El otro día y gracias al algoritmo de Meta, que es como la historia del Santo Grial de nuestros días, esa realidad paralela de la que todos hablan pero que pocos de verdad conocen, me topé en una red social con una de esas pequeñas historias en forma de pintada que te hacen congraciarte con el género humano, al menos durante unos segundos: Por favor avrir lla vivlioteka es urjente. Casi imposible sugerir más y mejor en solo siete palabras.
Indagando un poco en el universo de internet no me fue difícil descubrir que se trataba de una pintada anónima realizada a las puertas de la biblioteca Manuel Alvar, ubicada en un barrio de Madrid. Detrás de esos sugerentes siete vocablos estaba previsiblemente concentrada toda la rabia de un barrio que asistía impotente a la decisión de mantener clausurada la biblioteca cerrada dos años antes por causa de la covid-19. La pandemia, precisamente, había pasado, la vida había vuelto a una cierta normalidad, pero la biblioteca y sus libros seguían allí, callados, en obligado silencio, seguramente por una de esas inaceptables decisiones administrativa de algún enemigo de la cultura y el pensamiento, de quienes consideran que sin bibliotecas se vive mucho mejor.

De autor desconocido, esta pequeña y hermosa historia se había empezado a viralizar y dar pie por sí misma a varios reportajes periodísticos allá por el mes de abril. Y todo, gracias y a través de un hilo de Twitter abierto por el usuario @chuzodepunta, otra muestra más del ingenio, buen humor y exageración que a veces hay que atreverse a hacer para que te tomen en serio. En aquel hilo, que leí con un cierto deleite y una demostración más de que el humor es muchas veces casi el último recurso cuando otras armas han fracasado, ya daban ganas de reconciliarse con esta red social, pese a las extravagantes y peligrosas decisiones de su nuevo dueño, el estrambótico y siniestro personaje Elon Musk, cuyo ego parece no tener límites.
La historia de esta pintada —por favor avrir la vivlioteka…— me llevó surfeando a la agria polémica de semanas atrás generada por esos gestos de protesta que han protagonizado algunos jóvenes activistas climáticos en el interior de algunos de los museos más importantes de los países occidentales. Fue aquella, y como sabemos, una novedosa forma de protesta a las puertas de la Cumbre del Clima de la ONU (COP27) prevista para esos días en Egipto, pero sobre todo fue una denuncia sobre la gran hipocresía que hay detrás de las grandes cumbres climáticas y de las buenas palabras que las envuelven, una protesta contra lo contradictorio de los medios (hoteles cinco estrellas, una ciudad artificial en medio del desierto egipcio, gastos inmensos para trasladar allí a las delegaciones en gigantes aviones…) y los magros resultados previstos.

Fueron aquellas acciones, realizadas en los márgenes de lo que algunos consideran aceptable, otra muestra más de ingenio y desesperación que al menos sirvió para denunciar las componendas y la hipocresía de quienes dicen hacer algo sin hacer casi nada para evitar el desastre climático. A veces, pareciera que no queda otra: escribir rematadamente mal, simular un daño, romper los moldes del pensamiento de lo políticamente correcto.
Recuerdo de muy joven haber hecho en pandilla algunas pintadas callejeras, gestos pequeños, aventuras en la madrugada, salir a la caza en busca del mejor lugar, la mejor superficie, con su parte de adrenalina, su lado romántico, pero a lo que más te arriesgabas era a una multa. Eran, a veces, pintadas con claras reminiscencias del Paris del 68 —Sé realista, pide lo imposible; Haz el amor, no la guerra; Que pare el mundo que yo me bajo…—; otras, con claras reivindicaciones políticas, algunas para pedir un hospital en el pueblo donde uno vivía y que la gente no muriera en las ambulancias camino de la gran ciudad. Seguramente, mirados desde la distancia del hoy, eran gestos infantiles, demasiado inocuos, aunque a nosotros nos parecieran cuasi heroicos, pero que, seguramente, como estos de ahora, eran el único recurso y espacio que creías la sociedad te dejaba para empujar a que las cosas pudiesen mejorar.

Viendo y oyendo el grotesco y peligroso garrafón del listado de insultos y amenazas que se han lanzado entre algunas de sus señorías en el Congreso de los Diputados estos días a cuenta de las Ley del sí solo es sí, daban ganas de patrocinar una pintada a los pies de los leones que presiden el edificio, una pintada del estilo ablen más, pero bociferen menos. Hestamos artos de hustedes; o de esta otra guisa: Señorías, por fabor no se amenacen así, están iriendo nuestra ya mermada sensivilidat.
A veces pareciera que no queda otra. Quizás no sirviera de mucho, pero, al menos, daría que hablar. Habría debate. Como en la hermosa e ingeniosa pintada de la biblioteca madrileña, como en las polémicas protestas de los activistas climáticos, como en las indignadas manifestaciones del movimiento feminista Femen contra el machismo. Formas todas ellas de escrivir mal para (tratar de) bibir mejor.
Visitor Rating: 5 Stars
Visitor Rating: 1 Stars