Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Sin recortes

Ganar tiempo mientras pienso qué digo: las muletillas

Fotografía de WaveBreakMedia (Fuente: Freepik).
“Algunas veces, cuando queremos pensar o concretar nuestro discurso, si no lo tenemos claro del todo, decimos, bueno, eso es lo que intentamos concretar, eh, me entendéis, eso es lo que queremos, eh, explicar… eso es exactamente lo que pretendía, pues, explicaros".

Si estamos en una conversación oral, que no es el caso de este texto, la inmediatez de nuestra exposición nos lleva al uso de palabras o frases que se pueden repetir de manera excesiva, sin aportar un significado adicional relevante. Este uso propio de situaciones de oralidad lleva el nombre de muletillas (en valenciano, mots crossa) donde una palabra o locución alargan el enunciado para permitir al locutor pensar el contenido de su expresión posterior. Si lo utilizamos excesivamente puede entenderse como un vicio de elocución. Se trata, pues, de unas herramientas lingüísticas que ayudan a sostener el discurso pronunciado, de aquí el uso de este derivado de muleta, en tanto que mantienen el interés con el interlocutor evitando la interrupción de la comunicación.

Este apoyo que, en algunos hablantes es básico para la consecución de su discurso, puede promover en exceso la falta de confianza de quien las produce, ya que quien escucha puede percibir que el otro no sabe realmente qué decir y que ha tenido que recurrir a estas expresiones para mantener su conversación. Por este motivo, también podemos considerarlas como una especie de tic verbal que incluso puede llegar a definir y caracterizar algunas personas. Así, podemos identificar aquella amistad como la que ¿sabes lo que te quiero decir?, en tanto que cada tres o cuatro frases incorpora esta expresión hecha que intenta reclamar tu atención sin aportar nada nuevo al discurso. Otros ejemplos de este uso peculiar del lenguaje son las expresiones lo que quiero decir, vale, entendido, ¿has visto?, ¿me entiendes?, bueno, ¿sí?, pues, eh, ¿verdad?, ¿sabes? que, por sí solas no representan ningún valor de interacción con quien se conversa, pero que en un uso repetido e incesante pueden llegar a dificultar la normal resolución del entendimiento entre los participantes en una charla. Estamos en un campo de acción lingüística similar al de las frases gancho (popularizadas con el término inglés catch phrase) que entran en nuestra elocución procedentes de la cultura popular a través de los medios de comunicación o de películas. Algo así con expresiones como “Daba daba du” de Los Picapiedra o frases del conocido Chiquito de la Calzada como “fistro pecador” o “te das cuen?”. Un uso recurrente de estas puede llegar a empobrecer nuestro lenguaje y alejar el interés hacia nuestra conversación, cuando en origen se buscaba todo lo contrario.

Monumento dedicado a Chiquito de la Calzada en Málaga. Fotografía de Daniel Capilla (Fuente: Wikimedia).

“Entonces, eh, bueno, estaba pensando en, ¿cómo te explico?, hacer ese proyecto que tanto deseamos, pero es que, ¿sabes?, no sé si realmente lo tenemos claro. Es como, eh, una idea que me viene a la mente, pero, bueno, en realidad no estoy seguro de si seremos capaces. O sea, es que, ¿cómo decirlo?, siento que podemos equivocarnos, ¿entiendes? Y, pues, mmm, bueno, no sé, ¿qué opinas tú?”.

Repetimos una y otra vez aquellas muletillas que se han apoderado de nuestro registro oral y no somos conscientes de la debilidad de nuestro lenguaje. Es obvio que la falta de confianza en expresarse nos lleva a utilizar estas frases como una manera de ganar tiempo o de llenar los vacíos de nuestro discurso mientras pensamos qué diremos a continuación. Pero si añadimos la influencia de la cultura popular o la exposición constante a ciertos patrones lingüísticos, especialmente a través de los medios de comunicación y de las redes sociales, repetimos ciertas muletillas o expresiones de manera inconsciente a nuestra propia habla. En entornos como las redes sociales, los mensajes de texto y las conversaciones en línea, tendemos a priorizar la velocidad sobre la precisión lingüística, lo que nos lleva a un mayor uso de estos vocablos y de frases gancho disminuyendo la calidad del lenguaje.

Perdemos tiempo con el debate estéril sobre la falta de lectura promovida por un entorno digital, cuando no vamos al origen de la cuestión: la frivolización de la formación de nuestro alumnado y de las nuevas generaciones que estamos preparando. Leamos, en definitiva, sea en entorno analógico y digital; conversemos con propiedad, con un uso adecuado del lenguaje para obtener mayores réditos en la comunicación sin empobrecer nuestra expresión y desterrando aquellos vocablos que, aunque puedan parecer graciosos, denotan una simplificación constante de nuestra habla y un auténtico atentado a nuestra cultura. No es, pues, ningún delito usar alguna de estas expresiones de manera aislada, sin que estas sustituyan los vocablos adecuados para cada situación comunicativa. De esa manera acabaremos ganando tiempo, ya que habremos conseguido, con la menor cantidad de palabras, conseguir el efecto deseado con nuestro interlocutor.

Carles Cortés

Catedrático de universidad y escritor.

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