La poesía es como un don maravilloso, porque no deja de ser extraordinaria la necesidad de escribir poesía, excelente o mediocre, para trasformar la vida en palabras.
Francisco Brines
Soplan vientos favorables para la poesía que sigue inspirando a poetas legendarios, cuando los últimos relámpagos de su dilatada vida poética todavía brillan en el cielo y aún no se han apagado los últimos rescoldos de su alma de poeta, Francisco Brines, perteneciente al grupo de poetas de la generación del 50, y reconocido como maestro de la poesía actual, ha sido galardonado con el prestigioso Premio Cervantes de las Letras. El jurado ha destacado su poesía intimista, en la que hace una profunda reflexión sobre la memoria, el paso del tiempo y la exaltación vital.
Así, él mismo nos resume su credo poético:
Es ese mi resumen
y está en él mi epitafio.
Habla mi nada al vivo
y él se asoma a un espejo
que no refleja a nadie
Profesor de literatura española en la Universidad de Cambridge y de Lengua española en la Universidad de Oxford, Francisco Brines ha sabido reflejar en sus poemas la esencia de su alma; toda su obra desprende un sentimiento melancólico para tratar los temas clásicos de la juventud perdida, la nostalgia por el paso del tiempo, la contemplación de la belleza y el amor, todo ello desde una nueva perspectiva.
Perteneciente a la Generación de los 50, ha sabido trasmitir el modo de pensar y de sentir de todos los poetas coetáneos, que han visto reflejados en sus poemas su propio sentimiento.
La memoria representa un tema esencial en su escritura, y así irá desgranando las emociones que afloran desde su idílica niñez perdida para siempre, hasta el presagio de la muerte que trata de asumir con una aceptación serena. Es ahí, cuando observa con una infinita nostalgia los últimos residuos de su inspiración poética, con la necesidad de comenzar a recordar su paseo por la vida, mientras se sumerge en el sueño, para continuar viviendo mientras duerme.
En su poemario Las brasas desnuda su voz para expresar el desvanecimiento de la vida, a causa de la fuerza implacable del tiempo, como fuego devorador que todo lo consume. Será desde el prisma de la vejez desde donde se poetiza sobre la fugacidad de la vida. En este libro se contempla la existencia desde la mirada de un anciano, con sus ojos impregnados de mar y soledad, en medio de paredes desnudas de cal y ventanales de naranjos. Aunque cuando lo escribe, el autor no había cumplido todavía los 30 años.
La infancia y la juventud se sitúan en un tiempo lejano, en donde impera una presencia luminosa y sensual, que dará paso a una poesía de signo elegiaco y de exaltación de la vida, con la presencia de ese sol levantino que arde en su rostro, porque tiene el amor como alimento.
Las brasas (Premio Adonais de poesía 1959)
Qué septiembre
cubre la tierra, lentos nardos suben,
y suben las palomas con las alas
el aire, el sol, y el mar descansa cerca.
En su obra se pueden observar las influencias de Luis Cernuda, en el perfecto equilibrio entre el respeto a la tradición y su personal creación, sabiendo como nadie encontrar el punto de ruptura y de enlace con el clasicismo, y de Juan Ramón Jiménez en ese saber adentrarse en la esencia de las cosas, eliminando lo superficial.
Con el tiempo aprenderá a sacar los retazos de recuerdos de su memoria y ponerlos al sol para iluminarlos, pues siempre subyace la presencia de Elca, su casa levantina, su paraíso perdido.
Estos momentos breves de la tarde,
con un vuelo de pájaros rodando en el ciprés,
o el súbito posarse en el laurel dichoso
para ver, desde allí, su mundo cotidiano,
en el que están los muros blancos de la casa,
un grupo espeso de naranjos,
el hombre extraño que ahora escribe.
A lo largo de su obra, el reloj imparable sigue oscilando, y le trae al presente esa amargura de los tiernos recuerdos, que aparecen como esas letanías que resuenan como salmos monótonos y tristes. Brines ha sabido despertar de ese sueño con ráfagas de coral que busca incansable esa grieta con la que hacerse un hueco en su corazón. Es en sus versos donde surgen las últimas luces del fondo de su pecho para dar luz a su vida.
Palabras a la oscuridad (Premio Nacional de la Crítica 1966)
Se me ha quemado el pecho, como un horno
por el dolor de tus palabras
y también de las mías.
Hablamos del mundo, y desde el cielo
descendía su paz a nuestros ojos.
Hay momentos del hombre en que le duele
amar, pensar, mirar, sentirse vivo,
y se sabe en la tierra por azar
sólo, inútilmente en ella.
Como si se tratase de algo ajeno
hablamos de nosotros
y nos hicimos inciertos, unas sombras.
Es en su poesía amorosa donde encontramos al Brines más sensitivo y emocional. Descubrimos la presencia de voces hondas y roncas de amores remotos, que aparecen en la noche como sirenas de un barco naufragando. Son versos escritos para leer sin parpadear, escritos bajo un resplandor lunar y el soplo de las musas, (a las que hoy en día, dice dejar todavía la puerta entreabierta).
La verdad de mi amor sabedla ahora:
la materia y el soplo se unieron en su vida
como la luz que posa en el espejo
(era pequeña luz, espejo diminuto),
Era azarosa creación perfecta.
Un ser en orden crecía junto a mí,
y mi desorden serenaba.
Amé su limitada perfección.
El otoño de las rosas (Premio Nacional de Poesía, 1986)
Su obra «El otoño de las rosas» constituye una de las cimas de la poesía española de la segunda mitad del siglo XX.
Contempla en el jardín las flores de este otoño,
las tapias recubiertas de hiedras y jazmines,
y el paso misterioso de los pájaros
que vuelven de repente del lugar de una sombra,
o que buscan las ramas
y se mecen
en densos y caídos surtidores
de rojas buganvilias.
Y es así, como en su última etapa, el poeta sigue viviendo entre la luz y la sombra, descubriendo la forma de la belleza que se revela cada mañana ante sus ojos, en versos amasados con mano sabia y tierna. Siempre persiguiendo un sueño imposible de alcanzar, aunque su pecho sigue henchido por esa aspiración de conquistar la inmortalidad que le hace seguir caminando dormido.
La última costa (Premio Fastenrath de la Real Academia Española, 1998)
Se hace negro el otoño de repente,
en esta hora temprana de la tarde,
antes de que la lluvia llegue abierta
a lavar el jardín con mansedumbre,
a humedecer mis ojos por la vida perdida.
A lo largo de su trayectoria sus distintos poemarios ofrecen una sensación de continuidad, de constancia de insistencia en el mismo tema. Como el mismo nos confiesa: «Yo diría que estoy siempre escribiendo el mismo poema».
Es por ello, que su poesía aparece marcada por esa sensación de pérdida, que es el olvido, y por medio de toda su obra intentará reconstruir y rescatar su memoria del paso del tiempo. Sus versos parecen ser extraídos de manantiales remotos, seleccionando aquellos que habían podido sobrevivir a las lluvias y a las lágrimas.
Ensayo de una despedida (Antología poética)
Oh vida
que todo me lo has dado.
Ahora ya sé que, siendo esto verdad,
nada me has dado.
Mas déjame mirarte aún con amor
aunque no tenga ya deseos de abrazarte.
Y aunque sepas que yo no te abandono,
puedas tú abandonarme.
Últimas preguntas
En el acabamiento de la tarde,
cuando hacía el camino,
he llegado de pronto ¿a dónde?
La noche se ha caído
tan repentina y negra, me impide ver,
y sólo sé que nadie me acompaña
¿qué ha sido este viaje?
Francisco Brines, el último representante de la Generación de los 50, ha definido la poesía: “Como un don maravilloso, porque no deja de ser extraordinaria la necesidad de escribir poesía, excelente o mediocre, para trasformar la vida en palabras».
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