Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Palabreando

Fistuleando

Imagen generada por IA de Microsoft Bing.

Sí, he estado de acompañante de un familiar al que le han operado de una fístula en el culo. Así de claro y así de normal porque, vaya, se intenta presumir de operación fistular y, de repente, a todo el mundo o le han operado de lo mismo o conoce a alguien a quien le han operado de una fístula. Pues ¡menuda gracia y menuda manera de estropear una exclusiva!

Y, como aquí todo el mundo sabe de todo, todos sabemos que si alguien te para por la calle y te pregunta por una dirección se la vas a dar, sin importar el lugar adonde lo vayas a mandar, porque no tienes ni idea, pero de algo te sonará porque antes muerta que sencilla. Pues igual en los diferentes ámbitos, todo el mundo sabe cómo es la operación, el posoperatorio y lo mal que lo vas a pasar durante un par de semanas cambiándote las gasas como si fueras un bebé. “Ve al centro de salud a que te hagan las curas porque eso es un rollo”… A ver, todo el mundo se apunta a una cena, pero nadie se apunta a hacerte las curas del culote. En el fondo, todos somos unos interesados, pero seguro que si invitas a cervezas, se apunta “todiós”. Aquí somos apasionados al vidrio.

Pero a lo importante, al modus operandi: llegas a ingresar, te tienen como siempre en incertidumbre, en vilo, en suspense porque debe de ser una asignatura de Medicina el tenerte en espera un par de horas mínimo con una especie de papel azul que te cubre el cuerpo, pero que lo enseña todo menos los hombros. “Desnúdese, póngase esto y espere a que le llamen”, es decir, vas a estar un par de horas como un pitufo pingüino desnudo esperando, sabiendo que no van a venir pero ellos juegan a que sí, al suspense, a que ¡venga! vamos a darle emoción, vidilla al cuerpo, y, en ese momento, no sabes las veces que vas a orinar por si acaso, por si justo en el instante propio te van a entrar ganas, por si yo qué sé qué van a tardar y vas adelantando la jugada, pero como que no llegan y tú ahí, esperando con una gigantesca servilleta azul como si fueras un sándwich en espera de que se te coman.

Cuando pasa el tiempo, como cuando vas al médico y te hacen esperar años, piensas que a lo mejor no es el día, no es el momento, los astros se han alineado y debes salir de allí porque por algo será que llevas esperando más de tres horas semidesnudo, meando como si tuvieras cistitis y nadie pasa por ti y te da por la opción B. Y si sales al pasillo y preguntas, y sales tratando de taparte el culo con la servilleta de los pitufos, la respuesta es la misma que preguntaste hace una hora, media, veinte, diez y cinco minutos: “Ya le llamarán cuando le toque, ya se lo he dicho no sea `pesao´”. Sí, doy fe, mi familiar es muy muy “pesao”.

Ya, “pesao” pero es su operación, la suya, como su cumpleaños. Para ellos no, para ellos es otra más, una cualquiera, pero para él no. Para él es la suya, su culo es el que está en sus manos, el que van a ver, ese tesoro, aunque se dediquen a fistulear más personas que José Tomás en su mejor día de Las Ventas. Que es suyo y de nadie más, aunque para ellos tan sólo sea un culo como otro cualquiera, no lo es. Si ya le ha costado ponerse la servilleta azul, ¿cómo no va a estar preocupado del proceso?

Escena de la comedia española de 1983 «Y del seguro, líbranos Señor» (Fuente: YouTube).

Y encima preguntan: “¿te lo has rasurado o te lo rasuramos nosotros?” Que encima debes de ir de culo etiqueta, que hasta piensas que deberías de haberle echado desodorante, ponerle corbata, pajarita, yo qué sé. Que a lo mejor ese culo no está a la altura, ni cumple las expectativas de esa operación y, como en una oposición, va a suspender en el primer examen y has pagado las tasas.

Y llega el momento. El del nombramiento. Suspiro profundo. “¿Tendrá más ganas de hacer pis?” “No creo”, les digo, porque no debe de quedar más líquido en el cuerpo, aunque siempre hay algo de reserva, en el banquillo, por si hubiera que efectuar algún cambio de última hora.

“Túmbese en la camilla”. Bueno, la minicamilla, porque a ver, deberían existir camillas S, M, L, XL y XXL, porque uno no cabe si es grande de tamaño, pero lo intenta. Trata, sin perder la dignidad de la servilleta, de tumbarse, lo consigue y se despide como si fuera a subir al Titanic o a un avión a punto de colisionar, o a tratar de que Barcala ponga patinetes para la tercera edad, rollo salgo de aquí pero no sé ni cuándo, ni cómo, ni si volveré, que me han de poner una anestesia epidural como mínimo. “Meidei, meidei perdemos el control”.

Y allá va, “encamillao”, “servilleteao”, al matadero fistular, intentando mantener la calma y, me cuenta, llega a una sala con un montón de gente y piensa: “¿pero tanta gente aquí `pa qué´? Me va a tocar cantar, como en un concierto: bulería, bulería, dentro del alma mía, que mi culo es muy pequeño para tanta peña”. Pues ahí están y le preguntan cómo está, y es el momento en que cortocircuita y piensa, en una camilla, desnudo, con una servilleta azul, delante de tanta gente que le va a fistulear, y acaba con lo de “bueno, nervioso”. “Pues cámbiese de camilla a otra que es el potro de tortura, siéntese y no se mueva, porque es el momento de la banderilla, del pinchazo epidural”.

No te puedes mover porque la lías, y se siente cómo los pies empiezan a dormirse, como cuando te da el cosquilleo típico de que se te duermen, pero empieza a subir y de repente te tumban boca abajo, pero ya como cuando escuchas los últimos discos de Juan Perro, ya no sientes nada, y en un plis plis tan sólo notas frío y te dicen: “venga, a la habitación”. Así sin nada más, todo el mundo te ha visto el culo, tu culo, y nadie dice un piropo, o una chorrada, tan sólo te suben a la habitación, sin serpentinas ni confetis, y es el momento coca de mollitas.

Han de pasarle de la camilla a la cama, y como él no puede porque está un tanto sedado y “epidulareao”, le ponen una especie de plancha, le suben y dejan caer y a mí me recordó cuando mi madre hacía coca de mollitas o tortilla de patatas y volcaba sin que se saliera de una sartén a otra. Pues allá que va pero con las piernas como los muñecos del Toy Story, así en plan “voy dando tumbos como una marioneta sin control porque no siente ná de ná”. Veo movilidad pero sin control, como muchos futbolistas de la liga pero sin la excusa de la epidural, y le pregunto: “¿qué tal ha ido?” y me dice que rápido, pero que le agobia eso de no sentir las piernas, como el chiste de Rambo de la época “no siento las piernas, no siento las piernas”.

Imagen generada con IA de Microsoft Bing.

Para hacer pis “ahí está la botella” nos indica la enfermera. Ha de hacer pis, señal de que todo funciona como es debido y que la anestesia se empieza a eliminar. Sí, le dice la enfermera, no se preocupe. Le responde como a todos los hombres: “recuperará la sensibilidad en unas horas”. Porque dice el anestesiado que no siente ni padece, como si eso fuera más importante que preguntar si la operación ha salido, porque lo del macho ibérico es de carrete. Aunque hacer pis en ese plástico también tiene su momento de gloria. Pero que ahí está, moviendo las piernas a ver si recupera la sensibilidad de los dedos de los pies, como si en su vida diaria se hubiera preocupado de pensar en ello. Cosas y momentos que dan la vida.

Y me dice que me quede a dormir en la cama de al lado, que estaba vacía, y es cuando no puedes decir que no, que cualquier excusa para escapar suena a cutre y miras el reloj varias veces como si las horas fueran o fuesen a darte la solución, o esperas a que te llame alguien por el móvil. Pero bueno, te sabe mal, ¡venga! me quedo, sabiendo que esa noche tan sólo la van a disfrutar los espíritus y Drácula, porque todo el mundo sabe que en los hospitales, como en la mayoría de los hoteles, nunca se duerme. De hecho, escuchas ruidos que ni siquiera sabías ni que existían ni que tu frecuencia podría escuchar, pues te llegan, y justo cuando estás a punto de dormirte a las siete y media de la mañana entra la enfermera a tomarle la temperatura y a decir que en media hora el desayuno y lanzas la pregunta fulminante para seguir vivo: “¿Pero le dan hoy el alta, no?”.

Lo dicho, que ser paciente es duro y que si eres impaciente no acudas a fistulear, que uno aprende mucho de lo que ve y que siempre se agradece de no estar en esa tesitura, aún así un chapeau para todos y todas esas y esos profesionales de la Medicina que trabajan sin descanso por el bien del paciente, siempre digo que esto que escribo lo hago desde el chascarrillo y tratando de sacar una sonrisa de parte del enfermo que aún está con las curas del culote, nunca criticando a la parte profesional que se deja la piel en cada paciente y que se merecen lo más de lo más.

Y esta semana de Santa Faz, prepárense para la romería.

Recomendación literaria: León el africano, de Amin Maalouf.

Recomendación musical: Escuela de calor, el directo de Radio Futura.

En fin, que ustedes lo lean, lo pasen y lo paseen bien.

Bruno Francés Giménez

Escritor de serie B.

1 Comment

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  • Creo que Barcala llevará al próximo ‘pleno’ los patinetes para la tercera edad empezando por los operados de fístula de culo y sus acompañantes. Un abrazo.