámara lenta. Veo como todo el mundo se levanta y grita: “GOL”. Veo a mi pareja con ojos acristalados y con los puños hacia arriba celebrando ese momento. Veo cómo la gente se abraza, se besa, se emocionan. Me uní a la gente a partir del segundo gol contra México y hasta la final: agité mis puños, abracé y besé.

Cada vez que terminaba un partido salíamos con el auto a dar vueltas. Subirte en el lado de la ventanilla izando la bandera o a la caja de las camionetas y corear cánticos. Una locura colectiva, pero qué maravilla de temeridad. Las abuelas fueron clave importante y todo el mundo las abrazaba. No había distinción de clases o etnias, lo resume perfectamente una canción de Bersuit Vergarabat que se llama: La argentinidad al palo: “Tanos, gallegos, criollos, judíos, polacos. Indios, negros, cabecitas, pero con pedigrí francés. Somos de un lugar, santo y profano a la vez. Mixtura de alta combustión. La argentinidad al palo”.

(Fotografía: Alba Otero).

El último partido: Argentina-Francia. Partido que tenían controlado, pero el fútbol es imprevisible y los 90 minutos son muy largos en un campo de fútbol —tomándome una licencia futbolística—. Tengo la viva imagen de los penales. Al Gauchito Gil no le cabían más velas y ofrendas. Casi todo el mundo dejó su camiseta de Maradona. No puedo contener la emoción. Pongo, yo, mis manos en forma de rezo y le pido al mismísimo Diego: “Maradona, sé que nuestra relación no es fácil, pero volví a confiar y sé que era eso que le decías a tu mamá cuando ganaste el Mundial: ‘Juego por vos, mamá’”. Comprendí muchísimas cosas. Salí al monumento en la ciudad del fútbol, coreé un cántico inimaginable, pero de su mano dimos la vuelta. Gracias Messi.  

Porque el fútbol será un juego: chutar un balón y meter un gol. ¿Qué misterio tendrá el fútbol? No hay ninguno. Sin embargo, la Argentina me enseñó que es mucho más; es salir a la calle y encontrarte con amistades o hacerte nuevas; es saltar de la emoción; es abrazar a gente desconocida; es vivir una pasión de manera colectiva. Es sentirte parte y el pueblo argentino siempre supo recibir con los brazos abiertos. Argentina, gracias por este Mundial y por tu forma de vivirlo. El recuerdo perdurará siempre en mí. Gracias, fútbol, por ser ese misterio que la locura puede llegar a entender. Y celebro esta victoria de Argentina, porque me volví a ilusionar y porque la vida, como el amor, es una contradicción.

Alba Otero

Graduada en Periodismo por la UMH y maestría en Medios, Comunicación y Cultura por la UAB. Mis comienzos fueron en radio gracias a Radio UMH pero me gusta escribir y editar vídeos, por lo que me considero una periodista todoterreno. Interesada en la cultura, política y en regenerar el periodismo. La calidad periodística junto al fact-checking es el camino para adentrarnos a la era digital.

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