Una publicación de la Asociación de Periodistas de la Provincia de Alicante

Trescientas... y pico

Fabricantes de odio

Fotografía: Wildflower 1555 (Fuente: wall.alphacoders.com).

Bien sabemos que la palabra ha sido en muchas ocasiones y en sus diferentes expresiones el mejor consuelo, el mejor aliado para evitar el conflicto, para encontrar la salida. También para su contrario. Ante la amenaza de naufragio, las sabias palabras del buen capitán evitan la estampida y la tragedia. Y, al revés. Apenas un solo y mal verbo pronunciado por un mal dirigente puede encender la mecha del peor de los conflictos. Provocar la guerra. El desastre. ¿Es ese otra vez nuestro destino?

Sabemos todo eso. Como sabemos que quizás el arma más importante de un responsable político para convencer y hacer posible los cambios que pregona y la mejora que dice desear, sea precisamente esta, la palabra justa, la palabra sabia. Como la del buen capitán que lucha contra los elementos. Si lo sabemos, y ciertamente tendemos a creer que eso es así, cabría entonces preguntarse porqué de un tiempo acá pareciera que muchos de nuestros representantes políticos, mayormente los que dominan la escena nacional, han optado por trompetear el apocalipsis a cada ocasión que tienen los focos delante. Sus discursos son en demasiadas ocasiones incendiarios, tanto que pareciesen querer entreabrir las portezuelas por donde tan peligrosamente se cuela el odio. Y entonces, tenemos derecho a preguntarnos: ¿Por qué razones no confesables es que el lenguaje ha llegado al grado de degradación que ha llegado en boca de nuestros representantes políticos?

El código de honor, duelo en el Bois de Borlogne , por Godefroy Durand, año 1874.

En un interesante artículo publicado en octubre del pasado año en el diario La Vanguardia titulado “Diccionario bárbaro de la política dura” se exponía y reflexionaba sobre el uso excesivo y creciente de la descalificación y el adjetivo degradante entre la clase política española. Eso era justo en los meses anteriores a las últimas elecciones generales, poco antes de la crisis de la pandemia, y en él se hacía un resumen de las descalificaciones más gruesas con las que sus señorías solían dirigirse para describir a sus adversarios de bancada a cada poco.

Entre esos negruzcos epítetos y expresiones degradantes tenían especial relevancia algunos de los siguientes: arrogante, banda, carcelero, cobarde, chavista, chusma, farsante, indecente, felón, golpista, hipócrita, incapaz, inútil, irresponsable, mentiroso, patético, sectario, siciliano, traidor, usurpador… ¿Sus autores? Estaban repartidos por todo el arco parlamentario, aunque, bien es cierto que el líder de Vox, Santiago Abascal, tenía protagonismo muy especial en el reparto de tamaña excrecencia intelectual y lingüística.

Fuente: @hectorbecerrilr

Era el tiempo final del primer gobierno de Pedro Sánchez surgido de la moción de censura a Mariano Rajoy y previo a las elecciones que abrieron la puerta al segundo gobierno sanchista, este de coalición con Podemos, y desde cuyo mismo inicio el diapasón y la gravedad de la terminología no ha hecho más que incrementarse. Los términos que antes se expresaban mediante circunloquios de una idea que no se atrevían a expresarla desnuda y abiertamente, han acabado por emerger ahora. Hoy casi es de menú diario términos de difícil digestión como gobierno ilegítimo, golpista, fascista, okupa (de la Moncloa), terrorista. ¿Cuál es el paso siguiente?

Las crisis, bien lo sabemos también, son, a veces, una gran oportunidad para avanzar en el camino correcto, para abrir espacios de libertad y nuevos horizontes de justicia social nunca antes transitados, y la palabra, la buena palabra, es casi siempre el aliado necesario para poder caminar en esa dirección. Lo fue, en parte, al final de la segunda guerra mundial, como lo fue también en el agónico final del franquismo donde sinónimos de reencuentro y reconciliación empezaron a brotar entre quienes parecían destinados al eterno enfrentamiento. Otras veces, las más, son esas mismas palabras la excusa para horadar las zonas más oscuras de la historia y la psicología humana, como sucediera justo en las crisis que precedieron a las dos guerras mundiales del XX y a la negra noche del franquismo.

El gran día de Girona, por César Álvarez Dumont,

Si sabemos entonces que es en el marco mental de las palabras, en el lenguaje que se elige para expresarse, donde se libra la primera gran batalla del hacia dónde queremos ir, si sabemos que es justo en esas mismas  palabras –“El lenguaje importa” que diría el expresidente del New York Times en el citado artículo del diario catalán– el primer dique de contención que cae antes del conflicto y que su ruptura precede al enfrentamiento, deberíamos pensar si los que utilizan este lenguaje están buscando y deseando eso precisamente y solo eso, el enfrentamiento civil. Y no se trataría ya solo de estrategia electoral como algunos defienden.

Se podría decir entonces –y no sé si es esto más que una impresión– que hay hoy en día en este país demasiada gente agazapada, demasiada gente empeñada en destruir y muy poca esforzándose en construir. Y no es solo en el ahora, aunque el momento pareciera que lo ocupa casi todo. Lo dijo el líder anarcosindicalista Buenaventura Durruti cuando afirmaba que no le importaba heredar las ruinas. Lo dijo otro menos épico que aquel, el dirigente del PP y exministro Cristóbal Montoro, cuando, gobernando Zapatero, afirmó que tampoco a él le importaba “que caiga España”, pues “nosotros la levantaremos”.

Pablo Iglesias e Iván Espinosa de los Monteros (Fuente: COPE).

El lenguaje, las malas palabras, las que encierran veneno,  acaban además creando y amamantando monstruos. Lo hemos visto a propósito del exmilitar detenido en Málaga por disparar en un campo de tiro privado contra dianas con el rostro del presidente Pedro Sánchez, el vicepresidente segundo Pablo Iglesias, el ministro Grande-Marlasca y el dirigente de Podemos Pablo Echenique. Lo hemos visto en las palabras del concejal del PP de un pueblo de Zaragoza afirmando en sus redes sociales sobre Pablo Iglesias: “Lo mejor es pegarte un palizón y dejarte vegetal porque pegarte dos tiros es muy rápido”, sin que en su partido haya habido una reacción clara de repudio y repulsa hacia este negro presagio, hacia estas odiosas expresiones.

Si la palabra no cura, no consuela, no ayuda a cruzar el camino ya de por sí complicado del día a día y solo enfrenta, divide, sojuzga, hiere, entonces existe el riesgo cierto de que una parte de la población se pregunte si lo que realmente sobran son ellos, los políticos, los representantes políticos, porque su propia degradación dialéctica les ha hecho convertirse, en sus diferentes versiones y grados, en meros fabricantes de odio. Gente que solo utiliza el lenguaje para provocar adhesión entre los propios y odio y rencor entre los contrarios. Un mal presagio y un mal camino.

Pepe López

Periodista.

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