Cualquier visitante que pasee por la Explanada de España, hasta la plaza de Canalejas, podrá fijarse en el conjunto escultórico metálico representando a un viajero recién llegado con sus maletas, acogido a brazos abiertos por otro personaje. Seguramente el paseante, por poco que ya conozca nuestra ciudad, reconocerá en tal escena la virtud alicantina de dar espontáneamente la bienvenida a todo forastero. Sin embargo, dichas esculturas tienen un significado, desde su instalación en 2014, que ya no figura en su entorno. En efecto, antes de la reciente remodelación de la plaza de Canalejas, un panel, colocado frente a la obra del artista Toni Mari, rezaba en 4 idiomas lo siguiente:
“¡Gracias, Alicante!
Durante el verano de 1962, miles de españoles y franceses exiliados de la Argelia francesa, llamados “Pieds-Noirs”, hallaron una ejemplar acogida por parte del pueblo de Alicante y de su provincia. En testimonio de su profundo agradecimiento, esos mismos “Pieds-Noirs” donan este grupo escultórico a nuestra ciudad”.
Todavía no se ha repuesto dicho panel, como tampoco se ha subsanado el deterioro de las dos maletas del viajero, quedando “muda” la escena para todo aquel que no sepa de los lazos históricos entre nuestra región y Argelia.
Corría el verano de 1962 cuando en la orilla magrebí se terminaba de la peor manera posible la Guerra de Argelia, también llamada Guerra de Independencia Argelina. Los más veteranos recordarán que fueron siete años de sangrientos enfrentamientos destinados a cerrar un ciclo histórico francés. En 1830, sometida entonces al Imperio otomano, la Regencia de Argel desaparece con la conquista colonial francesa. En 1839, aquel amplio territorio es bautizado con el nombre de “Argelia” (El Djezair) por París. Aquello no fue precisamente un paseo militar, tal como lo relatan los mejores manuales de historia, pero dio lugar al mismo tiempo a sucesivas olas de inmigración europea, económica y política: Francia, España, Suiza, Italia, Malta, etc.
Desde nuestras costas mediterráneas salieron a buscar mejor fortuna miles de trabajadores del campo, llegando allí prácticamente con lo puesto y la mochila (de ahí el apodo que les acuñaron los franceses: “los caracoles”), y recibidos en general por otros compatriotas ya establecidos, temporal o permanentemente.
A gran parte de las familias francesas, obligadas a abandonar Alsacia y Lorena, retornadas temporalmente al Imperio alemán, les convencieron desde las instancias parisinas que hallarían un país de jauja, mientras que los indeseables opositores políticos al régimen no tuvieron más opciones que embarcarse en Marsella. En aquellas tierras ingratas se juntaron pues inmigrantes de toda índole, si bien los braceros españoles supieron adaptarse mejor a deplorables condiciones de vida de la otra orilla, que no eran pocas: sequías, plagas, epidemias, quiebras, masacres perpetradas por tribus indígenas (Saida, 1881), etc. Pero pese a tales adversidades, sus esfuerzos generaron frutos: creció la alfalfa, se plantaron naranjos, nació la clementina, se multiplicaron los olivares y se extendieron los viñedos.
A principios del siglo XX, y a título de ejemplo, la provincia de Orán contaba con un número de españoles superior al de los franceses. Dejando de lado la suspicacia del Estado francés que ya veía con malos ojos aquella superioridad numérica española, activando, para contrarrestarla, unas leyes de naturalizaciones automáticas, nuestros compatriotas tuvieron que iniciar —con ahínco y perseverancia— su ascenso y reconocimiento social en el seno de la sociedad europea francesa, próxima al funcionariado local —civil y militar—, y en la que se fundieron paulatinamente.
A Orán llegaron en 1939 los refugiados del vapor Stanbrook, llevados por el capitán Dickinson, cuyo busto se sitúa al otro extremo de la Explanada. Fueron maltratados por las autoridades francesas de la época, al contrario de lo que hicieron los propios españoles, o descendientes de españoles, afincados en aquella ciudad. Las esculturas “¡Gracias, Alicante!” fueron ofrecidas en 2014 a nuestra ciudad por un colectivo franco-español de exresidentes en Argelia, y simbolizan el retorno del emigrado o exiliado de entonces, en ese “ir y venir” impuesto por la Historia. Aquellos pioneros, franceses y españoles, de generación en generación, no pudieron o no supieron entender que el “Viento de la Historia”, fórmula tan eufemística como cínica empleada entonces por aquel jefe del Estado francés a principios de los sesenta, iba a barrerlos del mapa, de su tierra de penas y glorias.
La mayoría de aquellos “veraneantes inesperados” (como los llegó a llamar un ministro francés de entonces) desembarcaron en época de Hogueras, con tracas y petardos incesantes que les sobresaltaban, por recordar disparos y granadas de la otra orilla. En aquel “¡Sálvese quien pueda!”, España envió a Orán un par de barcos de la Trasmediterránea, para recoger a unos miles de ciudadanos españoles apiñados en los muelles. De todo ello, queda por escrito varios testimonios de las espontáneas acogidas y ayudas —tanto institucionales como privadas— de las que se beneficiaron bastantes familias que abandonaron sus bienes, frutos de la labor y el sacrificio de varias generaciones que allí reposan.
Llegaron sobre todo con un capital humano: un saber hacer y un empeño en apostar por un futuro en sintonía con la sociedad alicantina. Además, parte de ellos poseían raíces alicantinas. Este fenómeno de sociedad ha sido estudiado de forma muy pormenorizada por los profesores de universidad. En dichos trabajos se refleja la aportación humana de esas familias castigadas por la Historia-que-no-cesa para mejorar la vida socioeconómica de Alicante y su provincia, surgiendo nuevamente un colegio francés. Si sentían que tenían contraída una deuda con esta tierra de acogida, hoy en día ya está más que saldada. Aunque bien es cierto que todo alicantino bien nacido no suele cobrar por ayudar a sus amigos. El corazón existe.
Muy interesante y muy oportuno. Urge la restauración del monumento y el regreso del panel que da sentido a la obra. Un saludo cordial.
Gracias. Me consta que la Concejalía de Cultura está en dar una solución a la oxidación de las maletas. Cuento con que se reponga, naturalmente, el panel.
Esta claro que el panel debe ser repuesto , lo más rápidamente posible, es fundamebtal que se sepa el porqué de estas esculturas que significan mucho , no solamente para los »pieds noires» sino para la ciudad de Alicante que los acogió cuando tuvieron que dejar un país que levantaron con el sudor , nunca mejor dicho, de su frente y con muchos sacrificios. Así que me uno , a lo escrito en este magnífico articulo., para que este problema sea resuelto por el Ayuntamiento de Alicante.