Alberto Núñez Feijóo empezó su carrera en el PP nacional como un tiro. Su llegada bajo palio fue como un salvavidas para un partido que tenía el agua al cuello y empezaba a dar síntomas guerracivilistas y de gangrena generalizada. Todo parecía ir a velocidad de crucero y según los planes de vuelo con destino y parada en Moncloa. Solo era cuestión de tiempo.
Todo era así… hasta hace justo unas semanas. Hasta que, de forma casi imperceptible, el barco ha empezado a dar los primeros síntomas de cansancio, zozobra y de duda, hasta el punto de que preguntas como éstas parecen hoy procedentes: ¿Estamos al principio del final de un trayecto incierto o solo es una crisis de crecimiento? ¿Es Feijóo la versión 2.0 de Rajoy o solo una torpe copia del expresidente que gobernó por agotamiento y por los sucesivos descartes de sus oponentes?
Hasta no hace mucho, al nuevo presidente del PP todo le cuadraba. En su personal cuaderno de bitácora sobresalían como garantía de buen capitán los calificativos tipo moderado o buen gestor. Las encuestas soplaban con viento de cola, las previsiones del duro invierno empujaban lo suyo y el panorama político parecía que se le había despejado, hasta incluso superar a las mejores previsiones demoscópicas que le hacían acariciar que a la vuelta de la esquina le esperaba una mayoría absoluta sumando a Vox; o, mejor, una mayoría suficiente que le permitiera exigir un gobierno en solitario.
En ese prometedor paisaje político y electoral, ayudaba mucho el hecho cierto de que Ciudadanos es hoy ya un partido lo más parecido a un cadáver ambulante al que ya solo le falta fijar fecha de duelo y hora para el entierro. Y, por el flanco derecho, Vox se parece cada día más a Podemos en su versión camarote de los Hermanos Marx. Tan es así que cada vez se habla más de sus líos personales y menos de sus provocadoras y xenófobas propuestas cocinadas a modo de recetas simples para situaciones complejas.
La balsa de aceite que parecía el partido de Abascal ha dado paso a una lucha soterrada por el poder ya nada indisimulada, y con facilidad se avistan cadáveres tirados por la borda. La “derrota” en Andalucía ha noqueado al partido hasta el punto de que Macarena Olona ha pasado en semanas de ser la esperanza blanca a convertirse en un auténtico dolor de muelas. Su particular y veraniego Camino de Santiago ha sembrado el desconcierto entre los medios y periodistas amigos en una conversación que promete días de gloria.
La impagable entrevista de Jiménez Losantos en es.radio a Santiago Abascal sobre “nuestra querida Olona” es todo un anticipo del desconcierto voxero, y la respuesta de la propia Olona en las páginas de El Mundo, retando al líder supremo Abascal a una entrevista para “saber si caminamos juntos”, son dos caras de la misma moneda. Y de las turbulencias de a bordo.
Entonces, con todo este panorama en el flanco derecho del electorado, con una crisis galopante en ciernes mil veces anunciada, ¿qué es lo que impide a Feijóo dar con la tecla que aclare dudas y despeje el horizonte? ¿Por qué esa neblina de inconsistencia que rodea al personaje? ¿Por qué el PP no acaba de consolidarse como una alternativa de gobierno creíble, tranquila, anclada en un europeísmo difuso? ¿Por qué quien fue, cual Moisés, capaz de abrir las aguas llenas de peligros, parece ahora incapaz de guiar a su pueblo a la tierra prometida? ¿Y si el problema fuese que gobernar en una comunidad nada tiene que ver con gobernar en un país entero, en donde una colección de tiburones aguardan en la orilla para darse el deseado festín al que creen tener derecho y resultara que (ya) no hay carnaza para todos?
Al poco de poner sus posaderas en la planta noble de Génova 13 a Feijóo se le empezó a comparar con el otro gran gallego, Mariano Rajoy. Y quizás suceda que lo que eran loas se han trocado en una dura carga. También que Rajoy solo hay uno, y que se necesita ser muy taimado, extremadamente paciente, para aspirar a ser como él, aguantar ocho años en la oposición, mentir sin que se note… y Feijóo puede que no esté hecho de esa pasta. Se le notan demasiado la impaciencia y las vías de agua.
Y puede que suceda también que el electorado esté empezando a ver que en Feijóo hay algo de juguete roto al que no le acaban de encajar las piezas. Y no son solo sus inconsistencias dialécticas, sus afirmaciones cambiantes ante las acometidas ayusianas a cuenta del aborto o similares, ni tan solo sus verdades efímeras y tramposas sobre las energías renovables (“hay cientos de noches sin producción de energía renovable”, ha sido su penúltimo traspié), sino una cierta y difícilmente descriptible evanescencia del personaje que te impide saber bien hacia dónde camina. Y quizás suceda también que quienes pensaron que solo era cuestión de guarecerse bajo la tormenta, sentarse y ver pasar el cadáver del adversario sin ofrecer alternativa alguna, no vaya a ser suficiente.
Y, claro, puede que Feijóo no sea Rajoy, por muy gallegos que sean ambos. Y que el denodado esfuerzo de sus muchos hagiógrafos en vestir al personaje con los ropajes de este, solo esté ayudando a ver asomar cada vez más las vergüenzas de un personaje que empieza a mostrar sus primeros deshilachones.
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