Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Opinión

Farsa y justicia del corregidor

Imagen generada con ChatGPT.

Cada vez contemplo la “candente realidad” con más distancia. Me resulta más atractivo y gratificante acudir a los distintos formatos que las modernas tecnologías nos ofrecen tanto en audio, en video o simplemente “impreso en bits” como este mismo medio que nos acoge. Además, me tomo lo que me va llegando por el lado lúdico-festivo porque bastante vamos teniendo con los líos personales que supone simplemente vivir.

Y entre lo que me ha llegado, están las distintas comparecencias ante los tribunales de los investigados por los procesos de todos conocidos. Vamos, lo normal. Un fiscal general del estado que borra todos sus mensajes, casualmente en las fechas investigadas por el juez. Una señora que, sin la acreditación necesaria, dirige másteres y cátedras en la Complutense con toda naturalidad; casualmente también, esposa del presidente del gobierno. Una chica que, ante una “situación habitacional” precaria, recibe la ayuda de un asesor ministerial aunque, dada también la excelente relación que mantiene con el ministro asesorado, se beneficia de un modesto alojamiento de varios miles de euros al mes en el centro de Madrid. Otra chica que, dos años después de haber tenido un flirteo con un conocido político, se da cuenta, ahora, de que fue agredida sexualmente porque después de empezar a sentirse incómoda le dijo que parara y paró…, ya siguen ustedes. No dejan de ser circunstancias habituales para cualquier ciudadano. Como suele ser habitual también, entre el fuego cruzado de versiones, se hace difícil formarse una idea cabal de la realidad de las cosas (suponiendo que tal concepto exista).

Con todo, incluso aceptando la curiosa característica (para los ajenos al oficio jurídico) del derecho de los investigados/acusados/imputados a mentir en su defensa, alguna de las cosas que se han oído son, eso, divertidas.   

Recuerdo casi con carcajadas cómo el ministro Montoro, de tan grato recuerdo para todos, comparecía en una rueda de prensa, en plena crisis con recortes hasta en la longitud de los espaguetis soltando algo así como: “los sueldos de los españoles están subiendo”. Si supiera poner aquí los emoticones de risa me faltarían renglones. Con todo, no era ante las preguntas de un juez, era simplemente hacer el ridículo contra toda evidencia y el sufrimiento de millones de españoles motu propio. Pero lo de estos últimos tiempos es otro nivel, otra dimensión.

El caso es que escuchar el testimonio del hermano del presidente del Gobierno me devolvió a mi adolescencia. Allí, en tiempos de instituto, tuve la suerte de colaborar en pequeños montajes teatrales. Estaba recién acabada la Dictadura y se retomaban obras de Alejandro Casona, insigne autor y maestro en la Institución Libre de Enseñanza (de lo mejor que “parió” la Segunda República española). No teníamos capacidad para grandes montajes, pero adaptamos varios de los entremeses incluidos en su Retablo jovial. Ya saben, pequeñas piezas, casi siempre satíricas, que se utilizaban para entretener al personal en los entreactos de las obras de teatro para dar tiempo, por ejemplo, a cambiar el decorado.

Hicimos bastantes y, entre ellas, una de mis favoritas Farsa y justicia del corregidor, es la que me venía una y otra vez a la mente al escuchar a David Sánchez Pérez-Castejón.

Les pongo en antecedentes. Comienza la pieza con un animado diálogo entre el “corregidor”, máxima autoridad administrativa y judicial del lugar, y su secretario regodeándose del banquete que se acaban de dar tras birlar (del horno del posadero) el guiso de jabalí, faisán y salsa de ciruelas encargado por un cazador. Cuando el cazador descubre el robo lógicamente va a por el posadero, escopeta en ristre, y éste, en su huida, desesperada y descontrolada, atropella a un peregrino, a la mujer del sastre que estaba embarazada y acaba arrancándole el rabo al burro de un leñador. Todos se suman a la persecución, pero el posadero llega finalmente a la sede del corregidor en busca de protección.

Y aquí es donde se desarrolla la escena que les reproduzco parcialmente.

Cazador: Ahí está el ladrón. ¡A la picota!
Sastre: El asesino de niños. ¡A la horca!
Peregrino: Mis costillas… ¡ay, mis pobres costillas!
Leñador: Mi pollino querido… mi compañero de fatigas. ¡Mire, señor, este triste despojo!
Todos: ¡Justicia, señor corregidor!
Corregidor: (imponiéndose a campanillazos). ¡Silencio todos! Siéntese el acusado. Siéntense los querellantes. Y oigamos en derecho a las dos partes. (Alza el brazo, en actitud solemne). En el nombre del Padre, etcétera, etcétera, ¿Juran todos decir, etcétera, etcétera?
Todos: ¡Juramos!
Corregidor: Queda abierta la audiencia. Escriba, secretario. (Se sienta. Los cuatro acusadores vuelven a alborotarse).
Cazador: ¡Cien latigazos a ese ladrón!
Peregrino: ¡Mis costillas… mis costillas!
Sastre: ¡Venganza para un padre malogrado!
Leñador: ¡Justicia contra ese arrancador de rabos inocentes! (Llora besando y acariciando su despojo. Campanillazos).
Corregidor: ¡Silencio, repito, o hago desalojar la sala! Que hable el primero.
Cazador: (Se levanta). Yo, señor, soy cazador de oficio. Esta mañana salí temprano al monte y tuve la fortuna de cazar un faisán y un lechón de jabalí que, juntamente con una libra de ciruelas, llevé al horno de ¡¡¡¡este enemigo público!!!! Tres horas después vuelvo con la boca hecha agua a reclamar mi guiso y ¿sabe su señoría con qué cuento me sale el muy bribón? ¡Que se atreva a repetirlo delante de la justicia!
Corregidor: Conteste el reo. ¿Dónde están las ciruelas?
Posadero: Se las comió el faisán.
Corregidor: ¿Y el faisán?
Posadero: Se lo comió el jabalí.
Corregidor: ¿Y el jabalí?
Posadero: No hice más que abrir el horno y echó a correr hacia el monte como una centella.
Cazador: ¿Cuándo se ha visto mayor desvergüenza? Encima del robo, el embuste. ¿No es para mandarlo al garrote de cabeza?
Corregidor: Calma, cazador, que la ira es mala consejera. Juzguemos serenamente. Por lo pronto, las tres afirmaciones que ha hecho el acusado podrán ser sospechosas, pero “in principio” son indiscutibles. ¿Puede alguien negar que un faisán coma ciruelas?
Cazador: Eso no.
Corregidor: ¿Puede alguien negar que un jabalí coma faisanes?
Cazador: Tampoco.
Corregidor: ¿Y puede alguien negar que un animal de monte tire al monte?
Cazador: Pero, señor corregidor, es imposible. El jabalí estaba muerto y bien muerto.
Corregidor: ¡Nada hay imposible ante la voluntad de Dios!...

Y el resto es toda una delicia. El corregidor va bandeando las acusaciones con desvergüenza infinita haciendo uso descarado de su posición. La verdad, acabo de caer, es que el personaje del corregidor también tendría su espejo en la actual máxima instancia española en la cadena de recursos (ahí están los recientes indultos y amnistías), pero eso podría ser cuestión de otro día.

Me centro en el investigado, obviamente (y afortunadamente), la señora juez hace su trabajo, pero las respuestas son, disculpen la licencia pirotécnica, de “traca”. ¿Se imaginan a un trabajador (de “alta” dirección en este caso) que no sabe dónde trabaja, que no sabe a lo que se dedica el departamento que supuestamente dirige (y del que, esto ya sin suponer, cobra), que no conoce a sus compañeros y subordinados, que no sabe cuántas veces al día, a la semana o al mes acude a su puesto de trabajo y que encuentra tan generosa ocupación por Internet?

David Sánchez-Castejón declarando ante el juez (Fuente: YouTube de «Libertad digital»).

Suena, como poco, singular. “Colocar” a un pariente, amigo o amiga (normal o “especial”), conocido… en empleos públicos teledirigidos no creo que sorprenda a nadie. Pero aquí converge alguna circunstancia más que lo hace especialmente gracioso, sino grotesco (o hasta grave, pero recuerden que vamos por lo lúdico). Ya la consanguineidad extrema con el jefe del partido al mando de la institución no parece muy estético, en lo ético no entro y lo legal ya se está ventilando donde debe. Lo de no asistir de una manera normal a su trabajo, que no lo conozcan sus compañeros (compañeros porque tienen el mismo pagador), que él mismo apenas pueda balbucear nombres y funciones inconexas de compañeros, así entendidos, de los que tampoco sabe a lo que se dedican entra de lleno en el esperpento patrio. Valle Inclán no llegó tan lejos, aunque algo apuntaba ya en su Tirano Banderas.

Pero volvamos a nuestro entremés en forzada yuxtaposición con las respuestas de nuestro protagonista de hoy ante la Sra. magistrada juez Beatriz Biedma. Y me voy a la literalidad (no a la totalidad para no hacerme aún más pesado) que si no lo veo en vídeo me cuesta creerlo. Todavía no descarto que sea producto de una aviesa y conspicua “IA”.

Sra. juez: La oficina de artes escénicas ¿Qué es?
Investigado: Vamos a ver, entiendo que es la oficina que se encarga de, pues no sé… de las artes escénicas. (Se las comió el faisán).
Sra. juez: … Entonces, materialmente ¿dónde se encuentra la oficina de artes escénicas?
Compareciente: Pues no le podría decir, vamos, imagino que será en el despacho donde estoy alojado yo ahora… (Se lo comió el jabalí).
Sra. juez: ¿Con quién trabaja Ud. habitualmente, todos los días?
Investigado: Bastante, con Ángel Seco.
Sra. juez: ¿Quién es este señor?
Investigado: … Ángel Seco es, eeehh, ehhh… Pues no le podría decir qué puesto tiene. (No hice más que abrir el horno y echó a correr hacia el monte como una centella).

No me digan que no es una prueba palmaria de que la realidad supera a la ficción en los campos más insospechados. Concurre en este esperpento también la increíble falta de preparación del compareciente. No puedo entender que no se lo haya preparado. Las preguntas de la magistrada son tan adecuadas como previsibles dada las imputaciones que pesan sobre él, y que conoce perfectamente puesto que, como le explica la juez al empezar la comparecencia (de manera casi “naif” para que hasta un niño lo entienda) se le investiga por un posible trato de favor para acceder a un puesto de trabajo inexistente e innecesario creado para él por ser quien es y al que, además, no asiste.

Parece de una candidez enternecedora (versión “buenista”) o de una chulería cósmica de quien se sabe impune y está por encima del bien y del mal (versión maliciosa) que no se haya preparado mínimamente una respuesta “apañadita” a unas preguntas seguras de las que, dadas sus circunstancias, resultaría difícil una respuesta convincente y que disipara dudas. Por eso digo “apañadita”. En fin…

Tengo una buena amiga, con toda la carrera musical completa y con sólida formación en otros campos que lleva ni se sabe buscando un puesto de trabajo acorde a su formación. Pero es muy difícil. Las plazas son escasísimas (y no de 50 000 €/año) y hay candidatos con años de profesión y dilatados currículums por centenares. Medio vive encadenando contratos en sectores que nada tienen que ver con su formación musical. Le voy a recomendar que acuda a Internet donde se obtienen trabajos bien remunerados donde no es necesario ni saber lo que se hace, ni siquiera dónde está y quién sabe si hasta asistir… ¡Pero se cobra! Todo, presuntamente, en este estadio del procedimiento, como debe ser.

No sé si siguientes episodios me serán tan evocadores, pero les puedo recordar (y recomendar) que otro de los entremeses del “retablo jovial” de Casona se titula Cornudo, apaleado y contento. A pesar de mi “relajada” posición actual no puedo descartar que me acaben llegando noticias que me sugieran hacer una comparación similar a ésta. Evitar lo de cornudo y apaleado no está en manos de nadie… Pero lo de contento… ¡Ahí está el problema! La progresiva eliminación de conciencia crítica de una enorme parte de la sociedad nos está convirtiendo en soldados. Somos, por simplificar, de uno o de otro bando y no entramos en ninguna cuestión que vaya contra los intereses de los nuestros (que curiosamente no tienen, ni suele coincidir con el nuestro) aunque sean flagrantes patrañas. Abrazamos lo que vaya contra “los otros” aunque sean falacias o insidias evidentes con la simple molestia de quererlas ver o aplicar el sentido común.

Ya para ir terminando, se acaba de presentar una ley que elimina prácticamente la acción popular como acusación, dejando esa iniciativa casi en exclusiva en manos de la fiscalía cuyo desempeño no merece más detalle por mi parte si siguen mínimamente las noticias. Afortunadamente, todavía los jueces, oficio que empieza a ser temerario, resisten no sin un desgaste impensable hace no tantos años.

En cuanto al trato recibido de los estamentos controlados por el gobierno, no me resisto a reproducir aquí el final de Rebelión en la Granja de G. Orwell: “Todos los animales somos iguales, pero unos más iguales que otros”.

Y no dejen de leer los entremeses de Alejandro Casona. Son cortos y deliciosos.

Por cierto, nuestro entremés, para no hacer de menos a Casona con respecto a Orwell, acaba con la breve declaración del leñador donde, a la vista de lo visto, afirma en su turno de acusación: “¿Una acusación yo? ¡Jamás! Yo juro y perjuro por toda la corte celestial que mi burro nació sin rabo, que toda su vida vivió sin rabo y que sin rabo ha de morir en paz y en gracia de Dios. ¡Con licencia, señor corregidor! (sale corriendo)”… Puro teatro.

No quisiera ser pesimista porque el cinismo y la hipocresía descarada van cosechando réditos por doquier. Vean, si no, lo que pasa por otros lares. Si no se reconducen algunas de las iniciativas que desde el poder están cercenando las libertades (las de verdad, no las de pacotilla con las que se llenan la boca) y la justicia, en el sentido normal del término, correremos grave peligro.

Así las cosas, no podemos descartar que demos el paso de la Rebelión en la granja a 1984 con su “gran hermano” por quedarnos con mi admirado Orwell o, de la Farsa y justicia a que la justicia sea una farsa.

Juan José Martínez Valero

Nacido y criado en Melilla y afincado en San Pedro del Pinatar (Murcia) desde los 15 años. Dejé los estudios para desarrollar la empresa familiar de la que todavía vivimos. Muy aficionado desde siempre a temas científicos y de actualidad.

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