Me dicen que algunas empresas marmoleras de Novelda trabajaron el martes, día de la Constitución, para hacer “puente” el viernes; en Agost, una empresa que andaba el lunes arreglando un camino lo dejó a medias y “puenteó” el miércoles y el viernes; en muchos colegios, las ausencias de niños el lunes, el miércoles y/o el viernes serían dignas de disponer de estadísticas en la consellería del ramo; y parece que los propios hoteleros preferirían ordenar estos “acueductos” y otros festivos entre semana de forma distinta para favorecer la ocupación de visitantes.
Parece evidente que para empresas e industrias estos “si, no, si” no son lo más práctico para organizarse y ser rentables en la producción. Algunos países, como Inglaterra, desplazan parte de festivos “históricos” a viernes o lunes para no hacer interrupciones intermitentes.
En un país laico como España (véase especialmente la segunda acepción del adjetivo en nuestro tumbaburros) no parece justificarse a estas alturas del siglo XXI mantener fiestas de origen religioso —que solo afectarían espiritualmente a una parte de la población— en fechas rígidas e inamovibles. Ni siquiera la constitucional jornada sería preciso celebrarla a machamartillo el mismo día 6 de diciembre. Y ello cuenta tanto para las fiestas nacionales, como para las autonómicas o locales.
En tiempos de debates partidistas sobre modificaciones legales en relación a delitos de sedición y malversación —¿afectaría esto al presunto Zaplana y demás implicados?— echo de menos cuestiones más pragmáticas para el procomún como la ordenación del calendario laboral, los horarios de trabajo, el presencial y el realizado a distancia, o una adecuación más lógica de las jubilaciones en función de la capacidad física y mental según cada profesión y el esfuerzo necesario (no sólo por los años cotizados).
Pero parece que muchos políticos están de “puente” de forma permanente.
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